jueves, 29 de mayo de 2008
A 55 AÑOS DE LA CONQUISTA DEL EVEREST
Hoy se cumplen 55 años de la primera ascensión al "Techo del Mundo", protagonizada por Edmund Hillary y Tenzing Norgay.
El neozelandés Edmund Hillary y el Sherpa Tenzing Norgay del Nepal llegaron a la cima a las 11.30 de la mañana, hora local, del 29 de mayo de 1953, por la Vía del Collado Sur. En esa época, ambos declararon que había sido un esfuerzo de equipo de toda la expedición pero años más tarde Tenzing reveló que Hillary fue el primero que puso su pie sobre la cima. Pararon en la montaña para tomar fotografías y enterraron en la nieve algunos dulces y una cruz antes de descender. La noticia del éxito de la expedición llegaron rápidamente a Londres en la mañana de la coronación de la Reina Isabel II. De vuelta a Katmandú, Hillary y Tenzing descubrieron que habían sido nombrados caballeros británicos.
"A las 6.30 nos arrastramos fuera de la tienda. Preocupado por mis pies fríos, pedí a Tenzing que partiera y él se alejó del peñasco que protegía nuestra tienda abriendo una hilera de profundas huellas hacia la pronunciada pendiente de nieve en polvo a la izquierda de la arista principal. La arista estaba bañada por la luz del sol y a lo lejos, por encima de nosotros, divisamos la Cumbre Sur. Tenzing, moviéndose cuidadosamente, marcaba peldaños. Alcanzamos su cresta justo donde forma una característica protuberancia de nieve alrededor de 8.500 metros. Desde allí la arista se estrechaba hasta ser como el filo de un cuchillo, y como mis pies estaban ya calientes pasé delante.
Avanzábamos despacio pero ininterrumpidamente. Después de caminar un rato por esta arista más bien penosa, llegamos a una pequeña concavidad donde hallamos las dos botellas de oxígeno abandonadas en el anterior intento de Evans y Bourdillon. Rasqué el hielo de los manómetros y me alivió mucho comprobar que contenían aún varios cientos de litros de oxígeno.
Con la reconfortante certeza de contar con aquellas botellas continué el ascenso abriendo huella por la arista, que pronto se ensanchó, pronunciándose su inclinación para convertirse en la formidable pendiente de nieve que a lo largo de 150 metros asciende hasta la Cumbre Sur. Las condiciones de la nieve parecían peligrosas. Consulté con Tenzing acerca de la conveniencia de seguir adelante y él, aunque admitiendo que no le gustaban las condiciones de la nieve, concluyó con su frase familiar: «Como prefieras». Decidí continuar. No sin alivio, alcanzamos por fin una zona de nieve firme más arriba y, tallando peldaños a lo largo de las últimas pendientes, cramponeamos hacia la Cumbre Sur.
Eran las nueve de la mañana. Contemplamos con interés la arista virgen que teníamos delante. Tanto Bourdillon como Evans habían sido deprimentemente exactos y comprendimos que podía resultar una barrera casi insuperable. Aparentemente sólo había una zona segura: la escarpada pendiente de nieve entre las cornisas, y la pared de roca parecía estar compuesta de nieve firme y compacta. Cavamos unos asientos en la nieve justo debajo de la Cumbre Sur y nos quitamos el oxígeno. Una vez más realicé cálculos mentales. Se había acabado una de las botellas y ahora sólo quedaba una llena. Mientras tallaba peldaños al descender de la Cumbre Sur notaba una clara sensación de libertad y bienestar totalmente contraria a lo que yo hubiera esperado sentir a esta altitud.
Cuando mi piolet mordió en la primera pendiente de la arista, todas mis esperanzas se cumplieron. La nieve era cristalina y firme. Dos o tres golpes rítmicos del piolet bastaban para formar un peldaño suficientemente grande y un firme empujón al piolet lo hundía hasta medio mástil, proporcionando un seguro sólido y reconfortante. Me daba cuenta de que nuestro margen de seguridad a esta altitud no era grande y de que debíamos tomar todas las medidas de precaución. Así, yo avanzaba unos doce metros tallando una línea de peldaños mientras Tenzing me aseguraba. A continuación, yo hundía mi piolet y colocaba algunos anillos de cuerda en torno suyo, y Tenzing, protegido frente a un eventual resbalón, venía a reunirse conmigo. Después, otra vez volvía él a asegurarme mientras yo seguía tallando. Era impresionante mirar desde lo alto de aquella enorme pared de roca y divisar, 2.500 metros más abajo, las diminutas tiendas del campo IV en el Cwm Occidental [léase cum: circo o valle]. Trepando por las rocas y tallando presas en la nieve continuábamos nuestra progresión.
En una de aquellas ocasiones noté que Tenzing reducía el ritmo y parecía respirar con dificultad. Sospeché inmediatamente de su oxígeno. Observé que del tubo de salida de su máscara colgaban carámbanos de hielo, y al observarlo de cerca hallé que estaba completamente obturado por el hielo. Conseguí retirarlo, proporcionándole un gran alivio. Al revisar mi propio equipo descubrí que estaba ocurriendo lo mismo.
El tiempo parecía perfecto. Continué tallando escalones. Para sorpresa mía, estaba disfrutando con la ascensión tanto como jamás había disfrutado en una bella arista de mis Alpes neozelandeses. Después de una hora de marcha ininterrumpida llegamos al pie de un pasaje con aspecto de ser el más formidable problema de la arista: un resalte de roca de unos 15 metros. A aquella altitud, podía significar la diferencia entre el éxito y el fracaso. Aquella roca, lisa y casi desprovista de presas, podría haber sido un interesante problema para un grupo de expertos escaladores del Lake District un domingo por la tarde, pero aquí suponía una barrera para nuestras mermadas fuerzas. En su flanco Este había una gran cornisa, y a lo largo de todo el resalte ascendía una estrecha grieta entre la cornisa y la roca. Dejando que Tenzing me asegurara, me empotré dentro y luego, golpeando hacia atrás con los crampones, hundí las puntas en la nieve dura de detrás de mí y me levanté del suelo. Aprovechando las pequeñas presas en la roca y toda la fuerza de mis rodillas, hombros y codos, ascendí cramponeando literalmente de espaldas, rezando fervientemente para que la cornisa permaneciera unida a la roca.
A pesar del considerable esfuerzo progresé en forma continua aunque lenta, y mientras Tenzing me aseguraba ascendí hasta llegar por fin a lo alto del escalón, arrastrándome fuera de la grieta. Durante algunos momentos me quedé tumbado, recuperando el aliento, y por primera vez sentí la feroz certidumbre de que nada nos impediría ahora alcanzar la cumbre. Me aposté sólidamente e indiqué a Tenzing que subiera. Tiré de la cuerda mientras él luchaba hasta llegar por fin a la reunión, donde se dejó caer exhausto como un gran pez al que acaban de sacar del mar después de una terrible batalla.
La arista continuó en la tónica anterior. Cada vez que dejaba atrás un lomo, se izaba en la distancia otro más alto. El tiempo transcurría y la arista parecía no acabar nunca. Ahora comenzaba a estar cansado. Llevaba dos horas cortando peldaños sin interrupción, y también Tenzing se movía muy despacio. Mientras contorneaba otro recodo, me pregunté algo aburrido hasta cuándo podríamos aguantar. Nuestro entusiasmo inicial había desaparecido casi por completo y todo se iba convirtiendo en una lucha espantosa. De pronto observé que la arista que iba siguiendo, en lugar de ascender monótonamente, descendía de pronto, y mucho más abajo divisé el Collado Norte y el glaciar de Rongbuk. Miré hacia arriba y contemplé una estrecha arista de nieve que ascendía a una cumbre nevada. Unos pocos golpes más del piolet sobre la nieve compacta y estábamos arriba.
Mis sentimientos fueron de alivio: ya no había más peldaños que tallar, más aristas que atravesar ni más lomos que nos engañaran. Miré a Tenzing y a pesar del pasamontañas, las gafas y la máscara incrustada de carámbanos, no podía ocultar la contagiosa sonrisa de puro deleite al contemplar cuanto le rodeaba. Nos estrechamos las manos y entonces Tenzing me echó el brazo sobre los hombros y nos dimos palmadas mutuas en la espalda hasta quedar casi sin aliento. Eran las 11.30. En la arista habíamos invertido dos horas y media, pero pareció una vida entera".
Edmund Hillary
Hasta Google lo ha reflejado en el dibujo de su página. Tal día como hoy, hace 55 años, Tenzing Norgay y Edmund Hillary hollaban la cima del monte Everest. Tan sólo pedimos un pequeño recuerdo a ellos, y a aquellos tiempos. Un recuerdo que, desde un mundo y una época como la nuestra, inevitablemente tiene que estar lleno de nostalgia, y nos hace dudar si, en determinadas cosas, no hemos perdido más de lo que hemos ganado.
Tenzing Norgay hace ya muchos años que nos dejó. Edmund Hillary falleció este año, tras haber dedicado su vida a ayudar al pueblo sherpa.
El Everest
El Monte Everest es la montaña más alta de la Tierra, con 8.851 msnm. Está localizada en el Himalaya, en el continente asiático, y marca la frontera entre Nepal y Tibet. En Nepal es llamado Sagarmatha (la frente del cielo) y en China Chomolungma o Qomolangma Feng (madre del universo). La montaña fue nombrada Everest en honor de Sir George Everest, británico, topógrafo general de la India, en 1865.
El nombre tibetano para el monte Everest es Chomolungma o Qomolangma (que significa "Madre del universo"), y el nombre chino correspondiente es Zhūmùlǎngmǎ Fēng o Shèngmǔ Fēng.
De acuerdo a los registros ingleses de mediados del s. XIX, el nombre local en Darjeeling para la montaña era Deodungha, o "Montaña sagrada". En los años 1960, el Gobierno de Nepal dio a la montaña un nombre oficial en nepalí: Sagarmatha (सगरमाथा), que significa "cabeza del cielo".
En 1865, el británico Andrew Waugh, topógrafo general británico de la India, le dio el primer nombre inglés a la montaña. Anteriormente se denominaba como "pico gamma", "pico b", "pico afilado h" o "Pico XV". En aquella época, tanto el Nepal como el Tíbet se mantenían cerrados a los viajeros extranjeros. Respecto al nombre la montaña Andrew Waugh escribió:
El Coronel George Everest, el jefe y respetado predecesor en el cargo me recomendó asignar el auténtico nombre nativo o local a cada elemento geográfico, pero aquí se encuentra una montaña, probablemente la más alta del mundo, que no cuenta con ningún nombre local que hayamos podido descubrir y cuyo nombre nativo, si existe, probablemente no lo encontraremos hasta que nos sea permitido penetrar en el Nepal. Mientras tanto es mi deber y mi privilegio asignar un nombre por el que sea conocido entre ciudadanos y geógrafos y convertirse en un nombre conocido en las naciones civilizadas.
Waugh escogió que el nombre de la montaña fuera el nombre de su predecesor George Everest, primero utilizando la ortografía Mont Everest, y posteriormente Monte Everest. Curiosamente, la pronunciación actual de Everest difiere de la pronunciación original del apellido de "Sir George Everest".
A principios de los años 1960, el Gobierno de Nepal se dio cuenta de que el Monte Everest no tenía nombre nepalí. Ello es así porque la montaña no era conocida ni tenía nombre en Nepal, es decir, en el Valle de Katmandú y áreas circundantes, y comenzó a buscarle un nombre. El nombre tibetano/sherpa no era aceptable, ya que iba en contra de la política de nepalización del país, así que se inventó uno nuevo, Sagarmatha (सगरमाथा), creado por Baburam Acharya.
En 2002, el periódico chino Diario del Pueblo publica un artículo pronunciándose en contra del uso constante del nombre inglés en Mundo Occidental, insistiendo que debería utilizarse su nombre tibetano. El periódico argumentaba que el nombre chino (realmente un nombre tibetano) es anterior al inglés, ya que el nombre "Monte Qomolangma" se encuentra marcado en mapas chinos con una antigüedad de 280 años.
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