Tutankamón era un joven faraón egipcio de la XVIII Dinastía. Llegada la hora de su muerte fue enterrado según sus costumbres, en una tumba rodeado de sus más preciados tesoros y gran cantidad de alimento del que dispondría en su otra vida. Al igual que sus antecesores, Tutankamón había sido enterrado en el Valle denominado de los Reyes. Todos aquellos que reinaron sobre la misteriosa raza descansaban allí en uno u otro lugar.
Por siglos el Valle de los Reyes había sido saqueado por todo tipo de maleantes, aventureros, conquistadores y finalmente, los arqueólogos que deseaban los ocultos tesoros del lugar. Por más de 3270 años su cuerpo había quedado oculto a los ojos del mundo. En noviembre de 1922, Howard Carter halló, en el Valle de Los Reyes, la momia del joven faraón y sus tesoros intactos.
Howard Carter se encontraba trabajando para el gobierno de Egipto como Inspector General del Departamento de Antigüedades.
Había dedicado casi la totalidad de su vida científica a la tarea que le llevaba de la mano. El descubrimiento y conservación de los tesoros escondidos en las tumbas reales. Carter estaba decidido a develar el misterio del Faraón adolescente. Desde 1917 se dedicó a excavar en los restos de los otros arqueólogos. No teniendo el capital suficiente, muchas veces él mismo tenía que emprender la tarea con algún estudiante, discípulo u obrero mal pagado. Excavaba en los sitios en que se había excavado con anterioridad por dos motivos. Primero porque de esta forma se ahorraba la mano de obra y segundo porque ya había camino adelantado en las excavaciones abandonadas. Residiendo en Egipto, trabajaba para el gobierno y tenía todo el tiempo del mundo para finalizar su tarea. Los informes mostraban que, efectivamente, la tumba de Tutankamón no se había encontrado aún. Que estaba allí desafiando todos los esfuerzos para dar con su paradero. Por lo tanto se dedicó a esta tumba en especial.
El 4 de noviembre de 1922, tras hallar un primer escalón tallado en la roca, Carter y sus hombres se convencen de que ahí está el lugar y siguen excavando vigorosamente. Aparece al rato un segundo escalón y otro más. Son 16 en total, que descienden hasta una abertura tapiada con una puerta de madera sellada con el nombre de Tutankhamón. Carter controla su impulso de echar abajo la puerta y ordena tapiar urgentemente con piedras todos los escalones. Deja en el lugar a un puñado de guardias armados, corre hasta Luxor y telegrafía a su patrocinador Carnarvon: “Magnífico descubrimiento en el valle. Tumba con sellos intactos. La volví a cubrir a la espera de su llegada. Felicitaciones”. A la mañana siguiente, llega la respuesta desde Londres: “Salgo inmediatamente para Egipto. Llegaré el 20. Lord Carnarvon”,
El 26 Noviembre de 1922 sus esfuerzos de varios años dieron el resultado apetecido. La entrada a la tumba fue descubierta. Dieciséis escalones que conducían hacia las profundidades (esto dio pié a la teoría de que Tutankamón solo tenía 19 años al morir). Tras bajar los escalones Carter se encontró en una antecámara. Tras de él se encontraba Lord Carnavon, arqueólogo aficionado y el hombre que había suministrado el dinero para la tediosa y costosa operación de rescate, Carter se inclinó ante la puerta de granito. Una puerta maciza grabada con todo tipo de signos jeroglíficos. Bajo la puerta había una especie de rajadura por la cual podía verse hacia adentro. Carter se inclinó con su linterna y la enfocó hacia la Tumba Real. Por varios minutos permaneció inmóvil viendo los tesoros incontables que brillaban en la oscuridad y que adquirían dimensiones propias al ser violados por la luz eléctrica... casi 3500 años después de su desaparición.
Durante los trabajos en la tumba (donde trabajó diariamente durante 16 años) sintiéndose muy solitario y cansado, Carter había colgado en el interior una jaula con un canario, cuyo canto ponía algo de alegría en el sombrío ambiente. Una tarde notó que el canto se interrumpía bruscamente y, al levantar la vista, vio una cobra (la serpiente guardiana de los faraones y encarnación de la diosa Edjo) devorando a su frágil mascota...
La maldición comenzó a confirmarse. La muerte de Lord Carnavon fue el gatillo que disparó la imaginación del mundo entero. Murió el 5 de Abril de1923, apenas diez meses después de haber penetrado en la Cámara Real. George Edward Molyneus Herbert, más conocido como el quinto conde de Carnavon había tomado la egiptología y la arqueología con la misma pasión que otros millonarios y miembros de la nobleza toman los deportes o la sociedad. Mientras que se encontraba en los días del sensacional descubrimiento fue picado por un mosquito en la mejilla izquierda. No le prestó la menor atención a la picadura de mosquito, un incidente que ocurría día a día y a millares de turistas y locales. Una semana después, mientras se afeitaba se cortó encima de la picadura.
De repente, un par de días más tarde comenzó a sentirse mal de salud. Y se agravó tanto que tuvo que ser trasladado al Cairo con urgencia. El 17 de marzo se conoció que una grave infección le había atacado la garganta, el oído interno y el pulmón derecho. Los doctores en El Cairo le dieron diversas inyecciones de suero que, aparentemente detuvieron el curso de la enfermedad. Sin embargo el 27 de marzo un ataque fulminante de neumonía se extendió por ambos pulmones.
Tras sufrir una terrible agonía plagada de dolores horrendos y deformaciones física, incluida la caída de todos los dientes, para el 4 de abril estaba muerto. Un continuado ataque de tos hizo que su corazón fallara a las dos de la madrugada. En ese mismo instante, en Inglaterra, Susan, su perra fox-terrier, aulló y gimió para luego morir en brazos del mayordomo en el momento exacto en que su amo murió. La familia Carnavon, reunida en el hotel Continental Savoy en El cairo recibió la noticia por la enfermera que lo había cuidado. Nada más terminar la frase todo quedó a oscuras; un fallo en el suministro de energía dejó sin luz a toda la capital egipcia (lo más extraño de todo fue que, al examinar la momia de Tutankamón, los médicos hallaron una depresión en forma de cicatriz sobre la mejilla izquierda, en correspondencia con la picadura de Carnavon). La hija de Lord Carnarvon, Elizabeth murió de un piquete de insecto.
Inmediatamente y posterior a su muerte los rumores sobre la "maldición" se hicieron voces públicas que los periódicos y medios informativos tomaron de su buena cuenta. ¿Por qué? Se preguntaban ¿Un hombre con apenas 57 años, saludable y sin enfermedades anteriores había de sucumbir ante la picada de un mosquito? A estas alturas surge un egiptólogo que afirmaba haber "descifrado la inscripción que había sobre la entrada en la tumba" Según el Egiptólogo esta inscripción decía: "La muerte vendrá con alas ligeras sobre todo aquel que se atreva a violar esta tumba" Lo cierto es que la famosa inscripción jamás pudo ser encontrada nuevamente ya que los trabajadores de Carter destruyeron la pared que la tenía escrita.
Lord Carnavon tenía un medio hermano, Audrey Herbert, que lleno de entusiasmo por el descubrimiento de su pariente y Carter se trasladó a Egipto a fin de estar presente cuando encontraran la Cripta Final. A su regreso a Londres, sin causa prevista o lógica cayó muerto en el piso de su dormitorio mientras se preparaba para tomar un baño.
Carter procuraba no dar importancia a los rumores tildándolos de teorías sin sustento. Pero sus allegados decían que estaba sumamente alterado por estas muertes. Especialmente cuando su más cercano ayudante Arthur Mace siguió la misma suerte de los Carnavon.
Arthur Mace fue el hombre que, con una barra de hierro rompió los últimos pedazos del sello que separaba al mundo exterior de la Cámara Real. Entró en coma por agotamiento en su hotel y falleció de forma fulminante dias después ante la sorpresa de los médicos en el mismo hotel que ocupaba Lord Carnavon en el Cairo. Los médicos se encontraron imposibilitados de dar una explicación científica a su repentina muerte. Pero aquí no se detenía la aparente maldición.
La muerte de Carnarvon llegó a los oídos de su amigo George Jay Gould, magnate ferrocarrilero que vivía en Estados Unidos, quien quiso conocer la tumba que algunos llamaban asesina; murió al día siguiente con fiebre muy alta.
Algo por el estilo le sucedió al industrial sudafricano Joel Woolf, quien tuvo el valor de demostrar que no le temía a los faraones. Entró a la tumba y de regreso a Londres, enfermó en el barco y murió sin llegar a Inglaterra.
Sir Archibald Douglas Reíd, el radiologista que había trabajado bajo las órdenes de Carter sacando radiografías de la momia en la tumba seguía el mismo camino. Repentinamente enfermó de cansancio y agotamiento, tuvo que regresar a Suiza, su país natal. Allí fallecía dos meses después sin causa conocida. Seguían las muertes violentas.
Richard Bethell, secretario personal de Carter falleció de un infarto cuatro meses después del descubrimiento; Lord Westbury, el padre de Richard Bethell, se suicidó arrojandose al vacío desde un séptimo piso en Londres. Dejó una nota enigmática: "I really cannot stand anymore horrors and hardly see what good I am going to do here, so I am making my exit"; en su dormitorio tenía un jarrón de alabastro procedente del sepulcro de Tutankamón. A la mañana siguiente, la carroza fúnebre que transportaba su cuerpo al cementerio atropelló y dio muerte a un niño de ocho años. El niño atropellado era sobrino de Alexander Scott, un funcionario del Museo Británico que trabajó en el reconocimiento de la momia del faraón.
La viuda de Bethell se suicidó en 1956.
Un profesor canadiense, amigo de Carter recorrió la tumba pocos después del hallazgo, sólo para regresar al hotel en el Cairo y morir víctima de un ataque cerebral.
Por esos mismos días, la norteamericana Evelyn Greely, de cuarenta años, profesora de Historia de la Universidad de Chicago, se ahogaba en las frías aguas del lago Michigan. Nunca se supo si había sido un suicidio o un accidente, la profesora Greely, acababa de regresar de un viaje de estudios a Egipto, durante el cual había visitado el sepulcro de Tutankhamón.
El principe Ali Bey que declaraba ser descendiente directo del Rey Tut fue asesinado por su esposa. El profesor en egiptología H. G. Evelyn se suicidó por temor a la maldición del faraón.
La momia de Tutankamón fue lleva da a la Universidad del Cairo en Noviembre 11 de 1925. Se trataba de hacerle la autopsia bajo el escalpelo profesional del doctor Douglas Derry, una autoridad en la materia. Derry, en un silencio de muerte tomó el escalpelo y realizó una incisión directa en los vendajes exteriores de la momia. Los vendajes cayeron a ambos lados mostrando 143 pequeñísimos bolsillos. Cada uno de ellos guardando una piedra preciosa. Alrededor de su cuello estaba el "collar de la protección" según la religión egipcia y confeccionado en hierro. Los brazos estaban cubiertos con magníficos brazaletes. Siete en el derecho y seis en el izquierdo. Cada dedo de sus manos tenía un anillo de oro macizo. El abdomen estaba cubierto con capas de misteriosos objetos también de oro macizo. Todos ellos en forma de T. La cabeza estaba cubierta con una magnífica diadema de oro y separándola del afeitado cráneo (según la moda egipcia) había una malla de finísimo oro batido. Por fin todos los adminículos y ornamentos fueron separados. Los presentes dieron un suspiro de asombro.
Las facciones del Faraón Niño aparecían serenas. Casi vivas. Perfectamente conservadas. En la mejilla izquierda, casi bajo el lóbulo de la oreja tenía una depresión en el hueso. Se especuló que quizás de aquello había muerto el faraón. Una fractura en el hueso y un derrame cerebral. Sin embargo jamás se encontraron pruebas para garantizar esta teoría como válida. La voz del pueblo se entera de todo. De algún lugar surgió el rumor de que "el Faraón tenía una marca en el mismo lugar en que Lord Carnavón fue picado por el mosquito" Y esto era cierto. De allí en adelante se esperó la muerte de los asistentes a la autopsia de un momento al otro. La prensa se cebaba en ellos. Las personas en la calle los consideraban como "muertos en vida." Incluso científicos amigos se alejaban de sus alrededores.
Lo cierto es que uno de ellos, que ayudó al doctor Derry en la autopsia murió poco después de un ataque al corazón. Sin embargo, el principal ejecutor de la autopsia, el mismo Derry sobrevivió hasta pasados los ochenta años. La teoría de la maldición tenía sus pros y sus contras. El mismo Carter sobrevivió su descubrimiento hasta los 67 años y murió de aparentes causas naturales. Sin embargo había algo que llamaba la atención. Los dos asistentes principales. Los dos "secundarios" en los momentos cruciales de la profanación habían muerto. Uno de ellos el Lord Carnavon. El otro fue el radiologista Carlyle ayudante del doctor Derry ¿Coincidencia? Los que se dedicaron a explotar la leyenda sensacionalista de la "maldición" ampliaron sus explicaciones.
Según ellos, Lord Carnavon representaba la fuerza monetaria que había hecho posible las excavaciones. Sobre él debía caer la maldición y no sobre Carter que era un simple egiptólogo pagado por el Gobierno. En el caso de Carlyle se llegó a la conclusión de que, tras de la incisión primaria efectuada por el doctor Derry, el resto de la operación fue realizado por su ayudante. En otras palabras, fue la mano ejecutora. Esta explicación tiene lógica. En este caso la maldición faraónica hubiese alcanzado al instigador y al profanador. Los médicos en la actualidad tienden a explicar la muerte de Lord Carnavon y la de varios miembros de la expedición mediante los últimos descubrimientos. Con toda seguridad (según ellos) Lord Carnavón fue infectado por la picada del mosquito. Esto trajo como consecuencia que, en ausencia de los antibióticos que aún se desconocían, la muerte fue inevitable.
Para 1935 la cifra total de muertos relacionados con Tutankamón sumaba veintiuno y varios recopiladores de sucesos la elevaron hasta treinta. Lo cierto, es que hasta para el más escéptico la lista más pequeña resulta impresionante. A esto se debe añadir los sucesos posteriores ocurridos en la década de los años sesenta, consiguiendo que la maldición de Tutankamón volviera a ser titular en los periódicos. Mohammed Ibrahim, en esa época director egipcio de antigüedades, intentó impedir que varias reliquias halladas en la tumba fueran a a París. Había sufrido una serie de pesadillas que anunciaban su muerte si las dejaba salir de Egipto. El gobierno le obligó a aprobar el traslado. Al concluir su jornada laboral, Mohammed Ibrahim salió de su oficina en el Museo de El Cairo y al cruzar la calle fue atropellado por un camión. Murió instantáneamente.
Richard Adamson, único sobreviviente de la expedición de Carter y Carnarvon, declaró durante un reportaje que "la maldición de la momia" no era sino "superchería barata". Su esposa murió al día siguiente, dando pié a toda clase de especulaciones. Tiempo más tarde, Adamson volvió a negar la existencia de una maldición y su hijo padeció un grave accidente, sufriendo fractura de columna. El arqueólogo se negó hasta el día de su muerte a volver a hablar del tema.
Ken Parkinson, ingeniero de vuelo del avión que traslado los tesoros de Tutankamon a París, tuvo un grave ataque cardíaco al cumplirse el aniversario del viaje. Sobrevivió pero, a partir de entonces, volvió a sufrir un infarto cada año en la misma fecha. En 1978, su corazón debilitado por 11 crisis sucesivas se detuvo para siempre. Era, claro, el día del aniversario del viaje... Dos años antes, otro ataque cardíaco se había llevado a Rick Laurie, piloto de la misma nave en el fatídico viaje a París. Otros miembros de la tripulación sufrieron accidentes, enfermedades y ataques cardíacos.
Durante la década siguiente la maldición continuó. En 1972 el nuevo director del Departamento de Antigüedades egipcio, Gamal ed-Din Mehrez, sucesor de Ibrahim, afirmó a Philipp Vandenberg que no creía en la maldición: "Fíjese en mí, toda la vida he estado trabajando con tumbas y momias. Seguramente soy la mejor prueba de que todo son coincidencias" Gamal murió la noche siguiente a la supervisión del empaquetado de los objetos destinados a la exposición que se iba a celebrar en Londres. Los miembros de la tripulación del avión que efectuó el traslado a la capital británica se vieron también alcanzados por la maldición. El teniente Rick Laurie murió en 1976 de un infarto. Su esposa se volvió loca y contaba a todo el mundo que su marido murió por culpa de la maldición. El ingeniero de vuelo Ken Parkinson sufrió seis infartos y murió en 1978. El oficial Ian Lansdown confesó haberse burlado de la maldición dando una patada al cofre que transportaba la mascara. Se fracturó esa misma pierna al romperse una escalera de hierro y su curación se complicó hasta que pasados seis meses pudo volver a andar. La casa del teniente Jim Webb se incendió mientras pilotaba el avión hacia Londres. Y Brian Rounsfall que se burló junto con Ian de la maldición dedicándose a jugar a las cartas sobre la caja que contenía el sarcófago sufrió dos infartos el año siguiente.
La lista continuó de nuevo en los años ochenta destacando la filmación de la película La maldición del rey Tut en donde se usaron objetos pertenecientes a Tutankamón. El protagonista, Ian McShane, cayó con su coche por un acantilado el primer día de grabación rompiéndose la pierna por diez sitios.
En 1992, se produjeron nuevas catástrofes – aunque de menor escala – asociadas con la maldición de Tutankamon. Un equipo de la BBC de Londres realizó un documental en la tumba pero la filmación fue reiteradamente interrumpida porque las luces se quemaban y los fusibles saltaban una y otra vez, la última dejando al aterrado equipo en la más absoluta oscuridad. Al regresar al hotel, 2 de los integrantes casi pierden la vida cuando el ascensor en el que viajaban cayó 21 pisos. Los más audaces decidieron llevar a cabo un ritual destinado a aplacar a los muertos, pero al terminar fueron atrapados por una tormenta de arena y sufrieron lesiones oculares.
Aunque no existe una explicación científica para las misteriosas muertes que azotaron a los relacionados con el descubrimiento de la tumba de Tutankamon. Hay quienes aseguran que si alguien guarda tanto oro y tesoros de gran valor, pondría una especie de trampa o alarma para protegerlos. Los sacerdotes debieron echar mano de toda clase de venenos animales y vegetales cuyo poder conocían a la perfección.
Un profesor de medicina y biología de la Universidad de El Cairo, el Dr. Ezzatin Tuhaa, convocó el 3 de noviembre de 1962 a un grupo de periodistas para decirles que había resuelto el enigma de la maldición faraónica. Había caído en la cuenta de que gran parte de los arqueólogos y empleados del Museo de El Cairo sufrían trastornos respiratorios ocasionales, acompañados de fiebre. Descubrió que las inflamaciones eran producidas por cierto virus llamado Aspergillus niger, que posee extraordinarias propiedades, como poder sobrevivir a las condiciones más adversas, durante siglos y hasta milenios, en el interior de las tumbas y en el cuerpo de los faraones momificados. Sin embargo poco después de hacer estas declaraciones el Dr. Ezzatin Tuhaa moría en extrañas circunstancias en un accidente... Al salir de la conferencia tomó su coche. En la larga carretera de El Cairo a Suez chocó frontalmente contra otro coche. La autopsia demostró que su muerte se debió a un fallo cardiaco ocurrido pocos segundos antes del accidente.
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