Sabes hijo, nunca he tenido tiempo para jugar contigo.
Encontré tiempo para todo, menos para verte crecer.
Nunca he jugado al dominó, a las damas, al naipe o a la batalla naval contigo, y siento que me necesitas, pero sabes, soy muy importante y no tengo tiempo.
Soy tan importante para los números, invitaciones sociales y una serie de compromisos ineludibles, y dejar todo esto para sentarme a jugar en el suelo contigo...
No, no tengo tiempo.
Un día viniste hasta mí con el cuaderno de la escuela.
Ni lo miré, seguí leyendo el diario.
Al fin de cuentas los problemas internacionales son más serios que los de mi casa.
Nunca he visto calificaciones tuyas, ni sé quién es tu maestra.
No sé ni cual fue tu primera palabra.
Pero tú entiendes.
No tengo tiempo.
De qué sirve saber las mínimas cosas de ti, si tengo tantas cosas grandes que hacer.
Vaya como has crecido.
Ya superaste mi cintura.
Estás alto.
No me había dado cuenta de eso; porque día y noche mi vida es una carrera.
Y cuando tengo tiempo prefiero usarlo afuera.
Y si lo uso aquí me pierdo enmudecido frente al televisor y la radio, porque la televisión y la radio son muy importantes y me informan mucho.
Sabes, hijo mío, la última vez que tuve tiempo para ti, fue una noche de amor con tu mamá cuando te hicimos.
Sé que te quejas.
Sé que sientes falta de un palabra, de una pregunta mía, de un juego, de un puntapié en tu pelota, pero no tengo tiempo.
Sé que sientes falta de mi abrazo, de reír, de jugar conmigo, de ir a pie hasta la esquina a comprar refrescos, de correr hasta el kiosco a comprar el Pato Donald.
Pero sabes cuanto hace que no ando a pie por la calle.
no tengo tiempo.
Pero tú entiendes: soy un hombre importante, tengo que atender a mucha gente, dependo de ellos.
Hijo, tú no entiendes de negocios, en realidad soy un hombre sin tiempo.
Yo sé que te enojas porque las pocas veces que hablamos es monólogo, sólo yo hablo y el 99 por ciento es discusión.
¡Quiero silencio!.
¡Quiero tranquilidad!
Y tú tienes la pésima costumbre de venir corriendo encima de mí, tienes la manía de saltar en mis brazos.
Hijo no tengo tiempo para abrazarte, no tengo tiempo para hablar sin ton ni son con chicos, ¿qué entiendes tú de computadoras, cibernética, nacionalismo?.
Sabes, hijo mío, no tengo tiempo.
Pero lo peor de todo, lo peor de todo es que si te murieses ahora, ya en este instante me quedaría con un dolor en la conciencia y en el corazón, porque nunca, nunca he tenido tiempo para jugar contigo.
Y en la otra vida, seguramente Dios no tendrá tiempo de por lo menos dejarme verte, dejarme abrazarte y darte un beso.
Encontré tiempo para todo, menos para verte crecer.
Nunca he jugado al dominó, a las damas, al naipe o a la batalla naval contigo, y siento que me necesitas, pero sabes, soy muy importante y no tengo tiempo.
Soy tan importante para los números, invitaciones sociales y una serie de compromisos ineludibles, y dejar todo esto para sentarme a jugar en el suelo contigo...
No, no tengo tiempo.
Un día viniste hasta mí con el cuaderno de la escuela.
Ni lo miré, seguí leyendo el diario.
Al fin de cuentas los problemas internacionales son más serios que los de mi casa.
Nunca he visto calificaciones tuyas, ni sé quién es tu maestra.
No sé ni cual fue tu primera palabra.
Pero tú entiendes.
No tengo tiempo.
De qué sirve saber las mínimas cosas de ti, si tengo tantas cosas grandes que hacer.
Vaya como has crecido.
Ya superaste mi cintura.
Estás alto.
No me había dado cuenta de eso; porque día y noche mi vida es una carrera.
Y cuando tengo tiempo prefiero usarlo afuera.
Y si lo uso aquí me pierdo enmudecido frente al televisor y la radio, porque la televisión y la radio son muy importantes y me informan mucho.
Sabes, hijo mío, la última vez que tuve tiempo para ti, fue una noche de amor con tu mamá cuando te hicimos.
Sé que te quejas.
Sé que sientes falta de un palabra, de una pregunta mía, de un juego, de un puntapié en tu pelota, pero no tengo tiempo.
Sé que sientes falta de mi abrazo, de reír, de jugar conmigo, de ir a pie hasta la esquina a comprar refrescos, de correr hasta el kiosco a comprar el Pato Donald.
Pero sabes cuanto hace que no ando a pie por la calle.
no tengo tiempo.
Pero tú entiendes: soy un hombre importante, tengo que atender a mucha gente, dependo de ellos.
Hijo, tú no entiendes de negocios, en realidad soy un hombre sin tiempo.
Yo sé que te enojas porque las pocas veces que hablamos es monólogo, sólo yo hablo y el 99 por ciento es discusión.
¡Quiero silencio!.
¡Quiero tranquilidad!
Y tú tienes la pésima costumbre de venir corriendo encima de mí, tienes la manía de saltar en mis brazos.
Hijo no tengo tiempo para abrazarte, no tengo tiempo para hablar sin ton ni son con chicos, ¿qué entiendes tú de computadoras, cibernética, nacionalismo?.
Sabes, hijo mío, no tengo tiempo.
Pero lo peor de todo, lo peor de todo es que si te murieses ahora, ya en este instante me quedaría con un dolor en la conciencia y en el corazón, porque nunca, nunca he tenido tiempo para jugar contigo.
Y en la otra vida, seguramente Dios no tendrá tiempo de por lo menos dejarme verte, dejarme abrazarte y darte un beso.
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