Gracias a la vida que me ha dado tanto,
me dio dos luceros que cuando los abro
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo su fondo estrellado
y en las multitudes el hombre que yo amo.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado su oído que en todo su ancho
graba noche y día, grillos y canarios;
martillos, turbinas, ladridos, chubascos
y la voz tan tierna de mi bien amado.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abecedario,
con él las palabras que pienso y declaro,
madre, amigo, hermano y luz alumbrando
la ruta del alma del que estoy amando.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la marcha de mis pies cansados;
con ellos anduve ciudades y charcos,
playas y desiertos, montañas y llanos
y la casa tuya, tu calle y tu patio.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio el corazón que agita su manto
cuando miro el fruto del cerebro humano,
cuando miro el bueno tan lejos del malo
cuando miro el fondo de tus ojos claros.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto,
así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto
y el canto de ustedes que es el mismo canto
y el canto de todos, que es mi propio canto.
Violeta Parra
me dio dos luceros que cuando los abro
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo su fondo estrellado
y en las multitudes el hombre que yo amo.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado su oído que en todo su ancho
graba noche y día, grillos y canarios;
martillos, turbinas, ladridos, chubascos
y la voz tan tierna de mi bien amado.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abecedario,
con él las palabras que pienso y declaro,
madre, amigo, hermano y luz alumbrando
la ruta del alma del que estoy amando.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la marcha de mis pies cansados;
con ellos anduve ciudades y charcos,
playas y desiertos, montañas y llanos
y la casa tuya, tu calle y tu patio.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio el corazón que agita su manto
cuando miro el fruto del cerebro humano,
cuando miro el bueno tan lejos del malo
cuando miro el fondo de tus ojos claros.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto,
así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto
y el canto de ustedes que es el mismo canto
y el canto de todos, que es mi propio canto.
Violeta Parra
En Febrero de 1967 a los 49 años de edad y tras varios intentos fallidos, Violeta Parra termina por quitarse la vida, en la carpa de La Reina, luego de una depresión desencadenada por fracasos amorosos y problemas económicos.
Las Últimas Composiciones es el último álbum grabado y editado por la folclorista y músico chilena Violeta Parra, lanzado a través del sello RCA Víctor en 1966. Contiene la mayoría de sus canciones clásicas, incluyendo "Gracias a la Vida", "Run Run Se Fue Pa'l Norte" y "Volver a los 17".
A fines de 1966 Violeta Parra, de regreso en Chile luego de una larga estadía en Europa, y a cargo de la famosa Peña de los Parra en la carpa de La Reina, en Santiago, decide grabar un LP con sus canciones compuestas más recientemente. Lo edita junto a la discográfica RCA Víctor, fuera de la casa matriz que había editado todos sus discos anteriores, EMI Odeón Chilena. En la época, el título hace referencia a las últimas canciones que Violeta había escrito: cuatro meses después de su edición, cambia completamente de significado. Violeta se quita la vida, haciendo que éste sea, de hecho, el último de sus álbumes editados en vida de la artista.
La desilusión con el amor causada por la ruptura con Gilbert Fauvre, el desdén de las instituciones nacionales, la mala racha de la Peña y otras razones tenían a Violeta en un estado de depresión. Había intentado quitarse la vida antes de febrero de 1967. Mucho de este dolor es perceptible en los versos de Las Últimas Composiciones, especialmente en "Run Run Se Fue Pa'l Norte" ("...yo me quedé en el sur / al medio hay un abismo / sin música ni luz"), la dramática queja que es "Maldigo del Alto Cielo" ("maldigo el vocablo amor / con toda su porquería") y la lúgubre alegría del "Rin del Angelito" ("cuando se muere la carne / el alma busca su sitio").
Incluso el canto universal en que se ha convertido "Gracias a la Vida" tiene algunos tintes emparentados con el dolor ("gracias a la vida / que me ha dado tanto / me ha dado la marcha / de mis pies cansados"). El sitio Emol.com señala: "Se han hecho suficientes interpretaciones sobre el hecho de que una mujer con su suicidio en pauta compusiera una canción como "Gracias a la Vida". Qué puede escribir uno sobre esos versos categóricos, los más universales en salir nunca de una mente chilena.". El tema ha sido interpretado por numerosos artistas a lo largo del mundo (Joan Baez, Mercedes Sosa, Inti Illimani, Joan Manuel Serrat, Cecilia, Los Bunkers, Milton Nascimento, Soledad, Gloria Simonetti, Myriam Hernández, Luis Jara y un enorme etcétera), y elegido en numerosas encuestas como la canción chilena más importante de toda la historia.
Otros temas destacados incluyen "Mazúrquica Modérnica", canción escrita con palabras improvisadas, en respuesta a su inquietud social mostrada en discos anteriores (y grabada por artistas tan variados como Joan Manuel Serrat y Daniel Viglietti); "Volver a los 17", hermosa alegoría poética y "Cantores Que Reflexionan", canción que estimula a los nuevos cantantes a incluir temas sociales en sus obras.
Violeta se había reunido en 1966 con el músico uruguayo Alberto Zapicán (a quien dedicó la festiva canción "El Albertío") y sus hijos Ángel e Isabel Parra para grabar las canciones de este álbum, concebido como disco desde un principio. La voz de Zapicán hace dúo con Violeta en "Maldigo del Alto Cielo", "Pupila de Águila" y "Una Copla Me Ha Cantado".
El trabajo cuenta con varias reediciones en CD y es de los pocos álbumes originales de Violeta que es posible encontrar en las disquerías en la actualidad.
El 5 de febrero de 1967, a los cuarenta y nueve años de vida, y tras varios intentos fallidos, Violeta Parra terminó con su vida en la carpa de La Reina, dejando un legado de esfuerzo y sacrificio a Chile y el mundo.
Violeta Parra ya había intentado quitarse la vida antes del 5 de febrero de 1967. Fue el año anterior, cuando aún no grababa su postrero y definitivo disco "Las últimas composiciones", según documenta el libro "Mentira todo lo cierto. Tras la huella de Violeta Parra" (1990), de Carmen Oviedo.
"Un día de especial decaimiento intenta el suicidio cortándose las venas de la muñeca. La oportuna intervención de Alberto, que echa abajo una puerta, evita la tragedia", refiere la biografía, en alusión a Alberto Zapicán, un joven uruguayo que en la época llegó a unirse al círculo de la artista en su carpa de La Reina.
Su voluntad de Parra iba a ser más fuerte ese día de febrero. A los 49 años y tras un viaje por estaciones musicales tan diversas como la quinta de recreo de barrio, la recopilación campesina, las giras a Europa, la canción contingente y el himno universal, Violeta Parra estaba esquebrajada por motivos en los que sus biógrafos abundan, entre la mala marcha de su carpa en La Reina, su tormentoso amor con el antropólogo suizo Gilbert Favre o el desdén de las instituciones de la época.
En esos últimos días sus gestos se habían vuelto elocuentes. Para su último disco decidió sobre la marcha un cambio de casa grabadora que desconcertó al sello Odeon, con el que venía grabando desde 1956. "Toda evocación de Violeta comienza invariablemente con la imagen que nos dejó al partir (...) No nos dio el tiempo de prepararnos para una serena separación, como quien dispusiera calmosamente sus cosas para un largo viaje", escribe en las notas de uno de sus discos Rubén Nouzeilles, entonces director de Odeon. Y la audición de versos de ese disco como "Run Run se fue pa'l norte, yo me quedé en el sur / En medio hay un abismo sin música ni luz" o "Maldigo el vocablo amor con toda su porquería / Cuánto será mi dolor" resulta elocuente.
Su hija, Isabel Parra, inicia cada mes de febrero un pacto de silencio: si hay que conmemorar está el natalicio, el cumpleaños, no el aniversario de la muerte. Basta lo que ella misma escribió en "El libro mayor de Violeta Parra", publicado en Barcelona en el año 1985, como asomándose a algún manuscrito de despedida de su madre. "Yo me llamo Violeta Parra, pero no estoy muy segura. Tengo cincuenta años a disposición del viento fuerte. En mi vida me ha tocado muy seco todo y muy salado, pero así es la vida exactamente, una pelotera que no la entiende nadie. El invierno se ha metido en el fondo de mi alma y dudo que en alguna parte haya primavera; ya no hago nada de nada, ni barrer siquiera. No quiero ver nada de nada, entonces pongo la cama delante de mi puerta y me voy".
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