El rabino Eisik, hijo del rabino Jekel, habitante del ghetto polaco de Cracovia, soñó una noche que debía viajar a Praga, la distante capital bohemia, donde lo esperaba un tesoro oculto, enterrado bajo el puente principal de la ciudad que conducía al castillo de los reyes. La nitidez del mensaje onírico lo perturbó durante algunas horas, pero muy pronto lo dejó en el olvido. La vida diaria resultaba muy laboriosa y el rabino era un hombre pobre que requería trabajar para ganarse el pan. La anécdota no lo hace explícito; sin embargo, ha de inferirse que los sueños no representaban una dimensión importante para él.
Después de algunas noches sin recordar nada a la mañana siguiente, el rabino volvió a soñar el mismo sueño. Otra vez se le apremiaba para que dejara su ciudad y fuera en busca de ese tesoro prometido. Y aunque de nuevo el tiempo de todos los días evaporó la urgencia del requerimiento soñado y deshilvanó la sorpresa de su vigilia, mucho más perturbadora que en la primera ocasión, Eisik comenzó a creer que el sueño contenia un llamado concreto y desatenderlo podria resultarle fatal. Consultó el asunto con un viejo rabino y este le confirmó que aquella era una vía utilizada por el espíritu para comunicarse con los hombres e instruirlos al dormir. Luego pasaron los días y esto lo olvido.
Dos llamados, dos omisiones. El rabino Eisik mantuvo su rutina cotidiana, sin embargo, otra vez se repitió el sueño y tras la tercera llamada, lió los bártulos valerosamente y se puso en camino. El viaje fue dificultado por su pobreza y al llegar a Praga, se encontró con que había varios centinelas en el puente sugerido en su sueño, que lo custodiaban día y noche; así que no se atrevió a cavar. Se limitó a ir cada mañana a merodear por el lugar hasta el anochecer, mirando el puente, observando a los centinelas y estudiando discretamente la albañilería y el suelo, hasta que tanta persistencia llamó la atención a un capitán de la guardia.
El oficial, extrañado ante la persistencia, se acercó a él y le preguntó cortésmente si había perdido algo, o quizá esperaba la llegada de alguien. El rabino Eisik le contó con sencillez y confianza el sueño que había tenido. El oficial se echó hacia atrás con una carcajada. "¡Mi pobre amigo!, ¿de verdad?" dijo el capitán, "¿y has gastado tu calzado viniendo hasta aquí por un sueño? ¿Quién en sus cabales creería en un sueño? Pues te voy a decir una cosa: si yo creyese en los sueños, ahora mismo estaría haciendo exactamente lo mismo que tú. Habría hecho la misma peregrinación, sólo que en dirección contraria, aunque sin duda con el mismo resultado. Deja que te cuente mi sueño". Era un oficial amable a pesar de sus fieros bigotes, y el rabino sintió simpatía hacia él. "He soñado" dijo el oficial de la guardia, "que una voz me hablaba de Cracovia, y me ordenaba que fuese allí y buscase un gran tesoro que había en casa de un rabino judío llamado Eisik, hijo de Jekel; que encontraría el tesoro enterrado en un sucio rincón detrás de la estufa, ¡Eisik, hijo de Jekel!" volvió a reír el capitán con los ojos chispeantes, "Imagínate: ir a Cracovia… y ponerme a derribar las paredes de todas las casas del ghetto: porque la mitad de los hombres se llamarán sin duda Eisik y la otra mitad Jekel! ¡Eisik, hijo de Jekel, nada menos!" y siguió riéndose de esta broma maravillosa. El modesto rabino escuchó con atención; luego, tras una profunda inclinación, y dar las gracias a su desconocido amigo, emprendió a toda prisa el largo regreso a su casa, cavó en el rincón abandonado de la estufa, y encontró un tesoro que puso fin a su miseria; y con una parte del dinero, erigió una casa de oración que aún hoy lleva su nombre.
Así, pues, no está lejos el tesoro que pone fin a nuestra miseria y nuestros agobios. No hay que buscarlo en ninguna región lejana; está enterrado en nuestra propia casa, o sea, en nuestro propio ser. Se halla detrás de la estufa, detrás del centro que da calor y vida a la estructura de nuestra existencia, en lo más recóndito de nuestro corazón… con tal que podamos cavar.
Pero lo cierto es que sólo después de un viaje fiel a una región distante, a un país extranjero, a una tierra extraña, se nos puede revelar el significado de la voz interior que debe guiar nuestra empresa. Y junto con este hecho persistente y singular hay otro, a saber: que quien nos revela el significado de nuestro mensaje interior ha de ser un desconocido, de otro credo y de una raza extranjera. El capitán bohemio del puente no cree en las voces interiores ni en los sueños; sin embargo, revela al desconocido llegado de lejos el mensaje que termina con sus tribulaciones y da cumplimento a su búsqueda. Tampoco hace esto de manera intencionada; al contrario, entrega el trascendental mensaje de manera inadvertida, al hablar especialmente del suyo.
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