domingo, 13 de enero de 2008

ELIZABETH SIDDAL: LA OFELIA DE MILLAIS


Ophelia (1851-1852). Óleo sobre lienzo 76,2 x 11,8 cm. Tate Gallery, Londres. Sir John Everett Millais (1829-1896)


Escena XXIV

GERTRUDIS, CLAUDIO, LAERTES

CLAUDIO.- ¿Qué ocurre de nuevo, amada Reina?

GERTRUDIS.- Una desgracia va siempre pisando las ropas de otra;
tan inmediatas caminan. Laertes tu hermana acaba de ahogarse.

LAERTES.- ¡Ahogada! ¿En dónde? ¡Cielos!

GERTRUDIS.- Donde hallaréis un sauce que crece a las orillas
de ese arroyo, repitiendo en las ondas cristalinas la imagen de sus hojas
pálidas. Allí se encaminó, ridículamente coronada de ranúnculos,
ortigas, margaritas y luengas flores purpúreas, que entre los sencillos
labradores se reconocen bajo una denominación grosera, y las modestas
doncellas llaman, dedos de muerto. Llegada que fue, se quitó la
guirnalda, y queriendo subir a suspenderla de los pendientes ramos; se
troncha un vástago envidioso, y caen al torrente fatal, ella y todos sus
adornos rústicos. Las ropas huecas y extendidas la llevaron un rato
sobre las aguas, semejante a una sirena, y en tanto iba cantando pedazos
de tonadas antiguas, como ignorante de su desgracia, o como criada y
nacida en aquel elemento. Pero no era posible que así durarse por
mucho espacio. Las vestiduras, pesadas ya con el agua que absorbían la
arrebataron a la infeliz; interrumpiendo su canto dulcísimo, la muerte,
llena de angustias.

LAERTES.- ¿Qué en fin se ahogó? ¡Mísero!

GERTRUDIS.- Sí, se ahogó, se ahogó.

LAERTES.- ¡Desdichada Ofelia! Demasiada agua tienes ya,
por eso quisiera reprimir la de mis ojos... Bien que a pesar de todos
nuestros esfuerzos, imperiosa la naturaleza sigue su costumbre, por más
que el valor se avergüence. Pero, luego que este llanto se vierta, nada
quedará en mí de femenil ni de cobarde... Adiós señores... Mis palabras
de fuego arderían en llamas, si no las apagasen estas lágrimas
imprudentes.


Ofelia, enloquecida por el asesinato de su padre en manos de su amado Hamlet, es retratada cantando en su locura mientras ella se ahoga. La modelo de Millais era Elizabeth Siddal, quien se mantuvó mentída en un bañera con agua fría, de modo que él pudiera basar la muerte de Ofelia en la observación natural. Después de esto, Lizzie enfermo seriamente tras permanecer durante horas bajo las aguas frías. Años después, Siddal se suicidó con una sobredosis de láudano, macabro ejemplo de la vida imitando al arte.

Los artistas del pre-Rafaelitas llenaron sus pinturas a menudo con imagenes alegóricas de las flores y del mundo natural. Aquí Ofelia flota bajo las ramas de un sauce que llora rodeado por las amapolas y las violetas. El sauce es un símbolo de nueva vida, pero un sauce que llora es el símbolo del dolor. Las amapolas son símbolos de la muerte y las violetas son símbolo de la fidelidad.

Elizabeth Eleanor Siddal, hacia 1850, era la modelo preferida de pintores y poetas de la Hermandad Prerrafaelita. John Everett Millais, seducidó por la fuerza de los versos de Shakespeare, quiso convertirlos en pintura y construyó una imagen más potente que la del propio Shakespeare.

La modelo de la Ofelia de Millais durante toda su vida no supó liberarse de los males del cuerpo ni de los del alma. Luego, Dante Gabriel Rossetti, miembro fundador de la hermandad, quiso hacerla suya, y ella a él. Rossetti se enamoró de la belleza pálida y de la expresión sombría y serena y en especial de su mata de pelo rojo. Vivieron algunos años juntos antes de decidir casarse. El inestable y ardiente Rossetti siguió buscando frágiles modelos de las que enamorarse, la dedicación a la poesía y a la pintura no sustrajeron a Lizzie de los celos. Llegó a arrojar al Támesis los retratos que Rossetti dibujaba de otras mujeres.

Por fin, en 1860 se casaron, pero la vida no estaba dispuesta a hacerlos felices. Un año después Lizzie dio a luz a una niña muerta. No se recuperó del golpe, se pasaba horas meciendo la cuna vacía. Lizzie se hizo adicta al láudano, droga derivada del opio, de moda en la segunda mitad del XIX. Es verosímil pensar, que un año después, con otro embarazo de por medio, su muerte fuese un suicidio.

Gaspar Rossetti tampoco supo liberarse de las brumas del espíritu. Enterró bajo la larga cabellera pelirroja de su amada una agenda con los sonetos que le había compuesto. Pasó el tiempo, se dedicó, recluido, a la pintura y a la poesía, pero no sanó.

Una leyenda, animada por Borges, sugiere que el propio Rosseti, amparado por la noche, abriera la tumba y luego el féretro para recuperar los poemas. Los hechos son menos brumosos pero en ocasiones no menos dañinos. Hubo una petición y una autorización judicial y su amigo Charles Augustus Howell, sin la presencia de Rossetti, rescató el manuscrito enterrado legalmente.

Howell, con tendencia a la broma, le contó que el cadáver estaba inmejorablemente conservado y su delicada belleza intacta.


"En las aguas profundas que acunan las estrellas, blanca y cándida,Ofelia flota como un gran lirio,flota tan lentamente,recostada en sus velos..."


Rimbaud.

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