miércoles, 23 de enero de 2008

CARLOTA AMALIA DE BELGICA


Antes de que Carlota cumpliera dieciséis años, surgieron dos aspirantes a su mano. El primero de ellos fue su primo el joven rey Pedro V de Portugal, hijo de la difunta reina de Portugal Maria da Gloria y de Fernando de Sajonia Coburgo, sobrino del rey Leopoldo. El joven monarca le pareció a Carlota algo insípido y lo rechazó a pesar de la insistencia de su prima la reina Victoria para que lo aceptara. El otro pretendiente fue el príncipe Jorge de Sajonia, de veinticuatro años, hermano menor del nuevo rey, pero tampoco fue del agrado de la joven princesa de Bélgica.

Poco después en 1856 la corte de Bélgica recibió la visita del archiduque Maximiliano de Austria. Carlota quedó prendada del joven que "alto, hermoso, galante, diferente a todos los demás hombres que la rodeaban". Le impresionó la cantidad de temas de los que el archiduque era capaz de platicar, sobre las mejoras que pensaba hacer a la armada naval austriaca a la cual pertenecía, sobre el puerto que deseaba construir en Trieste, sobre arte, sobre el mar, sobre botánica. La princesa estaba totalmente enamorada.

Maximiliano, por su lado, no estaba del todo convencido acerca de Carlota. El habia conocido a una princesa portuguesa de nombre María Amalia de Braganza, ambos tenían planeado casarse pero ella enfermó de gravedad y murió antes de casarse en la isla de Madeira dónde pasó sus últimos años. Maximiliano quedó muy dolido por ésta pérdida y vivió enamorado de María Amalia llevando siempre consigo un anillo que contenía un rizo de la princesa fallecida que usó hasta el día de su muerte. Sin embargo al fín se decidió y cuando regresó a Austria, inició las negociaciones para pedir su mano.

El matrimonio fue puramente por interés económico, pues Maximiliano necesitaba desesperadamente el dinero para pagar las deudas de la construcción de un castillo en Trieste en la costa del Adriático, sin embargo, debido al gran interés que mostraba el rey Leopoldo por formalizar las relaciones entre su hija y el archiduque austriaco, éste comenzó a pensar que el interés del rey podía esconder alguna jugada política. Esto llegó a oídos del monarca quien escribió a Maximiliano asegurándole que su interés por formalizar el noviazgo era puramente debido a la simpatía que Carlota sentía por él y no escondía ninguna razón política. Maximiliano le respondió pidiendole formalmente a Leopoldo la mano de Carlota. La petición fue aceptada y el archiduque le escribió a su novia: "La favorable respuesta de Su Majestad, vuestro augusto padre, me hace profundamente feliz. Me autoriza a dirigirme a Vuestra Alteza Real para expresarle los sentimientos más hondos, agradecidos y cordiales ... asegura la felicidad de mi vida... expreso mi gratitud a Vuestra Alteza Real ...vuestra Señora, el más rendido Maximiliano".
En diciembre de 1856 Maximiliano volvió a Bélgica con el fin de formalizar los esponsales. Carlota encontró a su novio "encantador desde todos los puntos de vista. Él le mostró los planos del castillo que planeaba construir en Trieste a orillas del Adriático, cuyo nombre sería Miramar. A Carlota le pareció "arrebatador". El archiduque pasó en Bruselas la Navidad y el Año Nuevo y ofreció como regalo a su prometida un par de pendientes, un broche de diamantes y una pulsera con guardapelo que contenía un rizo suyo.

Gracias al rey Leopoldo, el emperador de Austria, Francisco José, hermano de Maximiliano, nombró a éste Gobernador General del reino de Lombardía y Venecia, provincias italianas en poder de Austria. El 19 de abril de 1857 Maximiliano hizo su entrada en Milán para tomar posesión de su nuevo cargo.

El 27 de julio de 1857 se celebró la boda de la Princesa Carlota de Bélgica con el Archiduque Maximiliano de Austria. El matrimonio civil se llevó a cabo en el Salón Azul del Palacio Real de Bruselas. La novia apareció con un traje de seda blanco bordado en oro y un velo inmenso, obra de las encajeras de Bruselas, que caía en ondulados pliegues coronado con una diadema de azahares y diamantes. Iba del brazo de su padre, el Rey Leopoldo, quien iba enfundado en un uniforme de teniente general del Ejército Belga. Maximiliano iba vestido de almirante de la Armada Austriaca. La ceremonia oficial la ofició el Alcalde de Bruselas. Después se trasladaron a la Iglesia de Santa Gúdula, en donde el Obispo Cardenal Deschamps ofició la ceremonia religiosa. Asistieron a la boda, entre otros, la ex-reina Maria Amalia de Francia, abuela de Carlota, el príncipe Alberto, en representación de su esposa, la reina Victoria, y el archiduque Carlos Luis, hermano de Maximiliano. El archiduque entregó a su esposa veinte mil florines como regalo de boda.

Al día siguiente los nuevos esposos rezaron ante el sepulcro de la madre de Carlota, la Reina Luisa María. La archiduquesa estalló en sollozos. Desde que su madre murió había guardado siempre una serenidad inquebrantable, pero ahora, al lado de un hombre al que amaba, llena de esperanzas y de felicidad, dio rienda suelta sus sentimientos ante la tumba de la Reina. Maximiliano la condujo fuera de la capilla pero antes de salir, Carlota volvió la cara hacia el sepulcro y se arrodilló de nuevo.

Maximiliano y Carlota dejaron Bruselas y por vía fluvial a través del Danubio, llegaron a Viena en donde se presentaron a la archiduquesa Sofía, la madre de Maximiliano, quien los recibió en el puerto de Linz. La archiduquesa se mostró encantada de ver tan feliz a la joven pareja; consideró a Carlota como una muchacha inteligente digna de su hijo y le pareció que su figura radiante y saludable sería muy apropiada para la maternidad. Carlota escribió a su querida Condesa d'Hulst, su antigua gobernanta y amiga de su madre: "La querida Archiduquesa me trata ya como a su propia hija".

La corte de Viena estaba de luto debido a la reciente muerte de la pequeña hija del emperador Francisco José, hecho que había distanciado a la archiduquesa Sofía y a su nuera la emperatriz Elisabeth; Sofía acusaba a Eisabeth de ser descuidada y no cumplir con sus deberes de emperatriz, esposa y madre. Francisco José ordenó la suspensión del luto para recibir a su hermano y a su joven esposa y le dio la bienvenida a Carlota a la familia con exquisita cortesía y tratando a Maximiliano con mucho afecto, pero sin dejarlo de hacerlos sentir que quería que salieran rumbo a Italia a retomar su cargo al día siguiente. La recepción que dio Elisabeth a la esposa de su cuñado fue más bien fría. El hecho de que Sofía alabara las cualidades de Carlota, haciendo hincapié en que era hija y nieta de reyes, mientras que Elisabeth porvenía de una rama ducal menor de Baviera, habían despertado la antipatía de la emperatriz por la joven esposa de su cuñado. Además Maximiliano, mientras estuvo soltero, había sido para ella un excelente compañero, que compartía sus gustos por los animales y la naturaleza. La camaradería que había mantenido cambiaría por completo ahora que se había casado con esta princesa belga tan aburrida como inteligente.

El esplendor de la corte austriaca dejó maravillada a Carlota que estaba acostumbrada a la sobriedad de la corte belga, y llena de felicidad escribió: "Me siento ya de cuerpo y alma una verdadera Archiduquesa. Me siento tan querida por mi nueva familia que desde el primer día me siento entre ellos como en mi propia casa".

Sometiéndose a los deseos del emperador, Maximiliano y Carlota salieron de Viena al día siguiente y después de visitar algunas ciudades pertenecientes a la jurisdicción de Maximiliano, el 6 de septiembre, el Gobernador General de Lombardía y Venecia y su joven esposa entraron en Milán, sede del gobierno austriaco en Italia, en donde se instalaron en el palacio real de Monza en las afueras de la ciudad. Ambos estaban enamorados de Italia y Carlota era especialmente feliz al lado de su esposo. En Monza disfrutaban de un servicio de reyes, compuesto por damas de honor para Carlota y chambelanes, mayordomos y lacayos para Maximiliano. En cualquier ciudad italiana que visitaba, Carlota mostraba su ansia por aprender y su pasión por ver y conocer museos e iglesias. Disfrutaba de los ceremonias oficiales y banquetes, lo que complacía a Maximiliano.

Desde 1856 estaba construyendo un palacio, que se llamaría Miramar, sobre una roca a una legua de Trieste. En 1859 ansiaba que se terminara el palacio para poder fijar ahí su residencia con Carlota, lejos de Viena y a orillas de su amado mar. Carlota escribió a su gobernanta: "Ahora que tiene tan poco que hacer, el Archiduque pasa la mayor parte de su tiempo en dar los últimos toques a lo que es su propia creación. Tanto la casa como los jardines son de una belleza extraordinaria y la situación es única. Por mi parte me dedico a pintar bastante y a corregir el diario que llevé en nuestros recientes viajes. Tenemos la intención de realizar algunos viajes en yate por la costa istriana, pues tenemos que aprovechar a lo más nuestro actual tiempo libre pues quien sabe lo que nos depare el futuro".

Carlota seguía profundamente enamorada de Maximiliano; estaba siempre puesta a compartir sus entusiasmos y sus gustos y ansiosa por complacerlo. Durante el otoño de 1859, mientras navegaban por la costa dálmata, Maximiliano y Carlota descubrieron un monasterio abandonado y en ruinas en la hermosa isla de Lacroma, justo en el punto donde Ricardo Corazón de León había naufragado durante una de sus Cruzadas. Maximiliano se entusiasmo tanto con la idea de poseer la isla y restaurar el monasterio, haciendo de él una hermosa casa de veraneo; sólo estaba el inconveniente de las deudas adquiridas por la construcción de Miramar, muchas de las cuales había accedido a pagar su padrino el ex-emperador Fernando, y no estaba en condiciones de adquirir nuevas deudas. Carlota, como siempre ansiosa por complacerlo, compró ella misma la isla con su propia dote.

Sin embargo Maximiliano ya no estaba tan enamorado de Carlota, o quizás nunca lo había estado. Admiraba su inteligencia y muchas veces seguía sus consejos, pero no le atraía como mujer. Antes de terminar el año de 1859 el palacio de Miramar estuvo terminado y la joven pareja se instaló ahí. Aquel invierno, Maximiliano, huyendo del frío, viajó a la isla de Madeira en donde pasó unos días en compañía de su cuñada le emperatriz Elisabeth, dejando a Carlota sola en Miramar. Fue el primer desengaño que sufrió la Archiduquesa en su matrimonio. Maximiliano continuó su viaje hacia a América del Sur y Carlota pasó todo el invierno sola en Miramar.

Maximiliano regresó a Miramar para reunirse con Carlota en la primavera de 1860. Por esta época Carlota escribió a la Condesa d'Hulst: "Llevamos ahora una vida muy pacífica, tratando de hacer que la gente nos olvide...Miramar será nuestra residencia en la ciudad y Lacroma nuestra casa de verano, aunque nuestra modesta vida se acomoda muy bien a un patrón muy sencillo. El esplendor del pasado quedó atrás y disfrutamos resignadamente lo que el presente nos ofrece. La Providencia nos ha dado demasiado, y a pesar de que muchos de sus regalos se han ido ahora, aún tenemos suficiente para ser felices, aun si es de una manera diferente" Tres semanas después volvió a escribir: "Aunque la vida que llevamos actualmente no es lo que yo había imaginado, os puedo asegurar que hay veces que doy gracias a Dios por ella, puesto que estando la situación como en el presente, es mejor vivir fuera del mundo, puesto que cuando uno posee menos, menos tiene uno que perder. No sé lo que pasará en el futuro, pero la situación debe retornar a la normalidad y llegaré entonces el día, y no estoy siendo movida sólo por la ambición, cuando el Archiduque juegue otra vez un papel importante en los asuntos mundiales, ya que él nació para gobernar, y posee además todas las cualidades para hacer feliz a la gente. me parece imposible que todas estas cualidades se desperdicien, después de estar brillantemente ocupado por menos de tres años."

No sólo hablaba Carlota por Maximiliano, sino también por ella misma, pensando también en que sus propios talentos estaban desperdiciados. Añoraba una vida activa y además estaba desconsolada por la falta de un hijo, pero era demasiado orgullosa y reservada para confesárselo a su gobernanta.

Aquel mismo año, Maximiliano y Carlota visitaron Viena teniendo una fría recepción por parte del Emperador y la Emperatriz. Las relaciones entre los dos hermanos estaban demasiado tensas desde el asunto de Lombardía y Venecia. Un año después recibieron la visita de Francisco José y Elisabeth en Trieste, durante la cual Carlota sufrió varias humillaciones por parte de la Emperatriz. Cuando los dos hermanos salían algún acto público, Elisabeth se encerraba en su habitación dejando sola a Carlota. El mayor insulto fue cuando el gran perro ovejero que la Emperatriz había traído de Madeira atacó y mató al pequeño terrier que la reina Victoria había regalado a Carlota, cuya pena no le importó en lo más mínimo a Elisabeth, quien incluso comentó su desagrado por los perros pequeños. La archiduquesa sufría además ataques de celos por la atención que Maximiliano le prestaba a su cuñada, llegando la situación al clímax cuando Elisabeth sufrió un nuevo ataque de depresión y Francisco José le pidió a su hermano que la acompañara a la isla de Corfu y la dejara cómodamente instalada para su recuperación. Además de los celos y de sentirse completamente ignorada, Carlota se indignaba al ver que Maximiliano era tratado simplemente como un caballero de compañía que era llamado únicamente para atender a su neurótica cuñada.

Así era la situación en Miramar cuando Maximiliano y Carlota oyeron hablar por primera vez del trono de México.

Cuando los monárquicos mexicanos le ofrecieron a Maximiliano el trono de México, Carlota le dio una inmediata bienvenida al proyecto. Era la oportunidad que esperaba para escapar de la tediosa vida en Miramar y para que ella y Maximiliano ocuparan el lugar que creían merecer. Ambos dedicaron gran parte de su tiempo a leer y estudiar todo sobre México, país que estaba dividido por la guerra civil y las ideas religiosas. Pidieron consejo al rey Leopoldo sobre la respuesta que debía de dar a los mexicanos y él les contestó que todo giraba en torno a lo que el propio país pidiera. El duque de Brabante escribió a su hermana que México era un magnífico país en el cual había mucho que hacer.

La empresa estaba auspiciada por el Emperador de los franceses, Napoleón III, y por su esposa Eugenia de Montijo, ferviente partidaria de establecer una monarquía en México, quienes estaban dispuestos a mandar un gran ejército para apoyar al Imperio mexicano.

Movida por la ambición de ocupar un trono Carlota estaba muy entusiasmada con la aventura mexicana. Sin embargo quería asegurarse de la situación real de México, pues consideraba que ella y Maximiliano no habían recibido una sola noticia que no pasase a través de los mexicanos emigrados que vivían en París, grupo insignificante para representar a ocho millones de mexicanos. Escribió a su padre pidiéndole que enviara a alguien que resultara un exponente imparcial de la situación en México, sugiriendo a un tal Bourdillon, un inglés de origen francés, que había sido expulsado por el presidente mexicano Benito Juárez, debido a sus ideas conservadoras. Sin embargo Bourdillón no resultaría tan imparcial en sus opiniones sobre México, pues para él, que estaba más interesado en los negocios que en el periodismo o la política, la riqueza mineral del país ofrecía una perspectiva fascinante. Al ser expulsado de México, pidió al ministro inglés, Sir Charles Wyke le que le otorgara su protección diplomática, pero el ministro se negó a dársela debido a que le disgustaban sus negocios y Bourdillon se vio obligado a abandonar el país. Sin embargo en Europa era considerado una autoridad en asuntos mexicanos y Maximiliano y Carlota, así como el rey Leopoldo lo escucharon con gran interés. Bourdillon manifestó que sería posible establecer una monarquía en México en cuatro o cinco meses. Dijo también que los mexicanos eran incapaces de emitir un opinión sobre nada y no tenían ni la más mínima idea de lo que era ser liberal. Había en México, según él, una gran ignorancia y el país estaba asolado por ladrones. Era una misión cristiana reformarlo y civilizarlo, aunque no era una misión envidiable porque los archiduques eran demasiado buenos para México. Sin embargo no había duda que el país estaba destinado a ser un gran impero.

Carlota, empañado su juicio crítico por la ambición, estaba convencida que Maximiliano debía de aceptar la corona de México que Napoleón y los mexicanos le ofrecían; Maximiliano, sin embargo, dudaba.

La madre del Archiduque, la archiduquesa Sofía, se oponía a la aventura mexicana. Durante una visita a Viena, Carlota no se separó de sus esposo, temiendo que su suegra pudiera convencerlo de no aceptar la corona. En una carta a Sofía, Carlota le suplicaba no hacerlos infelices teniendo una opinión contraria a sus deseos, pues, en dado caso, ello no alteraría la decisión de Maximiliano, una vez que éste se hubiera decido a aceptar.

La abuela de Carlota, la ex-reina María Amalia de Francia, trató también de prevenirla, aconsejándole que no se dejara cegar por la ambición. Carlota le respondió en una carta con estas palabras: "Soy la última persona en querer un trono. Como recordarás, una vez pude tener uno (el de Portugal) cuando tenía diecisiete años, el cual rechacé por estar más interesada en otras cosas, pero hay mucha diferencia entre ir en busca de un trono y en tomarse uno mismo la gran responsabilidad de rechazar uno, particularmente cuando uno siente en sí mismo, la habilidad y posibilidad de llevar a cabo una empresa de tanto mérito, Hacer eso sería oponerse uno mismo a su propia conciencia y fallar en su deber ante Dios. Cuando uno siente que esta llamado a reinar, aparece entonces una vocación, como cualquier vocación religiosa... Dices, mi querida abuela, que esperas que yo tenga un mejor futuro, pero además del hecho de que está tan lejos, México es un país bellísimo. Y hay muy pocos tronos que no sean precarios. En el supuesto caso de que fracasáramos, Max aun está en línea de sucesión al trono de Austria...hubiera podido estar noventa años sin otra cosa mejor que hacer que construir otra casa diseñar otro jardín... siendo este el caso ¿te sorprende que un hombre joven y activo de 31 años esté tentado de acceptar un cargo que puede brindarle inmensas posibilidades?... Mucha gente me acusa de ambiciosa... pero lo único que quiero es proporcionar un bien al mundo y necesito un horizonte más amplio del que tengo actualmente".

En esta carta a su abuela, Carlota expresa por completo su manera de sentir acerca de su situación y de la perspectiva que se les abría a ella y a Maximiliano al aceptar el trono mexicano Ambos viajaron a París en marzo de 1864 en donde se entrevistaron con Napoleón y Maximiliano firmó los convenios provisionales, aceptando el trono, mismos que debían ratificarse más tarde en Miramar después de aceptar oficialmente la corona.

Posteriormente, los archiduques viajaron a Inglaterra en donde visitaron a la reina Victoria y a la abuela de Carlota. La anciana reina les suplicó que se olvidaran de la aventura mexicana y como si estuvieran frente a una visión exclamó: “¡los asesinarán!”. Aunque la entrevista con la reina María Amalia los dejó consternados, Maximiliano y Carlota no hicieron caso de la premonición de la anciana. Carlota era por completo partidaria de aceptar la corona, le seducía el brillo de un imperio y la ambición de poder. Influía enormemente en Maximiliano, para quien el apoyo de su esposa era imprescindible.

Los archiduques dejaron Inglaterra y se dirigieron a Viena en donde Francisco José pidió a Maximiliano que renunciara a sus derechos al trono de Austria a cambio de recibir apoyo del emperador para la aventura mexicana. Maximiliano, indignado, se negó a aceptar. Carlota habló con su cuñado tratando de convencerlo de que desistiera de su idea, pero lo único que logró fue que se les concediera una pensión de ciento cincuenta mil florines en caso de que volvieran de México. El rey Leopoldo escribió a su hija aconsejándole que no permitiera que su esposo perdiera sus prerrogativas hereditarias. Carlota trató de que la archiduquesa Sofía le ayudara en su causa. La archiduquesa, a pesar de no estar de acuerdo en que Maximiliano fuese a México, intercedió en su favor ante su hijo mayor, sin tampoco lograr nada.

Carlota volvió decepcionada a Miramar. Convenció a su esposo de que lo mejor era firmar la renuncia a sus derechos al trono austriaco. El 9 de abril de 1864 Maximiliano firmó la renuncia y al día siguiente aceptó formalmente el trono de México.

El 14 de abril el futuro emperador y su esposa abandonaron Miramar a bordo de la fragata Novara, con destino a México. El 19 de abril hacen una escala en Roma para visitar al Papa Pío IX, quien promete enviar un nuncio a México para tratar más ampliamente el asunto de los bienes nacionalizados de la Iglesia en ese país.

La Novara llegó a México el 28 de mayo de 1864 y a la mañana siguiente Maximiliano y Carlota atravesaron en un carruaje las desiertas calles de la ciudad. Nadie había acudido a recibirlos. Carlota, con un nudo en la garganta, tenía lágrimas en los ojos. Esperaban una grandiosa bienvenida y sólo encontraban las calles desiertas de una ciudad atacada por la peste y un calor insoportable. Continuaron su viaje por tren hasta Paso del Macho, en donde terminaba la línea del ferrocarril. Ahí hubo que continuar el viaje por diligencia de posta. El paraje era tan salvaje que Carlota llegó a pensar que en cualquier momento Juárez, al frente de una banda de guerrilleros, los pudiese atacar. Atravesaron varios pueblos y ciudades como Córdoba y Orizaba; en el trayecto tuvieron serios percances como la rotura de la rueda de la diligencia en que viajaban los emperadores. Continuaron el viaje rumbo a Puebla. En la tarde del 7 de junio llegaron a Cholula en donde se había congregado una multitud de indígenas para presenciar una ceremonia en que se coronó de flores a los emperadores. Como era su cumpleaños número veinticuatro, Carlota donó siete mil pesos para reedificar el albergue para indigentes.

El 12 de junio Maximiliano y Carlota hicieron su entrada solemne en la ciudad de México en un lujoso carruaje y se les dio un ostentoso recibimiento. El Palacio Nacional fue la primera residencia de la pareja imperial. Posteriormente Maximiliano escogió el Castillo de Chapultepec como residencia y mandó trazar un camino que le conectase a la ciudad (el actual Paseo de la Reforma), que se llamó originalmente "Paseo de la Emperatriz".

Una vez instalado en su imperio, Maximiliano comenzó a seguir sus inclinaciones liberales. Pensaba que sería un error devolver a la Iglesia los bienes confiscados pues implicaría trastornos económicos y además pondría aún más en su contra al partido liberal, que era una gran parte de la población a la que había que ganarse. Con su sencillez y encanto personal, buscaba ganarse a la gente. Carlota por su parte, aunque también trataba de ganarse a la gente dedicándose a obras de caridad, visitando escuelas y hospitales, carecía del encanto de su marido; era seria y adusta y no platicaba frivolidades, sino argumentos y temas que denotaban su inteligencia y preparación. Le gustaba saber y conocer sobre todo lo que veía y continuamente hacía preguntas a sus damas de compañía mexicanas, que muchas veces no sabían responder, como por ejemplo, “¿Cuántos años tiene la Catedral?” o “¿Bajo que virrey se construyó la Escuela de Minería”?.

Paula Kolonitz acompañó a Maximiliano y Carlota como parte de su séquito y aunque debía regresar a Europa al tocar costas mexicanas, se quedó en México durante seis meses. En su libro Un Viaje a México en 1864 retrata la vida nacional de mediado del siglo XIX.

"Después de una travesía de un mes las fragatas Novara y Themis llegaron a San Juan de Ulúa el 28 de mayo de 1864 y con ellas Maximiliano de Habsburgo y Carlota Amalia, pero en contraste con la partida de Italia, donde diez mil personas los despidieron, en Veracruz el recibimiento no fue lo mismo".

"Nadie se movía en el puerto, el nuevo soberano de México estaba frente a su propio imperio, pero sus súbditos se habían escondido. Nadie lo recibía".

"Finalmente, al caer la tarde, llegaron las autoridades de Veracruz y tronaron los cañones del fuerte de San Juan de Ulúa; se iluminó la ciudad de Veracruz con miles de fuegos de Bengala y la flota francesa puso sus fanales en los mástiles, lanzando sus rayos".

"En el viaje a la capital la situación cambia y Córdoba recibe al empreador con música, gritos incesantes y cañonazos. A las dos de la mañana llegó la pareja imperial y a esa hora tuvo que recibir homenajes, oír discursos, responder y aceptar una cena que no acababa nunca".

"El 12 de junio, escoltados por el regimiento de lanceros mexicanos, cazadores de África y los húsares franceses, los soberanos hacen su entrada triunfal en la ciudad de México. Por todos lados se levantaron arcos del triunfo, las calles estaban atestadas de gente. De las casas por las que pasaba la carroza imperial tiraban flores y poesías impresas".

"En cuanto al regocijo popular, no era menor: Los indios se agolpaban por todos lados mezclándose a la alegría común, puesto que veían en el emperador al hombre sabio que habría cruzado los mares para traerles la felicidad y sacarles de su miserable condición".

"Al asumir el trono, Maximiliano despliega una actividad febril; reorganiza la Academia de San Carlos, funda los museos de Historia Natural, de Arqueología y crea la Academa Imperial de Ciencias y Litetarura. Aunque decreta el catolicismo como religión oficial del imperio, mantiene alejado al clero del gobierno. Carlota por su parte, organiza fiesta de beneficencia para obtener fondos para las casas pobres".

"En sus ratos libres, la condesa aprovecha para conocer la capital y contemplaba maravillada las iglesias y conventos, acueductos, teatros y palacios. El paseo más bello de la ciudad es la Alameda. Los franceses y los mexicanos aquí se encuentran; los caminos internos son reservados a los peatones pero los jinetes las circundan en largas filas. Las damas son Amazonas apasionada y valientes... A las seis de la tarde, en largas filas de carrozas, los mexicanos van al paseo. Aquí vienen las damas con grandes atavíos vespertinos, escotadas, engalanadas de flores... Los hombres vienen a caballo y vistiendo el traje nacional, pero cuando van a pie o dentro de sus casas, usan el traje francés... Los solteros llevan sobre la frente del caballo una banderola con el nombre de su novia. Atrás, en apoyo, va siempre un bello sarape, más atrás cuelgan el lazo y una piel de cabra que sirve para proteger las pistoles y así cabalga el mexicano por el Paseo y también así viaja por todo el país. Después del paseo de la Alameda todos vuelven a sus casas; es la hora del baño diario y por cierto, hay muchos y muy bellos baños púiblicos en todas las calles de la ciudad; pero cada casa particular tiene su baño propio".

"Observadora acuciosa la condesa aprecia los fuertes lazos que unen a las familias mexicanas. Después de la hora del Paseo, si hay alguna compañía de ópera se va al teatro, pero lo más frecuente es que las familias se queden en casa y reciban la visita de amigos. Entonces se juega a las cartas, se toca música, se conversa. En México, la vida de la familia es de las más íntimas. Las relaciones entre padres e hijos, entre hermanas y hermanos, son afectuosísimas (...) Los matrimonios viven en un feliz acuerdo y el afectuoso marido llena de regalos a la mujer, lo que es considerado la mayor pueba de amor".

"Y sin embargo, nada hay para un europeo que ofrezca mayor interés en la ciudad de México que la vida pública en las calles, especialmente por las mañanas, cuando el correr y la agitación son mayores. Las damas se dirigen a la iglesia siempre vestidas de negro llenas de velos. Y entre aquellas almas devotas corren medio desnudos los indios, éste llevando sobre la espalda una grandísima jaula con siete o más papagayos; aquel corriendo por aquí y por allá ofreciendo frutas, dulce de membrillo, castañas cocidas; otros vendiendo figuras de cera, objetos de oro y de plata, peines de carey, ollas y utensilios de madera que ofrecen gritando estrepitosamente, mientras que la voz de los aguadores se oye por todos lados".

"La condesa no oculta su admiración por Maximiliano: La sencilléz de sus modales y su amabilidad despertaban las más vicas simpatías. Les parecía imposible a los mexicanos que el emperador fuese afable con todos, que a todos graciosamente escuchase, que respondiese a este o aquel con la suave benevolnecia que le era propia. Pero, también se pregunta: ¿Triunfará en esta obra? La esperada victoria del sur de los Estados Unidos de América, que era necesaria para el buen éxito, no ha sido obtenida".

"El 10 de agosto Maximiliano emprende un viaje para conocer el país y en su ausencia, es Carlota quien preside el Consejo de Ministros. Durante los primeros días de septiembre, se celebraron las fiestas de la Independencia Mexicana. Se cantó un Te Deum, hubo banquete en la corte y representaciones en el teatro. Sin embargo, se respiraba en torno de toda aquella festividad y alegría, un aire de descontento y de desánimo".

"La noche del 2 de octubre un terremoto sacude la ciudad y los europeos pasan el susto de sus vidas: Parecía que en cualquier momento caería el techo de mi cuarto y que las paredes se precipitarían sobre el patio. Jamás podré olvidar aquella impresión aterradora, angustiosa, cuando parece que la tierra huye de nuestros pies y se pierde toda seguridad". Relata en su libro Kolonitz.

El 29 de noviembre llegó a México el nuncio papal que Pío IX había prometido enviar a México con el propósito de solucionar el asunto de los bienes incautados. Era el cardenal Pedro Francisco Meglia. Maximiliano trató de negociar con Moseñor Meglia un arreglo para la situación de la Iglesia, pues como se dijo anteriormente, él no estaba de acuerdo en regresar los bienes. Pero el nuncio no transigió. Carlota, que compartía las ideas del emperador, mandó llamar al nuncio con el que dialogó durante dos horas exponiéndole los más convincentes argumentos, que sin embargo no lograron convencerlo. La conversación terminó cuando Monseñor Meglia le dijo a la emperatriz que había sido el clero quien había fundado el imperio mexicano. Carlota respondió con furia: “¡Un momento! No fue el clero, fue el emperador quien lo fundó el día de su llegada. Reverencia, suceda lo que suceda, me tomaré la libertad de recordaros esta conversación. No somos responsables de las consecuencias, pero si la Iglesia no nos ayuda, nosotros ayudaremos a la Iglesia en contra de su voluntad.”

Iracunda, la emperatriz comentó que tendría que arrojar al nuncio por la ventana ya que era la persona más necia que había conocido. Informó a su marido de su fracasada conversación con Monseñor Meglia y el 27 de diciembre el emperador proclamó la nacionalización de los bienes de la Iglesia y la libertad de cultos. El nuncio regresó a Roma sin despedirse y el imperio mexicano perdió el apoyo de la Iglesia.

Maximiliano acostumbraba pasar varios días en su casa de descanso en Cuernavaca. Durante sus ausencias Carlota actuaba en México como regente, tomando toda clase de disposiciones, desde medidas sanitarias, educativas, de ganadería, agricultura y minería, hasta trazos de carretera. Se decía que cuando Maximiliano estaba en Cuernavaca, era cuando verdaderamente había un gobernante en México.

Había discrepancias entre los jefes del ejército francés en México. El general Bazaine, comandante supremo, que adulaba a Napoleón diciéndole que la situación militar en México era excelente, cosa que estaba muy lejos de la verdad, sugería retirar de México algunas tropas, mientras que Félix Douay, general del cuerpo expedicionario francés, se oponía a estas medidas, diciendo que era imposible controlar un páis mucho más grande que Francia con tan pocos hombres. Carlota apoyaba a Douay; sin embargo Bazaine logró que Napoleón mandara llamar a Douay a finales de 1864. La emperatriz vio con inquietud la retirada de Doauy ya que empezaba a darse cuenta de la crítica situación del país. No podía salir a cabalgar en su yegua Isabella, sin que previamente un pelotón de infantería francesa tuviera que despejar el camino, pues las calles y carreteras estaban llenas de guerrillas juaristas.

A principios de 1865 llegaron a México las tropas de voluntarios austriacos y belgas que enviaban Francisco José y el rey Leopoldo. Los seis mil austriacos venían bajo las órdenes de Franz Thum y los mil doscientos belgas bajo el mando del teniente coronel Alfred van der Simissen. Con estos cuerpos de voluntarios, Bazaine obtenía un efectivo total de sesenta y tres mil ochocientos hombres.

En una carta fechada el 3 de febrero Carlota le escribió a la emperatriz Eugenia , donde le suplicaba no retirar más tropas sino por el contrario, enviar refuerzos. Combatía los informes de Bazaine, según los cuales no había guerrillas y alababa las acciones de Douay, sugiriendo sin manifestarlo, que este general sustituyera a Bazaine al mando de los ejércitos en México.

Mientras la situación en el imperio se agravaba, la vida marital de los emperadores permanecía rodeada de misterio. Hacía mucho tiempo que Maximiliano y Carlota no compartían el mismo lecho. Carlota se llevaba a su cama el libro de leyes recién promulgadas y Maximiliano no se aparecía en su habitación. Cuando salían juntos y les destinaban para alojarlos cómodos dormitorios con amplios lechos, Maximiliano no los utilizaba, sino que mandaba instalar una hamaca en algún lugar y ahí pasaba la noche.

El por qué del distanciamiento entre los jóvenes y supuestamente enamorados emperadores era un misterio, pero había rumores de que Maximiliano había contraído alguna enfermedad venérea durante su viaje a Europa y esto lo imposibilitó a seguir teniendo relaciones sexuales con su esposa. O quizá Carlota supo de alguna infidelidad de su esposo que su orgullo de mujer le impidió perdonar. Un sirviente austriaco de Maximiliano, Antonio Grill, observó que la joven pareja lleva una vida sexual normal hasta la visita a Viena en 1860; a partir de entonces todo había cambiado Se rumoraba también que Maximiliano era impotente o que quizá Carlota sentía aversión por las relaciones sexuales. Lo primero es improbable ya que Maximiliano tuvo varias aventuras en Cuernavaca, quizá buscando el amor que Carlota le negaba. Sea cual fuere la realidad, la pareja imperial no tenía heredero y Carlota lo anhelaba profundamente. Al no tenerlo, refugió su frustración sumiéndose en una actividad y un trabajo constante.

El imperio necesitaba un heredero. Maximiliano concibió la idea de adoptar un niño. Pero ¿quién sería el niño ideal para sucederlo en el trono de México? El difunto emperador Agustín de Iturbide había dejado tres hijos y una hija. El segundo de los varones, Ángel Iturbide, casado con una norteamericana de nombre Alice Green, tenía a su vez un pequeño hijo de tres años, nacido el 2 de abril de 1863, llamado Agustín, como su abuelo. Maximiliano firmó un convenio secreto con la familia Iturbide, en el cual se estipulaba que el emperador se convertía en tutor del pequeño Agustín, que recibía el título de príncipe y presunto heredero del trono imperial, quedando como co-tutora su tía Josefa Iturbide. A cambio, la familia recibía una gratificación de ciento cincuenta mil pesos, se les asignaron generosas pensiones y recibieron el título de príncipes, con la condición de que tenían que exiliarse del país. Sólo Josefa Iturbide podía quedarse con el pequeño príncipe. Alice, la madre del niño, no estaba de acuerdo en separarse de su hijo, pero cedió bajo las presiones del resto de la familia.

Carlota no fue consultada sobre la adopción del niño; ella simplemente aceptó la decisión de su marido, con renuencia pero con dignidad, y ocultó sus sentimientos que sólo expresó en una carta a su abuela la reina María Amalia:
“Me siento vieja, si no a los ojos de los demás, si a los míos propios y mis pensamientos y sentimientos están muy lejos de ser lo que exteriormente aparento.... La adopción del pequeño Agustín de Iturbide ha sido sólo una necesidad dinástica. Es un acto de justicia el tomar bajo nuestra protección a la descendencia del antiguo régimen.... la gente dice que tengo influencia y que la uso de una o de otra manera. Pero Max es muy superior y no puedo entender como es que puedo influenciar en él en cualquier cosa. Soy demasiado leal para intentarlo. Sólo trato de ayudar en lo que puedo. Me parece natural en nuestra posición que una esposa que no es madre de familia se dedique devotamente a ayudar a su marido. Lo hago porque Max lo desea y además por mi amor a la ocupación productiva .... Por todo lo que te digo querida abuela, tú podrás juzgar por ti misma la verdad sobre las críticas que han llevado de mí a Roma. Dicen que soy una especie de arpía, cuando soy como tú siempre me has conocido... Quizá sólo tenga la ambición de hacer el bien, pero sólo como esposa de Maximiliano...

La pareja imperial también adoptó como co-heredero a un primo del pequeño Agustín, Salvador Iturbide, de quince años de edad. Salvador, nacido el 18 de septiembre de 1849, era hijo del octavo hijo del emperador Agustín, Salvador Iturbide y de doña Rosario de Marzán, fallecidos en 1848 y 1859, respectivamente, por lo que el joven era huérfano cuando fue adoptado por los emperadores.

José Luis Blasio, secretario particular y confidente del Emperador Maximiliano, escribió en sus memorias:
«Como Maximiliano no tenía hijos, y sabía perfectamente que nunca los tendría, había formado el proyecto de adoptar a dos nietos del emperador Agustin de Iturbide. Se convino, pues, que a la muerte de Maximiliano subiría al trono Agustín de Iturbide, el nieto del emperador del mismo nombre o su primo Salvador. Salvador fue enviado a Europa a continuar su educación con una pensión adecuada a su rango de príncipe. Esto se hizo porque Su Majestad suponía que la mejor forma de gobierno que podía convenir al país era la de la Monarquía hereditaria encarnada en dos príncipes nacidos en México».

Los liberales buscaron por todos los medios la derrota del imperio. Encabezados por Benito Juárez, permanecían firmes en la defensa de la República secular. Juárez gozaba del indiscutible apoyo de los Estados Unidos, quienes jamás vieron con buenos ojos la presencia en América de un régimen apoyado por las monarquías europeas, e hicieron cuanto pudieron por evitar que los conservadores mexicanos tuvieran éxito.

Al final, los cambios políticos a nivel internacional repercutieron en el Imperio Mexicano. Estados Unidos, que durante la mayor parte de esta época estaba enfrascado en su propia guerra civil entre los estados del norte y los del sur, había conseguido finalmente la paz, y estaba listo para apoyar al gobierno republicano de Juárez.

Napoleón III, por su parte, se enfrentaba a serias presiones en Europa bajo la amenaza de Prusia y requería que sus tropas regresaran a Francia, el retiro de sus tropas en enero de 1867, dejó sólo al Emperador de México para defender el trono. Ya con el apoyo económico de los estadounidenses a la facción republicana, y sin el ejercito francés ni el respaldo de los conservadores en el país, desencadenó el incrementó de las derrotas que el ejército de Maximiliano sufría frente a los guerrilleros Juaristas, por lo que retiró sus tropas y el Imperio se vino abajo, poco le quedaba por hacer a Maximiliano, decidido a enfrentarse a las consecuencias, desoyendo los consejos que le sugerían abdicar y regresar a Austria.

Carlota, que ya se había destacado como atrevida viajera yendo a la península de Yucatán para conocer a los mayas y las ruinas de Uxmal en 1865, decidió cruzar el Océano Atlántico en búsqueda de ayuda en Europa.

Entrevistándose con la nobleza europea, a quienes recordaba en vano el compromiso contraído cuatro años antes; pero el poco éxito de su petición pudo ser una de las razones por las que comenzó a mostrar síntomas de desequilibrio psíquico, ayudado por los continuos desplantes del emperador francés Napoleón III. Desde Francia, se dirigió a Trieste para descansar y después a Roma, con la intención de conseguir el apoyo papal e inclinar a los conservadores mexicanos a su causa. Ya con el papa Pío IX, a quien imploraba un concordato para el imperio tambaleante, sin embargo, del Papa únicamente consiguió promesas vagas que la desesperaron. Fue así como Carlota Amalia fracasó en el intento de lograr el apoyo europeo para la monarquía mexicana.

Finalmente Maximiliano fue sitiado con los restos de su ejército y aprehendido en Querétaro por soldados del general Mariano Escobedo, como consecuencia de la traición del Coronel Miguel López.

Tras un juicio en ausencia, celebrado en el teatro municipal por un coronel y seis capitanes, sin derecho a apelaciones y con base en un interrogatorio que en su mayor parte el Emperador se negó a contestar, se le condenó a muerte. La sentencia se cumplió el 19 de junio de 1867, en el cerro de las Campanas, junto con los generales conservadores Miguel Miramón y Tomás Mejía.

El Emperador de México, segundos antes de recibir las descargas del pelotón de fusilamiento (disparadas a un metro de distancia de su cuerpo), proclamó: "¡Mexicanos! Muero por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. Ojalá que mi sangre ponga fin para siempre a las desgracias de mi nueva patria. ¡Viva México!". Asimismo se dice que pagó a cada uno de los verdugos con una moneda de oro para que no se le disparase a la cara, así podria ser reconocido por su madre.

Sus restos fueron depositados al año siguiente en la Cripta Imperial de la Iglesia de los Capuchinos, en Viena.

Sólo meses más tarde se le notificó lo ocurrido a la viuda enferma, quien desde ese momento, su locura fue incrementándose, con episodios de lucidez y demencia, agravados por la muerte de Maximiliano en México.

Carlota pasó el resto de su vida recluida en diversos castillos. Primero en el pabellón (Gartenhaus) de su Palacio de Miramar; luego en el Castillo de Tervueren y, finalmente, en el Château de Bouchout, en Meise. Allí moriría 60 años después, el 19 de enero de 1927, víctima de una pulmonía.

Sus restos reposan en la cripta de la Iglesia de Laeken, lejos de los restos mortales de su marido, que descansa en Viena.

Existe la teoría de que la causa de la locura de Carlota fue debido a la ingesta de la seta teyhuinti, se dice que Carlota fue con una herbolaria de la Ciudad de México a la cual le pidió ayuda para poder concebir. Llevaba oculta su identidad con un velo, pero la herbolaria la reconoció, como la herbolaria era partidaria de Benito Juárez le dio el veneno.

Al teyhuinti se le conoce como “la carne de los dioses“, se emplea en soluciones muy diluidas, como un tónico, y que en infusiones muy concentradas puede producir un estado de locura permanente.

La princesa Marie Charlotte Amélie Augustine Victoire Clémentine Léopoldine de Saxe-Coburg nació el 7 de junio de 1840, a la una de la madrugada, en el castillo de Leaken, situado a aproximadas dos millas de distancia de la ciudad de Bruselas.


10 comentarios:

Anónimo dijo...

nautrosfera. te felicito por tu pagina de Carlota. bien redactada y con fluidez, tambien soy enamorado del segundoimperio mexicano . y de Carlota. mi mail.
andesmexico@yahoo.com.mx

Anónimo dijo...

Vaya! muy completa la información. En lo personal no deja de apasionarme la historia de Maximiliano y Carlota, ejercen un magnetismo impresionante a su alrededor tanto entonces como ahora en muchos de los que nos interesamos por el segundo imperio. Es más probable que Carlota enloqueciera por predisposición que por agentes externos, ya que Carlota era un costal de sentimientos reprimidos y en su personalidad, reflejada en su vestuario, arrastraba largos duelos (por su madre, por su abuelo, su padre, su abuela, su imperio perdido y su esposo). Como dijo Blasio "era más bien para preguntarse no porqué se había vuelto loca, sino cómo fue que no enloqueció antes ante tanta adversidad". En fin, muy buen trabajo, muchas gracias, te felicito.
b_alexl@yahoo.com.mx

Anónimo dijo...

Que buena redaccion eh, muy buen material si verdad yo estoy seguro que con maximiliano el mexico hubiese tenido mas avances que con Benito, la verdad segun se nuestro mexico con los que ha tenido mas avance ha sido con el Gral. Lazaro Cardena, Con Porfirio Diaz, y y con Maximiliano en su corto tiempo ya que ellos se dedicaron mas que nada hacer Valla, Carreteras, Vias para felocarriles, y meter industrias.

mi correo es: Carlos4015@hotmail.com

Anónimo dijo...

muy bien esta redactado con mucho enfoque y estudio y muy bien resumido y nada mas si seria tan amables de reponder mi duda la imagen es una foto o un cuadro porque se ven muy definidas sus facciones y en esa epoca ya existia la fotografia

Anónimo dijo...

Tengo las firme convicción de que con Maximiliano y Carlota este país sería una potencia mundial y no la basura que es ahora.

Más valía un emperador y su familia gobernándonos que psudopolíticos ladrones que nos mantienen en la miseria educativa, cultural y económica de siempre.

Parece como si este país cargara con la maldición de haber matado a un hombre bueno que vino del otro lado del mar a salvarnos a nosotros mismos.

Haciendo un rápodi análisis psicológico de lo que son en el fondo los mexicanos promedio, México no se merece nada mejor de lo que hoy tiene. CUando algo bueno llega a modificarlo no sabemos hacer otra cosa que destruirlo.

Anónimo dijo...

UUUFFF FASCINANTE HISTORIA, QUEDE MUY DOCUMENTADO SOBRE ESTA FASE EN LA HISTORIA DE MEXICO QUE A MI TANTO ME ENCANTA. ES UNA LASTIMA QUE LOS MEXICANOS NO APRECIAN LOS GRANDES LOGROS DE MAXIMILIANO Y CARLOTA, YA QUE ELLOS ESTABAN DECIDIDOS A CAMBIAR EL RUMBO DEL PAIS A UNO MAS PROSPERO,AUNQUE NO PODIAN REALMENTE SIN EL APOYO DE NADIE. LAS MONARQUIAS NO SON REALMENTE MALAS SI AL FRENTE HAY PERSONAS QUE LLEVAN A CABO UN BUEN SISTEMA DE GOBIERNO.

FELICITACIONES A NAUTROSFERA.

Anónimo dijo...

Gracias! la informacion nos ilustra acerca de otros aspectos de la personalidad de Carlota,me parece que fue una mujer muy adelantada para su tiempo(sobre todo por su deseo de conocimiento).
su aislamiento me parece una tremenda injusticia,terminaron con la vida de una mujer que podia haber dado mucho. otra vez Gracias!
Anonimo.

Fernando Bermudez dijo...

Te felicito! Me has brindado una calidad de nueva información para la investigación que realizo sobre el II Imperio. Sobre todo la posibilidad de estudiar a alguien que no me aparece constantemente como referencia, la Condesa Paula . Invitamos a todos los seguidores de este blog a ver la exhibición " Corona de Sombras, Historia, Ficción y vestuario" sobre la obra de Rosdolfo Usigli reflexionando sobre este periodo. Estará de 15 de agosto al 13 de Septiembre del 2012 en la Galería S de la Universidad Iberoamericana-Ciudad de Mexico, Santa Fe.

Anónimo dijo...

Me ha encantado, simpatizó con la figura histórica de la Emperatriz, he vivido en Trieste, el puerto de cara al Adriático donde ellos vivieron antes de partir a México. Les puedo compartir que el castillo de Miramar, es precioso, vale la pena visitarse, muchos retratos, libros y objetos antiguos, el jardín italiano del castillo precioso, de hecho es el símbolo del emperador, su obra para la posteridad. Continúa compartiendo, lo haces muy bien. Graacias!!

Anónimo dijo...

Me encanto el articulo ,en especial que mencionaban el contexto de México con la vida privada de los emperadores.
De igual forma que la editora del texto no mezclo sus opiniones personales con la verdadera historia de la pobre Carlota.