sábado, 19 de enero de 2008

EL DIA QUE EL SOL BAILÓ


13 de octubre de 1917.

La lluvia cesó instantáneamente (había llovido desde el amanecer y era mediodía) las nubes se alejaron y el sol apareció como un inmenso globo de plata o de nieve, que empezó a dar vueltas a gran velocidad, esparciendo hacia todas partes luces amarillas, rojas, verdes, azules y moradas, y coloreando de una manera hermosísima las lejanas nubes, los árboles, las rocas y los rostros de la muchedumbre que allí estaba presente. De pronto el sol se detiene y empieza a girar hacia la izquierda despidiendo luces tan bellas que parece una explosión de juegos pirotécnicos, y luego la multitud ve algo que la llena de terror y espanto.

Ven que el sol se viene hacia abajo, como si fuera a caer encima de todos ellos y a carbonizarlos, y un grito inmenso de terror se desprende de todas las gargantas. "Perdón, Señor, perdón", fue un acto de contricción dicho por muchos miles de pecadores. Este fenómeno natural se repitió tres veces y duró diez minutos. No fue registrado por ningún observatorio astronómico porque era un milagro absolutamente sobrenatural.

Luego el sol volvió a su sitio y los miles de peregrinos que tenían sus ropas totalmente empapadas por tanta lluvia, quedaron con sus vestidos instantáneamente secos...


El 13 de mayo de 1917, en Fátima, Jacinta Martos, de 7 años; su hermano Francisco, de 9; y su prima Lucía Dos Santos, de 10, vieron en el paraje solitario de Cova de Iría «sobre una encina a una señora vestida de blanco, más brillante que el sol, esparciendo luz más clara e intensa que un vaso de cristal lleno de agua cristalina atravesado por los rayos ardiendo del sol». Desde entonces, la Virgen se les aparece en varias ocasiones y les dice que recen y que hagan penitencia. Ya desde las primeras apariciones, Lucía es la protagonista principal. Ella es la que ve, oye y habla con la Virgen. Jacinta sólo la ve y la oye, pero no habla. Y Francisco sólo la ve. Pero todos sufren por las apariciones porque nadie los cree. Ni sus padres, que les pegan para que se retracten. Las autoridades los encarcelan y amenazan con echarles aceite hirviendo. Tan presionada se vio Lucía que, para que la gente le creyera, solicitó a Nuestra Señora un milagro. Y el milagro tuvo lugar el 13 de octubre de 1917. Y así lo describían los periódicos portugueses de la época: «El sol comenzó a realizar gestos nunca vistos, movimientos bruscos fuera de todas las leyes cósmicas. El sol baila».

Durante las apariciones, la Virgen reveló a los pastorcitos de Fátima un gran secreto dividido en tres partes. Fue el 13 de julio de 1917, en la tercera aparición, cuando la Virgen les confió «el secreto». Sólo tras mucho tiempo, Lucía desvelaría la primera y segunda parte, escribiendo la tercera en una carta lacrada para el Papa.

La primera parte del secreto avisaba del fin inminente de la I Guerra Mundial y del inicio de la II Guerra Mundial si el mundo no se convertía. La segunda parte del secreto se refería a la conversión de Rusia al Inmaculado corazón de María, que fue efectuada por Juan Pablo II el 25 de marzo de 1984. Meses después, Gorbachov llegaba al poder, ponía en marcha la perestroika y la Santa Rusia volvía a nacer de sus cenizas.

El 13 de mayo de 2000, en un solemne acto en Fátima, ante la presencia de la propia Lucía, el Papa revela el tercer secreto: la visión del atentado que sufrió en la plaza de San Pedro el 13 de mayo de 1981. El «obispo vestido de blanco» que, en la visión de los pastorcillos, caminaba hacia la Cruz entre los cadáveres de los mártires y caía como muerto bajo disparos de arma de fuego era el propio Juan Pablo II. «El texto es una visión profética comparable a las de la Sagrada Escritura, que nos describe los acontecimientos futuros», aseguraba enfáticamente el número dos del Vaticano, cardenal Angelo Sodano. Un texto que, días después, comentó también Ratzinger.

Durante la noche del 12 al 13 de octubre había llovido toda la noche, empapando el suelo y a los miles de peregrinos que viajaban a Fátima de todas partes. A pie, por carro y carrozas venían, entrando a la zona de Cova por el camino de Fátima – Leiria, que hoy en día todavía pasa frente a la gran plaza de la Basílica. De ahí bajaban hacia el lugar de las apariciones. Hoy en día en el sitio está la capillita moderna de vidrio, encerrando la primera que se construyó y la estatua de Nuestra Señora del Rosario de Fátima donde estaba el encino.

La mañana era fría. Una lluvia persistente y abundante había transformado la Cova de Iría en un inmenso lodazal, y calaba hasta los huesos a la multitud de 50 a 70 mil peregrinos que habían acudido de todos los rincones de Portugal.

Cerca de las once y media, aquel mar de gente abrió paso a los tres videntes que se aproximaban, vestidos con sus trajes de domingo.

Es la Hermana Lucía quien nos relata lo que sucedió:

«Llegados a Cova de Iría, junto a la encina, llevada por un movimiento interior, pedí al pueblo que cerrase los paraguas para rezar el Rosario. Poco después vimos el reflejo de la luz y, enseguida, a Nuestra Señora sobre la encina.

— ¿ Qué quiere Vuestra Merced de mí?

— Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honor; que soy la Señora del Rosario, que continuéis rezando el rosario todos los días. La guerra va a terminar y los militares volverán en breve a sus casas.

— Quería pedirle muchas cosas. Si curaba a unos enfermos y convertía a unos pecadores...

—A algunos sí, a otros no. Es preciso que se enmienden, que pidan perdón por sus pecados.

Y tomando un aspecto más triste, [Nuestra Señora agregó]: No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido.

Enseguida, abriendo las manos, Nuestra Señora las hizo reflejar en el sol y, mientras se elevaba, su propia luz continuaba reflejándose en el sol».

Habiendo la Santísima Virgen desaparecido en esa luz que Ella misma irradiaba, se sucedieron en el cielo tres nuevas visiones, como cuadros que simbolizaban los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos del Rosario.

Junto al sol apareció la Sagrada Familia: San José, con el Niño Jesús en los brazos, y Nuestra Señora del Rosario. La Virgen vestía una túnica blanca y un manto azul. San José estaba también de blanco y el Niño Jesús de rojo. San José bendijo al pueblo trazando tres veces en el aire una cruz, y el Niño Jesús hizo lo mismo.

Las dos escenas siguientes fueron vistas sólo por Lucía.

Primero, vio a Nuestro Señor, transido de dolor en el camino del Calvario, y la Virgen de los Dolores, sin la espada en el pecho. El Divino Redentor también bendijo al pueblo.

Por fin apareció, gloriosa. Nuestra Señora del Carmen coronada Reina del cielo y del universo, con el Niño Jesús en brazos.

Mientras los tres pastorcitos contemplaban los personajes celestiales, se operó ante los ojos de la multitud el milagro anunciado.

La aparición se elevó lentamente y se perdió en dirección al Sol. Y fue entonces cuando ocurrió el fenómeno más recordado de los eventos de Fátima: la “danza del Sol”, término acuñado por el sacerdote Joseph Pelletier, autor, precisamente, del libro “El Sol danzó en Fátima” –uno de los textos más completos sobre los hechos acaecidos en Cova da Íria–, en el que se basaron Vallée y Hesemann.

Sacerdotes, laicos, analfabetos, hombres de ciencia, creyentes y escépticos vieron y describieron al Sol abriéndose paso entre las nubes, realizando fantásticas evoluciones, cambiando de color y asustando a los peregrinos. La mayoría de los textos sobre el milagro de Fátima incluyen el testimonio “autorizado” de un científico, el profesor Almeida Garrett, catedrático de la Universidad de Coimbra, quien declaró que poco después de las 13:30 horas escuchó “gritos provenientes de miles de personas” y vio que “la muchedumbre se había retirado de la encina y ahora todos miraban en dirección opuesta, hacia el cielo”.

Había llovido durante toda la aparición. Lucía, al terminar su coloquio con la Santísima Virgen, había gritado al pueblo: «¡Miren el sol!». Se entreabrieron las nubes, y el sol apareció como un inmenso disco de plata. A pesar de su brillo intenso, podía ser mirado directamente sin herir la vista. La multitud lo contemplaba absorta cuando, súbitamente, el astro se puso a «bailar». Giró rápidamente como una gigantesca rueda de fuego. Se detuvo de repente y, poco después, comenzó nuevamente a girar sobre sí mismo a una velocidad sorprendente. Finalmente, en un torbellino vertiginoso, sus bordes adquirieron un color escarlata, esparciendo llamas rojas en todas direcciones. Éstas se reflejaban en el suelo, en los árboles, en los rostros vueltos hacia el cielo, reluciendo con todos los colores del arco iris. El disco de fuego giró locamente tres veces, con colores cada vez más intensos, tembló espantosamente y, describiendo un zigzag descomunal, se precipitó sobre la multitud aterrorizada. Un único e inmenso grito escapó de todas las gargantas. Todos cayeron de rodillas en el lodo, pensando que serían consumidos por el fuego. Muchos rezaban en voz alta el acto de contrición. Poco a poco, el sol comenzó a elevarse trazando el mismo zigzag, hasta el punto del horizonte desde donde había descendido. Se hizo entonces imposible fijar la vista en él. Era de nuevo el sol normal de todos los días.

El ciclo de las visiones de Fátima había terminado.


Los prodigios duraron cerca de 10 minutos. Todos se miraban estupefactos. Después, hubo una explosión de alegría: «¡El milagro, los niños tenían razón!». Los gritos de entusiasmo hacían retumbar sus ecos en las colinas adyacentes, y muchos notaron que sus ropas, empapadas minutos antes, estaban completamente secas.

El milagro del sol pudo ser observado a una distancia de hasta 40 kilómetros del lugar de las apariciones.


El arzobispo de Leira en Fátima recogerá tras el "milagro del sol" millares de testimonios escritos, de acuerdo todos ellos. Estos acontecimientos asombrosos fueron reanudados en los días siguientes por toda la prensa portuguesa cristiana o anticlerical, todos los periodistas presentes habían visto exactamente la misma cosa. Hay fotografías y testimonios. El diario laico "El Siglo" dio incluso en primera página un reportaje y fotografías conformes a lo que todo el mundo viera. Los hechos milagrosos rápidamente serán reconocidos por la Iglesia.

El Doctor Garrett, notó esto:

Este no fue el centelleo normal de un cuerpo celestial, porque el sol giró al rededor de si mismo en un remolino loco, cuando repentinamente el clamor se escuchó de toda la gente. El sol,
remolineando, parecía perderse a si mismo del firmamento y avanzar
amenazantemente sobre la tierra como si fuera a aplastarnos con su gran peso abrasador. La sensación durante estos momentos era terrible.

“El Sol, que había estado escondido detrás de las oscuras nubes, salió y brilló. Miré en la misma dirección y vi el Sol, claramente definido y radiante, pero no me hirió los ojos. No estoy de acuerdo con la descripción, que escuché bastante en Fátima, de que el Sol parecía un disco de color plateado oscuro. Su color era más intenso, más claro y más brillante. No se parecía para nada a la Luna en una noche clara. No era esférico como la Luna y no tenía el mismo color. Parecía una rueda resplandeciente hecha de madreperla. Tuve la impresión de que se trataba de un ser vivo”, relata.

“Descripciones de ‘opaco’, ‘difuso’ o ‘velado’ no se aplican a este disco. (El fenómeno) irradiaba luz y calor y tenía contornos claramente definidos... El Sol no se quedó en su lugar, sino que comenzó a dar vueltas a gran velocidad. De pronto, gritos de terror se elevaron desde la multitud. Parecía como si el Sol, girando de forma salvaje, se hubiera desprendido del cielo y se dirigiera hacia la tierra, como si nos fuera a abrasar con su fuego. Esos fueron momentos terroríficos. Durante este fenómeno solar, los colores de la atmósfera fueron cambiando”, agrega el doctor Almeida Garrett, tras lo cual describe cómo los objetos y personas a su alrededor adquirían tonalidades rojizas, púrpuras, azules y amarillas, antes de que las cosas volvieran a la normalidad.

Miles de personas gritaron y lloraron y otros se arrodillaron, confesando sus pecados a viva voz. Muchos no creyentes se convirtieron. Al cabo de alrededor de diez minutos todo había terminado. Aún incrédulos ante lo que habían visto, cientos de personas notaron que el suelo y sus ropas, hasta hacía sólo un momento empapados por la lluvia, ahora estaban secos.

Entre octubre y diciembre de 1918, Francisco y Jacinta contrajeron la influenza española. El 4 de abril de 1919, Francisco falleció a la edad de diez años, como consecuencia de una neumonía severa. Jacinta murió el 20 de febrero de 1920, sin haber alcanzado a cumplir los diez años. El 12 de septiembre de 1934 los restos de Francisco y Jacinta fueron enterrados juntos. Se dice que cuando exhumaron el cuerpo de Jacinta para realizar esta operación, se comprobó que éste se encontraba incorrupto.

Lucía era la menor de cinco hermanas y tenía un hermano. A los ocho años fue pastora de ovejas, y a los 10, la Virgen empezó a aparecérsele. Después vino la persecución. Abandonó Portugal en 1921. Primero se fue a las Doroteas de Oporto y, de allí pasó a las de Tuy(1925), donde hizo los votos perpetuos adoptando el nombre de María de los Dolores. Y luego, por orden del Vaticano, se trasladó a las carmelitas de Coimbra (1948). Sólo salió del convento cinco veces. La primera, al regresar a Portugal (acudió de incógnito al santuario y un paisano la descubrió); las restantes, en las visitas del Papa (Pablo VI en 1967 y Juan Pablo II en 1982, 1991 y 2000). Fátima recibe cinco millones de peregrinos al año.

Sor Lucía dos Santos nació en Aljustrel (Portugal), el 22 de marzo de 1907 y falleció el 13 de febrero de 2005.

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