A lo largo del siglo xx los arqueólogos fueron descubriendo la ubicación exacta del Templo Mayor de los mexicas, el sagrado edificio que fuera destruido tras la conquista de la metrópoli indígena, y cuyos restos habían permanecido ocultos durante cuatro siglos bajo los cimientos de las construcciones virreinales y decimonónicas del centro de nuestra ciudad capital.
Según la tradición, el Templo Mayor fue construido justo en el sitio donde los peregrinos de Aztlán encontraron el sagrado nopal que crecía en una piedra, y sobre el cual se posaba un águila con las alas extendidas al sol, devorando una serpiente. Este primer basamento dedicado a Huitzilopochtli, aunque humilde porque fue construido con lodo y madera, marcó el principio de lo que con el tiempo sería uno de los edificios ceremoniales más famosos de su época. Uno a uno los gobernantes de México-Tenochtitlan dejaron como testimonio de su devoción una nueva etapa constructiva sobre aquella pirámide, y si bien las obras sólo consistían en adosarle taludes y renovar escalinatas, el pueblo podía constatar el poder de su gobernante en turno y el engrandecimiento de su dios tribal, el victorioso dios-sol de la guerra.
Pero los mexicas no podían olvidarse de los demás dioses, pues todos ellos propiciaban la existencia armónica del universo, equilibrando las fuerzas de la naturaleza, produciendo el viento y la lluvia y haciendo crecer las plantas que alimentaban a los hombres. Así, una de las deidades principales, que alcanzó una jerarquía similar a la de Huitzilopochtli, fue Tláloc, el antiguo dios de la lluvia y patrono de los agricultores; por ello, y con el transcurrir del tiempo, aquel sagrado edificio, “hogar de Huitzilopochtli”, tuvo la forma de una pirámide doble, la cual sustentaba en su cúspide dos habitaciones que funcionaban como los adoratorios máximos de ambas deidades.
Las más recientes investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en las ruinas del edificio muestran por lo menos siete etapas constructivas, de las cuales sobresale aquella que se realizó durante el gobierno de Huitzilíhuitl, segundo tlatoani de Tenochtitlan; de esa etapa se conservan los muros de los adoratorios, el téchcatl o piedra sagrada de los sacrificios y una escultura del Chac-Mool. Destaca también la etapa constructiva ejecutada durante el gobierno de Izcóatl, de la que se descubrieron, sobre la escalinata que conducía al adoratorio de Huitzilopochtli, varias esculturas de portaestandartes que, a manera de guerreros divinos, defendían el ascenso al templo de la suprema deidad.
Sin embargo, el hallazgo más notable fue el del monolito circular de la diosa lunar Coyolxauhqui, que proviene de la etapa correspondiente al gobierno de Axayácatl, quien ocupó el solio supremo de Tenochtitlan entre 1469 y 1480.
Los conquistadores españoles sólo conocieron la última etapa constructiva del Templo Mayor, efectuada durante el reinado de Moctezuma Xocoyotzin, y se admiraron de la majestuosidad y gran altura que poseía ya el sagrado edificio. Su fachada se orientaba hacia el poniente, por lo que en ese lado de la pirámide se hallaba la doble escalinata enmarcada por cabezas de serpiente en actitud amenazante. En la parte superior de las alfardas se ubicaban los braceros, donde ininterrumpidamente debía permanecer encendido el fuego sagrado.
Sólo los sacerdotes y las víctimas del sacrificio podían ascender por aquellas escalinatas y llegar a la cúspide del templo, desde donde se podía contemplar la ciudad-isla en todo su esplendor.
A la entrada de los adoratorios del Templo Mayor había unas vigorosas esculturas de hombres en posición sedente, cuya misión era sostener los estandartes y las banderolas hechas de papel amate que evocaban el poder de los númenes patrones. Ya en el interior de las sacras habitaciones, protegidas de la luz por unas piezas de tela a manera de cortinas, se encontraban las imágenes de las deidades.
Sabemos que la escultura de Huitzilopochtli se modelaba con semillas de amaranto, y que en su interior se colocaban unas bolsas que contenían jades, huesos y amuletos que le daban vida a la imagen. Para amalgamar las semillas de amaranto, éstas se mezclaban con miel y sangre humana. El proceso de confección de la figura, llevado a cabo anualmente, concluía con su vestido y ornamentación mediante tocados de plumas y textiles muy elaborados, y con la colocación de una máscara y un colgante de oro que daban su identidad a la efigie del dios solar.
Precisamente, durante las fiestas del mes indígena de Panquetzaliztli, dedicado al ceremonial de Huitzilopochtli, el clímax de la fiesta consistía en la repartición del cuerpo de amaranto, miel y sangre entre todo el pueblo; su ingestión representaba la comunión con la deidad y estrechaba el vínculo entre el hombre y sus creadores.
Dado que el panteón indígena era muy amplio, pues se divinizaba a cada una de las fuerzas de la naturaleza, poco a poco el espacio sagrado alrededor de la pirámide doble se fue poblando con numerosos edificios que sirvieron de aposento a dichas deidades.
A principios del siglo xvi el recinto sagrado abarcaba una gran extensión de aproximadamente 400 metros por lado, y para separarlo de la zona habitacional, según lo han constatado los arqueólogos, se construyeron largas plataformas con múltiples escalinatas ubicadas armónicamente. El recinto contaba con tres accesos mayores, a manera de entradas, en sus lados norte, oeste y sur; de ellos salían las principales calzadas que conectaban a la ciudad con tierra firme.
En las crónicas antiguas se relata la visita que hiciera al recinto sagrado de México-Tenochtitlan, por invitación misma del tlatoani tenochca, un señor del pueblo enemigo de Huexotzinco, acompañado de sus parientes más cercanos. Para poder ingresar al recinto este personaje tuvo que conducirse de manera sigilosa, vistiendo un disfraz que lo confundía entre los miembros de la nobleza mexicana; de esa manera, el visitante pudo admirar por vez primera aquel espectacular centro del que en su lejano pueblo sólo escuchara múltiples y asombrosas narraciones. Después de ingresar por la entrada sur, los visitantes debieron ver a lo lejos la pirámide de Tláloc y Huitzilopochtli, mientras que su dignatario se detenía unos instantes frente al templo piramidal dedicado a Tezcatlipoca, la temible deidad guerrera, donde justo al pie de su escalinata se ubicaba un monumento de forma cilíndrica, mandado tallar en tiempos de Moctezuma Ilhuicamina, en cuya superficie se llevarían a efecto, más tarde, una serie de combates cuerpo a cuerpo entre los prisioneros enemigos y los guerreros mexicas, evento al cual había sido invitado. En tales combates los guerreros mexicas encaminaban a los primeros hacia su muerte, atemorizando los corazones de espectadores y visitantes.
En los lados norte y sur del Templo Mayor los arqueólogos han encontrado evidencias de conjuntos palaciegos decorados con la representación de procesiones de guerreros y otros elementos de tradición tolteca; se trata, por un lado, del llamado Palacio de los Guerreros Águila, y por otro, de un conjunto aún no identificado que probablemente se trate del Palacio de los Guerreros Jaguar.
Formando una especie de entrecalle, al frente del conjunto mencionado se ubicaron, quizá continuos, cuatro basamentos de dimensiones semejantes dedicados al culto de los dioses de la agricultura y la fertilidad.
Un lugar prominente en la sección central del recinto lo ocupaba el edificio consagrado al culto del dios del viento, Ehécatl-Quetzalcóatl, la ancestral deidad de carácter civilizador que con su propia sangre y con los huesos de las generaciones antiguas había creado a los hombres. Para el tiempo de los mexicas, esta divinidad representaba al viento que atraía las lluvias y producía anualmente el ciclo de la agricultura, de ahí que la pirámide consagrada a su culto, conocida como la “casa del viento” y orientada hacia el este, tuviera una forma peculiar: su fachada era de planta cuadrangular, mientras que su parte posterior, de planta circular, servía para sustentar un templo de forma cilíndrica cubierto por un techo de paja a manera de un gran cono. De acuerdo con los relatos de los conquistadores, la decoración de este templo consistía en la figura de una serpiente emplumada (el nombre de la deidad), cuyas fauces abiertas constituían el acceso mismo a su adoratorio.
Precisamente en el espacio que hoy ocupa la Catedral Metropolitana, en la esquina suroeste del recinto, se ubicaban algunos basamentos piramidales de diversos tamaños, destacando por su importancia aquel donde se rendía culto al Sol naciente; el edificio estaba decorado con grandes representaciones de chalchihuites o jades que simbolizaban el preciosismo del astro y su misión de iluminar los cuatro rumbos del universo; por esa razón su fachada miraba también hacia el oriente.
En su breve recorrido por el recinto sagrado de los mexicas, el señor de Huexotzingo seguramente se estremeció al contemplar, muy cerca del templo del Sol naciente, el Huey Tzompantli, la sobrecogedora construcción ritual conformada por cientos de cráneos humanos despellejados y ensartados en pértigas de madera, mudos testigos de ofrendas dedicadas a Huitzilopochtli. Sin lugar a dudas, Moctezuma se deleitó observando los rostros de sus invitados, particularmente de aquellos que procedían de los señoríos rivales, quienes advertían ese trágico destino para todo aquel que rompiese las buenas relaciones con México-Tenochtitlan.
Un lugar especial en el recinto sagrado lo ocupaba la cancha del juego de pelota, el Huey Tlachco, situado frente a la entrada poniente; ahí se practicaba este deslumbrante deporte ritual donde se presagiaba el movimiento del Sol por el firmamento; el edificio consistía en un patio con dos cabezales y un pasillo central, cuya planta se asemejaba a la letra “I”. A los lados norte y sur del patio estaban los taludes, con sus respectivos anillos de piedra por donde tenía que pasar la pelota. Durante la celebración del juego —llamado “ulama” porque la pelota estaba hecha de hule—, los jugadores, que adquirían un carácter astral, golpeaban el esférico con las caderas (aunque había otro tipo de canchas donde la pelota se movía mediante golpes con el antebrazo). El propósito de esta popular práctica, a la que frecuentemente asistía el tlatoani junto con la nobleza y en ocasiones el pueblo, consistía en recrear el movimiento del sol, simbolizado en la pelota, por el firmamento. Cuando ocurría un movimiento contrario, el juego se detenía y se decapitaba a un jugador, con lo cual se evitaba la inminente destrucción del universo.
Otras construcciones que el señor de Huexotzingo debió admirar antes de la impresionante celebración a la que había sido invitado, eran el Calmécac, conjunto palaciego que funcionaba como escuela para los hijos del estamento nobiliario, donde se preparaba a los futuros funcionarios del gobierno, a los supremos sacerdotes y a los grandes dirigentes de la milicia; el curioso templomanantial consagrado al culto de la diosa Chalchiuhtlicue, patrona del agua del ámbito terrestre; y el espacio dedicado a los festejos de Mixcóatl, el patrono de la cacería, donde se recreaba un parque con rocas y árboles, en los que se ataba a las víctimas cubiertas con pieles, semejando animales.
Con el paso del tiempo este deslumbrante conjunto arquitectónico ceremonial sufrió el terrible destino al que los propios mexicas habían condenado a muchas de las capitales indígenas: fue destruido a sangre y fuego por los conquistadores españoles. Después de la total rendición de la capital tenochca ocurrida el 13 de agosto de 1521, Cortés ordenó la demolición de lo poco que aún se mantenía en pie, para construir sobre las ruinas los cimientos de la capital de la futura Nueva España.
Pasajes de la Historia No. 1 El reino de Moctezuma
Un gran hallazgo del siglo XX
A raíz del descubrimiento de la Coyolxauhqui –el monolito de la diosa lunar– se impulsaron las excavaciones de la antigua Tenochtitlan, y fue así como se encontraron las ruinas de la pirámide doble de Tláloc y Huitzilopochtli, en la que se reconocieron por lo menos seis etapas constructivas, las cuales pueden observarse durante el recorrido por la zona arqueológica del Templo Mayor.
El visitante podrá ver las diferentes etapas, al comenzar el recorrido, por la escalinata que conduce al patio sur, el cual pertenece a la etapa VI, ubicada entre los años 1486 y 1502. Aquí se advierten superposiciones de pisos de lajas cortadas en forma irregular. Al final del andador destaca la fachada de la etapa IV-b, realizada entre 1469 y 1481, durante el reinado del emperador Axayácatl, en la que pueden verse cuatro cabezas de serpiente que servían como arranque de las alfardas que flanqueaban la doble escalinata del templo. El monolito de la Coyolxauhqui pertenece a esta etapa constructiva. El andador se interna en el núcleo de la pirámide a través de las superposiciones agregadas al conjunto; de éstas sobresale la etapa III, atribuida al reinado de Itzcóatl (1426-1440), en la que se encontraron, al pie de la escalinata, los restos de siete portaestandartes. Al fondo del andador se localiza la estructura correspondiente a la etapa II, construida hacia 1390. En ésta se encuentran bien conservados vestigios que permiten imaginar cómo eran los templos que remataban el edificio, así como la doble escalinata que lleva hasta los restos de los templos gemelos, el de la izquierda dedicado a Tláloc y el de la derecha a Huitzilopochtli, los dos con restos de pinturas alusivas a ambas deidades y objetos de culto.
Siguiendo por el andador se llega a los más fascinantes hallazgos de la exploración del sitio, el llamado Recinto de las Águilas, que es un espacio cuadrangular con una antesala porticada con columnas y patio interior con una magnífica banqueta labrada, estucada y pintada, que muestra la procesión de unas 170 figuras de guerreros y una cenefa en la que ondula el cuerpo de una serpiente.
Fue inaugurado el 12 de octubre de 1987. Alberga miles de piezas arqueológicas encontradas de 1978 a la fecha en un radio de siete cuadras del Centro Histórico de la ciudad de México. El edificio que lo alberga fue construido por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez y está ubicado en el mismo sitio que fuera el más importante centro ceremonial del pueblo mexica.
Consta de ocho salas de exhibición dedicadas en su mayoría a Tláloc, dios del agua, y Huitzilopochtli, dios de la guerra. La pieza principal del museo es la representación pétrea de Coyolxauhqui, diosa de la luna, decapitada y desmembrada por su hermano Huitzilopochtli.
En conjunto, el acervo del Templo Mayor da cuenta de la evolución del pueblo azteca, desde la peregrinación de los mexicas y su asentamiento en el lago de Texcoco hasta la llegada de los conquistadores españoles y la fusión de ambas culturas.
Recorrido
A lo largo de sus ocho salas se exhiben miles de objetos, 9% de los cuales provienen de la zona arqueológica y que explican aspectos de la cultura mexica. La arquitectura fue concebida con base en la forma del Templo Mayor, por lo que también cuenta con dos secciones: la sur, dedicada a los aspectos relacionados con el culto a Huitzilopochtli, como la guerra, el sacrificio y el tributo; y la norte, dedicada a Tláloc, así como a la agricultura, la flora y la fauna.
El recorrido ofrece al visitante una visión lo más cercana posible de la etapa de mayor esplendor del sitio.
1. De Coatlicue al Templo Mayor
Muestra de las investigaciones arqueológicas en el recinto sagrado de México-Tenochtitlan, desde 1790, cuando fueron halladas la Coatlicue y la Piedra del Sol, hasta los hallazgos más recientes del Proyecto Templo Mayor y del Programa de Arqueología Urbana.
2. Ritual y sacrificio
Se exhiben objetos relacionados con los ritos funerarios, las ceremonias religiosas y el sacrificio humano. Para los pueblos mesoamericanos, en especial para los mexicas, la vida cotidiana estaba teñida por un fuerte sentimiento religioso. Incluso la guerra era considerada como un ritual que permitía, por un lado, la expansión militar y el consecuente dominio tributario, y por el otro, la captura de enemigos destinados a morir en sacrificio para alimentar al Sol y asegurar la permanencia del cosmos.
3. Tributo y comercio
En esta sala se encuentran objetos producto del tributo y del comercio que los mexicas mantuvieron con otros pueblos y que fueron depositados en las ofrendas. En un mapa se ilustran los sitios y las rutas de los comerciantes mexicas, así como las zonas tributarias bajo su dominio desde su independencia del señorío de Azcapotzalco hasta la caída del imperio frente a los españoles.
4. Huitzilopochtli
Sala dedicada al dios de la guerra o colibrí del sur, patrono de los mexicas. A pesar de su gran importancia, no se han encontrado esculturas ni otras representaciones de esta deidad, ya que, según las fuentes históricas, su imagen era hecha con semillas de amaranto, las cuales difícilmente se conservan con el paso de los siglos. Sin embargo, gracias a las escasas imágenes en los códices se sabe que sus atributos principales eran un yelmo o casco en forma de colibrí; en una mano una serpiente de turquesa y en la otra un escudo con cinco adornos de plumas: una bandera ritual de papel, la Xiuhcóatl o serpiente preciosa y su arma mágica, entre otros. Asimismo se exhiben objetos asociados con su culto.
5. Tláloc
Sala dedicada al dios de la lluvia, fecundador de la tierra y residente de las más altas montañas, donde se forman las nubes. Tláloc era uno de los dioses más antiguos e importantes de Mesoamérica, pues de su bondad dependía que la tierra diera sus frutos, y de su ira, al enviar granizo e inundaciones, la pérdida de las cosechas. Por su enorme fuerza, los mexicas lo ubicaron junto a su gran dios Huitzilopochtli en el Templo Mayor de Tenochtitlan.
6. Flora y fauna
Se exhiben restos de animales y plantas que revelan la percepción que tenían los mexicas de su entorno y el valor que le daban en relación con su mundo religioso: muchos de los dioses prehispánicos tienen cualidades y rasgos animales, producto de esa observación minuciosa del ecosistema.
7. Agricultura
Se muestran objetos para explicar la importancia de la agricultura entre los mexicas. Múltiples dioses presidían esta actividad y los rituales correspondían a las épocas de lluvia y de secas, determinadas por Tláloc.
8. Arqueología histórica
Los objetos en exhibición abarcan desde la conquista española hasta el siglo XX, recuperados a lo largo de las excavaciones del Proyecto Templo Mayor y el Programa de Arqueología Urbana.
Según la tradición, el Templo Mayor fue construido justo en el sitio donde los peregrinos de Aztlán encontraron el sagrado nopal que crecía en una piedra, y sobre el cual se posaba un águila con las alas extendidas al sol, devorando una serpiente. Este primer basamento dedicado a Huitzilopochtli, aunque humilde porque fue construido con lodo y madera, marcó el principio de lo que con el tiempo sería uno de los edificios ceremoniales más famosos de su época. Uno a uno los gobernantes de México-Tenochtitlan dejaron como testimonio de su devoción una nueva etapa constructiva sobre aquella pirámide, y si bien las obras sólo consistían en adosarle taludes y renovar escalinatas, el pueblo podía constatar el poder de su gobernante en turno y el engrandecimiento de su dios tribal, el victorioso dios-sol de la guerra.
Pero los mexicas no podían olvidarse de los demás dioses, pues todos ellos propiciaban la existencia armónica del universo, equilibrando las fuerzas de la naturaleza, produciendo el viento y la lluvia y haciendo crecer las plantas que alimentaban a los hombres. Así, una de las deidades principales, que alcanzó una jerarquía similar a la de Huitzilopochtli, fue Tláloc, el antiguo dios de la lluvia y patrono de los agricultores; por ello, y con el transcurrir del tiempo, aquel sagrado edificio, “hogar de Huitzilopochtli”, tuvo la forma de una pirámide doble, la cual sustentaba en su cúspide dos habitaciones que funcionaban como los adoratorios máximos de ambas deidades.
Las más recientes investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en las ruinas del edificio muestran por lo menos siete etapas constructivas, de las cuales sobresale aquella que se realizó durante el gobierno de Huitzilíhuitl, segundo tlatoani de Tenochtitlan; de esa etapa se conservan los muros de los adoratorios, el téchcatl o piedra sagrada de los sacrificios y una escultura del Chac-Mool. Destaca también la etapa constructiva ejecutada durante el gobierno de Izcóatl, de la que se descubrieron, sobre la escalinata que conducía al adoratorio de Huitzilopochtli, varias esculturas de portaestandartes que, a manera de guerreros divinos, defendían el ascenso al templo de la suprema deidad.
Sin embargo, el hallazgo más notable fue el del monolito circular de la diosa lunar Coyolxauhqui, que proviene de la etapa correspondiente al gobierno de Axayácatl, quien ocupó el solio supremo de Tenochtitlan entre 1469 y 1480.
Los conquistadores españoles sólo conocieron la última etapa constructiva del Templo Mayor, efectuada durante el reinado de Moctezuma Xocoyotzin, y se admiraron de la majestuosidad y gran altura que poseía ya el sagrado edificio. Su fachada se orientaba hacia el poniente, por lo que en ese lado de la pirámide se hallaba la doble escalinata enmarcada por cabezas de serpiente en actitud amenazante. En la parte superior de las alfardas se ubicaban los braceros, donde ininterrumpidamente debía permanecer encendido el fuego sagrado.
Sólo los sacerdotes y las víctimas del sacrificio podían ascender por aquellas escalinatas y llegar a la cúspide del templo, desde donde se podía contemplar la ciudad-isla en todo su esplendor.
A la entrada de los adoratorios del Templo Mayor había unas vigorosas esculturas de hombres en posición sedente, cuya misión era sostener los estandartes y las banderolas hechas de papel amate que evocaban el poder de los númenes patrones. Ya en el interior de las sacras habitaciones, protegidas de la luz por unas piezas de tela a manera de cortinas, se encontraban las imágenes de las deidades.
Sabemos que la escultura de Huitzilopochtli se modelaba con semillas de amaranto, y que en su interior se colocaban unas bolsas que contenían jades, huesos y amuletos que le daban vida a la imagen. Para amalgamar las semillas de amaranto, éstas se mezclaban con miel y sangre humana. El proceso de confección de la figura, llevado a cabo anualmente, concluía con su vestido y ornamentación mediante tocados de plumas y textiles muy elaborados, y con la colocación de una máscara y un colgante de oro que daban su identidad a la efigie del dios solar.
Precisamente, durante las fiestas del mes indígena de Panquetzaliztli, dedicado al ceremonial de Huitzilopochtli, el clímax de la fiesta consistía en la repartición del cuerpo de amaranto, miel y sangre entre todo el pueblo; su ingestión representaba la comunión con la deidad y estrechaba el vínculo entre el hombre y sus creadores.
Dado que el panteón indígena era muy amplio, pues se divinizaba a cada una de las fuerzas de la naturaleza, poco a poco el espacio sagrado alrededor de la pirámide doble se fue poblando con numerosos edificios que sirvieron de aposento a dichas deidades.
A principios del siglo xvi el recinto sagrado abarcaba una gran extensión de aproximadamente 400 metros por lado, y para separarlo de la zona habitacional, según lo han constatado los arqueólogos, se construyeron largas plataformas con múltiples escalinatas ubicadas armónicamente. El recinto contaba con tres accesos mayores, a manera de entradas, en sus lados norte, oeste y sur; de ellos salían las principales calzadas que conectaban a la ciudad con tierra firme.
En las crónicas antiguas se relata la visita que hiciera al recinto sagrado de México-Tenochtitlan, por invitación misma del tlatoani tenochca, un señor del pueblo enemigo de Huexotzinco, acompañado de sus parientes más cercanos. Para poder ingresar al recinto este personaje tuvo que conducirse de manera sigilosa, vistiendo un disfraz que lo confundía entre los miembros de la nobleza mexicana; de esa manera, el visitante pudo admirar por vez primera aquel espectacular centro del que en su lejano pueblo sólo escuchara múltiples y asombrosas narraciones. Después de ingresar por la entrada sur, los visitantes debieron ver a lo lejos la pirámide de Tláloc y Huitzilopochtli, mientras que su dignatario se detenía unos instantes frente al templo piramidal dedicado a Tezcatlipoca, la temible deidad guerrera, donde justo al pie de su escalinata se ubicaba un monumento de forma cilíndrica, mandado tallar en tiempos de Moctezuma Ilhuicamina, en cuya superficie se llevarían a efecto, más tarde, una serie de combates cuerpo a cuerpo entre los prisioneros enemigos y los guerreros mexicas, evento al cual había sido invitado. En tales combates los guerreros mexicas encaminaban a los primeros hacia su muerte, atemorizando los corazones de espectadores y visitantes.
En los lados norte y sur del Templo Mayor los arqueólogos han encontrado evidencias de conjuntos palaciegos decorados con la representación de procesiones de guerreros y otros elementos de tradición tolteca; se trata, por un lado, del llamado Palacio de los Guerreros Águila, y por otro, de un conjunto aún no identificado que probablemente se trate del Palacio de los Guerreros Jaguar.
Formando una especie de entrecalle, al frente del conjunto mencionado se ubicaron, quizá continuos, cuatro basamentos de dimensiones semejantes dedicados al culto de los dioses de la agricultura y la fertilidad.
Un lugar prominente en la sección central del recinto lo ocupaba el edificio consagrado al culto del dios del viento, Ehécatl-Quetzalcóatl, la ancestral deidad de carácter civilizador que con su propia sangre y con los huesos de las generaciones antiguas había creado a los hombres. Para el tiempo de los mexicas, esta divinidad representaba al viento que atraía las lluvias y producía anualmente el ciclo de la agricultura, de ahí que la pirámide consagrada a su culto, conocida como la “casa del viento” y orientada hacia el este, tuviera una forma peculiar: su fachada era de planta cuadrangular, mientras que su parte posterior, de planta circular, servía para sustentar un templo de forma cilíndrica cubierto por un techo de paja a manera de un gran cono. De acuerdo con los relatos de los conquistadores, la decoración de este templo consistía en la figura de una serpiente emplumada (el nombre de la deidad), cuyas fauces abiertas constituían el acceso mismo a su adoratorio.
Precisamente en el espacio que hoy ocupa la Catedral Metropolitana, en la esquina suroeste del recinto, se ubicaban algunos basamentos piramidales de diversos tamaños, destacando por su importancia aquel donde se rendía culto al Sol naciente; el edificio estaba decorado con grandes representaciones de chalchihuites o jades que simbolizaban el preciosismo del astro y su misión de iluminar los cuatro rumbos del universo; por esa razón su fachada miraba también hacia el oriente.
En su breve recorrido por el recinto sagrado de los mexicas, el señor de Huexotzingo seguramente se estremeció al contemplar, muy cerca del templo del Sol naciente, el Huey Tzompantli, la sobrecogedora construcción ritual conformada por cientos de cráneos humanos despellejados y ensartados en pértigas de madera, mudos testigos de ofrendas dedicadas a Huitzilopochtli. Sin lugar a dudas, Moctezuma se deleitó observando los rostros de sus invitados, particularmente de aquellos que procedían de los señoríos rivales, quienes advertían ese trágico destino para todo aquel que rompiese las buenas relaciones con México-Tenochtitlan.
Un lugar especial en el recinto sagrado lo ocupaba la cancha del juego de pelota, el Huey Tlachco, situado frente a la entrada poniente; ahí se practicaba este deslumbrante deporte ritual donde se presagiaba el movimiento del Sol por el firmamento; el edificio consistía en un patio con dos cabezales y un pasillo central, cuya planta se asemejaba a la letra “I”. A los lados norte y sur del patio estaban los taludes, con sus respectivos anillos de piedra por donde tenía que pasar la pelota. Durante la celebración del juego —llamado “ulama” porque la pelota estaba hecha de hule—, los jugadores, que adquirían un carácter astral, golpeaban el esférico con las caderas (aunque había otro tipo de canchas donde la pelota se movía mediante golpes con el antebrazo). El propósito de esta popular práctica, a la que frecuentemente asistía el tlatoani junto con la nobleza y en ocasiones el pueblo, consistía en recrear el movimiento del sol, simbolizado en la pelota, por el firmamento. Cuando ocurría un movimiento contrario, el juego se detenía y se decapitaba a un jugador, con lo cual se evitaba la inminente destrucción del universo.
Otras construcciones que el señor de Huexotzingo debió admirar antes de la impresionante celebración a la que había sido invitado, eran el Calmécac, conjunto palaciego que funcionaba como escuela para los hijos del estamento nobiliario, donde se preparaba a los futuros funcionarios del gobierno, a los supremos sacerdotes y a los grandes dirigentes de la milicia; el curioso templomanantial consagrado al culto de la diosa Chalchiuhtlicue, patrona del agua del ámbito terrestre; y el espacio dedicado a los festejos de Mixcóatl, el patrono de la cacería, donde se recreaba un parque con rocas y árboles, en los que se ataba a las víctimas cubiertas con pieles, semejando animales.
Con el paso del tiempo este deslumbrante conjunto arquitectónico ceremonial sufrió el terrible destino al que los propios mexicas habían condenado a muchas de las capitales indígenas: fue destruido a sangre y fuego por los conquistadores españoles. Después de la total rendición de la capital tenochca ocurrida el 13 de agosto de 1521, Cortés ordenó la demolición de lo poco que aún se mantenía en pie, para construir sobre las ruinas los cimientos de la capital de la futura Nueva España.
Pasajes de la Historia No. 1 El reino de Moctezuma
Un gran hallazgo del siglo XX
A raíz del descubrimiento de la Coyolxauhqui –el monolito de la diosa lunar– se impulsaron las excavaciones de la antigua Tenochtitlan, y fue así como se encontraron las ruinas de la pirámide doble de Tláloc y Huitzilopochtli, en la que se reconocieron por lo menos seis etapas constructivas, las cuales pueden observarse durante el recorrido por la zona arqueológica del Templo Mayor.
El visitante podrá ver las diferentes etapas, al comenzar el recorrido, por la escalinata que conduce al patio sur, el cual pertenece a la etapa VI, ubicada entre los años 1486 y 1502. Aquí se advierten superposiciones de pisos de lajas cortadas en forma irregular. Al final del andador destaca la fachada de la etapa IV-b, realizada entre 1469 y 1481, durante el reinado del emperador Axayácatl, en la que pueden verse cuatro cabezas de serpiente que servían como arranque de las alfardas que flanqueaban la doble escalinata del templo. El monolito de la Coyolxauhqui pertenece a esta etapa constructiva. El andador se interna en el núcleo de la pirámide a través de las superposiciones agregadas al conjunto; de éstas sobresale la etapa III, atribuida al reinado de Itzcóatl (1426-1440), en la que se encontraron, al pie de la escalinata, los restos de siete portaestandartes. Al fondo del andador se localiza la estructura correspondiente a la etapa II, construida hacia 1390. En ésta se encuentran bien conservados vestigios que permiten imaginar cómo eran los templos que remataban el edificio, así como la doble escalinata que lleva hasta los restos de los templos gemelos, el de la izquierda dedicado a Tláloc y el de la derecha a Huitzilopochtli, los dos con restos de pinturas alusivas a ambas deidades y objetos de culto.
Siguiendo por el andador se llega a los más fascinantes hallazgos de la exploración del sitio, el llamado Recinto de las Águilas, que es un espacio cuadrangular con una antesala porticada con columnas y patio interior con una magnífica banqueta labrada, estucada y pintada, que muestra la procesión de unas 170 figuras de guerreros y una cenefa en la que ondula el cuerpo de una serpiente.
Fue inaugurado el 12 de octubre de 1987. Alberga miles de piezas arqueológicas encontradas de 1978 a la fecha en un radio de siete cuadras del Centro Histórico de la ciudad de México. El edificio que lo alberga fue construido por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez y está ubicado en el mismo sitio que fuera el más importante centro ceremonial del pueblo mexica.
Consta de ocho salas de exhibición dedicadas en su mayoría a Tláloc, dios del agua, y Huitzilopochtli, dios de la guerra. La pieza principal del museo es la representación pétrea de Coyolxauhqui, diosa de la luna, decapitada y desmembrada por su hermano Huitzilopochtli.
En conjunto, el acervo del Templo Mayor da cuenta de la evolución del pueblo azteca, desde la peregrinación de los mexicas y su asentamiento en el lago de Texcoco hasta la llegada de los conquistadores españoles y la fusión de ambas culturas.
Recorrido
A lo largo de sus ocho salas se exhiben miles de objetos, 9% de los cuales provienen de la zona arqueológica y que explican aspectos de la cultura mexica. La arquitectura fue concebida con base en la forma del Templo Mayor, por lo que también cuenta con dos secciones: la sur, dedicada a los aspectos relacionados con el culto a Huitzilopochtli, como la guerra, el sacrificio y el tributo; y la norte, dedicada a Tláloc, así como a la agricultura, la flora y la fauna.
El recorrido ofrece al visitante una visión lo más cercana posible de la etapa de mayor esplendor del sitio.
1. De Coatlicue al Templo Mayor
Muestra de las investigaciones arqueológicas en el recinto sagrado de México-Tenochtitlan, desde 1790, cuando fueron halladas la Coatlicue y la Piedra del Sol, hasta los hallazgos más recientes del Proyecto Templo Mayor y del Programa de Arqueología Urbana.
2. Ritual y sacrificio
Se exhiben objetos relacionados con los ritos funerarios, las ceremonias religiosas y el sacrificio humano. Para los pueblos mesoamericanos, en especial para los mexicas, la vida cotidiana estaba teñida por un fuerte sentimiento religioso. Incluso la guerra era considerada como un ritual que permitía, por un lado, la expansión militar y el consecuente dominio tributario, y por el otro, la captura de enemigos destinados a morir en sacrificio para alimentar al Sol y asegurar la permanencia del cosmos.
3. Tributo y comercio
En esta sala se encuentran objetos producto del tributo y del comercio que los mexicas mantuvieron con otros pueblos y que fueron depositados en las ofrendas. En un mapa se ilustran los sitios y las rutas de los comerciantes mexicas, así como las zonas tributarias bajo su dominio desde su independencia del señorío de Azcapotzalco hasta la caída del imperio frente a los españoles.
4. Huitzilopochtli
Sala dedicada al dios de la guerra o colibrí del sur, patrono de los mexicas. A pesar de su gran importancia, no se han encontrado esculturas ni otras representaciones de esta deidad, ya que, según las fuentes históricas, su imagen era hecha con semillas de amaranto, las cuales difícilmente se conservan con el paso de los siglos. Sin embargo, gracias a las escasas imágenes en los códices se sabe que sus atributos principales eran un yelmo o casco en forma de colibrí; en una mano una serpiente de turquesa y en la otra un escudo con cinco adornos de plumas: una bandera ritual de papel, la Xiuhcóatl o serpiente preciosa y su arma mágica, entre otros. Asimismo se exhiben objetos asociados con su culto.
5. Tláloc
Sala dedicada al dios de la lluvia, fecundador de la tierra y residente de las más altas montañas, donde se forman las nubes. Tláloc era uno de los dioses más antiguos e importantes de Mesoamérica, pues de su bondad dependía que la tierra diera sus frutos, y de su ira, al enviar granizo e inundaciones, la pérdida de las cosechas. Por su enorme fuerza, los mexicas lo ubicaron junto a su gran dios Huitzilopochtli en el Templo Mayor de Tenochtitlan.
6. Flora y fauna
Se exhiben restos de animales y plantas que revelan la percepción que tenían los mexicas de su entorno y el valor que le daban en relación con su mundo religioso: muchos de los dioses prehispánicos tienen cualidades y rasgos animales, producto de esa observación minuciosa del ecosistema.
7. Agricultura
Se muestran objetos para explicar la importancia de la agricultura entre los mexicas. Múltiples dioses presidían esta actividad y los rituales correspondían a las épocas de lluvia y de secas, determinadas por Tláloc.
8. Arqueología histórica
Los objetos en exhibición abarcan desde la conquista española hasta el siglo XX, recuperados a lo largo de las excavaciones del Proyecto Templo Mayor y el Programa de Arqueología Urbana.
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