sábado, 17 de enero de 2009

EL RUIDO DE UN TRUENO


El anuncio en la pared parecía temblar bajo una móvil película de agua caliente. Eckels sintió que parpadeaba, y el anuncio ardió en la momentánea oscuridad:
SAFARI EN EL TIEMPO S.A. SAFARIS A CUALQUIER AÑO DEL PASADO. USTED ELIGE EL ANIMAL NOSOTROS LO LLEVAMOS ALLÍ, USTED LO MATA.

Una flema tibia se le formó en la garganta a Eckels. Tragó saliva empujando hacia abajo la flema. Los músculos alrededor de la boca formaron una sonrisa, mientras alzaba lentamente la mano, y la mano se movió con un cheque de diez mil dólares ante el hombre del escritorio.

-¿Este safari garantiza que yo regrese vivo?

-No garantizamos nada -dijo el oficial-, excepto los dinosaurios. -Se volvió-. Este es el señor Travis, su guía safari en el pasado. Él le dirá a qué debe disparar y en qué momento. Si usted desobedece sus instrucciones, hay una multa de otros diez mil dólares, además de una posible acción del gobierno, a la vuelta.

Eckels miró en el otro extremo de la vasta oficina la confusa maraña zumbante de cables y cajas de acero, y el aura ya anaranjada, ya plateada, ya azul. Era como el sonido de una gigantesca hoguera donde ardía el tiempo, todos los años y todos los calendarios de pergamino, todas las horas apiladas en llamas. El roce de una mano, y este fuego se volvería maravillosamente, y en un instante, sobre sí mismo. Eckels recordó las palabras de los anuncios en la carta. De las brasas y cenizas, del polvo y los carbones, como doradas salamandras, saltarán los viejos años, los verdes años; rosas endulzarán el aire, las canas se volverán negro ébano, las arrugas desaparecerán. Todo regresará volando a la semilla, huirá de la muerte, retornará a sus principios; los soles se elevarán en los cielos occidentales y se pondrán en orientes gloriosos, las lunas se devorarán al revés a sí mismas, todas las cosas se meterán unas en otras como cajas chinas, los conejos entrarán en los sombreros, todo volverá a la fresca muerte, la muerte en la semilla, la muerte verde, al tiempo anterior al comienzo. Bastará el roce de una mano, el más leve roce de una mano.

-¡Infierno y condenación! -murmuró Eckels con la luz de la máquina en el rostro delgado-. Una verdadera máquina del tiempo. -Sacudió la cabeza-. Lo hace pensar a uno. Si la elección hubiera ido mal ayer, yo quizá estaría aquí huyendo de los resultados. Gracias a Dios ganó Keith. Será un buen presidente.

-Sí -dijo el hombre detrás del escritorio-. Tenemos suerte. Si Deutscher hubiese ganado, tendríamos la peor de las dictaduras. Es el antitodo, militarista, anticristo, antihumano, antintelectual. La gente nos llamó, ya sabe usted, bromeando, pero no enteramente. Decían que si Deutscher era presidente, querían ir a vivir a 1492. Por supuesto, no nos ocupamos de organizar evasiones, sino safaris. De todos modos, el presidente es Keith. Ahora su única preocupación es...

Eckels terminó la frase:

-Matar mi dinosaurio.

-Un Tyrannosaurus rex. El lagarto del Trueno, el más terrible monstruo de la historia. Firme este permiso. Si le pasa algo, no somos responsables. Estos dinosaurios son voraces.

Eckels enrojeció, enojado.

-¿Trata de asustarme?

-Francamente, sí. No queremos que vaya nadie que sienta pánico al primer tiro. El año pasado murieron seis jefes de safari y una docena de cazadores. Vamos a darle a usted la más extraordinaria emoción que un cazador pueda pretender. Lo enviaremos sesenta millones de años atrás para que disfrute de la mayor y más emocionante cacería de todos los tiempos. Su cheque está todavía aquí. Rómpalo.

El señor Eckels miró el cheque largo rato. Se le retorcían los dedos.

-Buena suerte -dijo el hombre detrás del mostrador-. El señor Travis está a su disposición.

Cruzaron el salón silenciosamente, llevando los fusiles, hacia la Máquina, hacia el metal plateado y la luz rugiente.

Primero un día y luego una noche y luego un día y luego una noche, y luego día-noche-día-noche-día. Una semana, un mes, un año, ¡una década! 2055, 2019, ¡1999! ¡1957! ¡Desaparecieron! La Máquina rugió. Se pusieron los cascos de oxígeno y probaron los intercomunicadores. Eckels se balanceaba en el asiento almohadillado, con el rostro pálido y duro. Sintió un temblor en los brazos y bajó los ojos y vio que sus manos apretaban el fusil. Había otros cuatro hombres en esa máquina. Travis, el jefe del safari, su asistente, Lesperance, y dos otros cazadores, Billings y Kramer. Se miraron unos a otros y los años llamearon alrededor.

-¿Estos fusiles pueden matar a un dinosaurio de un tiro? -se oyó decir a Eckels.

-Si da usted en el sitio preciso -dijo Travis por la radio del casco-. Algunos dinosaurios tienen dos cerebros, uno en la cabeza, otro en la columna espinal. No les tiraremos a éstos, y tendremos más probabilidades. Aciérteles con los dos primeros tiros a los ojos, si puede, cegándolo, y luego dispare al cerebro.

La máquina aulló. El tiempo era una película que corría hacia atrás. Pasaron soles, y luego diez millones de lunas.

-Dios santo -dijo Eckels-. Los cazadores de todos los tiempos nos envidiarían hoy. África al lado de esto parece Illinois.

El sol se detuvo en el cielo.

La niebla que había envuelto la Máquina se desvaneció. Se encontraban en los viejos tiempos, tiempos muy viejos en verdad, tres cazadores y dos jefes de safari con sus metálicos rifles azules en las rodillas.

-Cristo no ha nacido aún -dijo Travis-. Moisés no ha subido a la montaña a hablar con Dios. Las pirámides están todavía en la tierra, esperando. Recuerde que Alejandro, Julio César, Napoleón, Hitler... no han existido.

Los hombres asintieron con movimientos de cabeza.

-Eso -señaló el señor Travis- es la jungla de sesenta millones dos mil cincuenta y cinco años antes del presidente Keith.

Mostró un sendero de metal que se perdía en la vegetación salvaje, sobre pantanos humeantes, entre palmeras y helechos gigantescos.

-Y eso -dijo- es el Sendero, instalado por Safari en el Tiempo para su provecho. Flota a diez centímetros del suelo. No toca ni siquiera una brizna, una flor o un árbol. Es de un metal antigravitatorio. El propósito del Sendero es impedir que toque usted este mundo del pasado de algún modo. No se salga del Sendero. Repito. No se salga de él. ¡Por ningún motivo! Si se cae del Sendero hay una multa. Y no tire contra ningún animal que nosotros no aprobemos.

-¿Por qué? -preguntó Eckels. Estaban en la antigua selva. Unos pájaros lejanos gritaban en el viento, y había un olor de alquitrán y viejo mar salado, hierbas húmedas y flores de color de sangre.

-No queremos cambiar el futuro. Este mundo del pasado no es el nuestro. Al gobierno no le gusta que estemos aquí. Tenemos que dar mucho dinero para conservar nuestras franquicias. Una máquina del tiempo es un asunto delicado. Podemos matar inadvertidamente un animal importante, un pajarito, un coleóptero, aun una flor, destruyendo así un eslabón importante en la evolución de las especies.

-No me parece muy claro -dijo Eckels.

-Muy bien -continuó Travis-, digamos que accidentalmente matamos aquí un ratón. Eso significa destruir las futuras familias de este individuo, ¿entiende?

-Entiendo.

-¡Y todas las familias de las familias de ese individuo! Con sólo un pisotón aniquila usted primero uno, luego una docena, luego mil, un millón, ¡un billón de posibles ratones!

-Bueno, ¿y eso qué? -inquirió Eckels.

-¿Eso qué? -gruñó suavemente Travis-. ¿Qué pasa con los zorros que necesitan esos ratones para sobrevivir? Por falta de diez ratones muere un zorro. Por falta de diez zorros, un león muere de hambre. Por falta de un león, especies enteras de insectos, buitres, infinitos billones de formas de vida son arrojadas al caos y la destrucción. Al final todo se reduce a esto: cincuenta y nueve millones de años más tarde, un hombre de las cavernas, uno de la única docena que hay en todo el mundo, sale a cazar un jabalí o un tigre para alimentarse. Pero usted, amigo, ha aplastado con el pie a todos los tigres de esa zona al haber pisado un ratón. Así que el hombre de las cavernas se muere de hambre. Y el hombre de las cavernas, no lo olvide, no es un hombre que pueda desperdiciarse, ¡no! Es toda una futura nación. De él nacerán diez hijos. De ellos nacerán cien hijos, y así hasta llegar a nuestros días. Destruya usted a este hombre, y destruye usted una raza, un pueblo, toda una historia viviente. Es como asesinar a uno de los nietos de Adán. El pie que ha puesto usted sobre el ratón desencadenará así un terremoto, y sus efectos sacudirán nuestra tierra y nuestros destinos a través del tiempo, hasta sus raíces. Con la muerte de ese hombre de las cavernas, un billón de otros hombres no saldrán nunca de la matriz. Quizás Roma no se alce nunca sobre las siete colinas. Quizá Europa sea para siempre un bosque oscuro, y sólo crezca Asia saludable y prolífica. Pise usted un ratón y aplastará las pirámides. Pise un ratón y dejará su huella, como un abismo en la eternidad. La reina Isabel no nacerá nunca, Washington no cruzará el Delaware, nunca habrá un país llamado Estados Unidos. Tenga cuidado. No se salga del Sendero. ¡Nunca pise afuera!

-Ya veo -dijo Eckels-. Ni siquiera debemos pisar la hierba.

-Correcto. Al aplastar ciertas plantas quizá sólo sumemos factores infinitesimales. Pero un pequeño error aquí se multiplicará en sesenta millones de años hasta alcanzar proporciones extraordinarias. Por supuesto, quizá nuestra teoría esté equivocada. Quizá nosotros no podamos cambiar el tiempo. O tal vez sólo pueda cambiarse de modos muy sutiles. Quizá un ratón muerto aquí provoque un desequilibrio entre los insectos de allá, una desproporción en la población más tarde, una mala cosecha luego, una depresión, hambres colectivas, y, finalmente, un cambio en la conducta social de alejados países. O aun algo mucho más sutil. Quizá sólo un suave aliento, un murmullo, un cabello, polen en el aire, un cambio tan, tan leve que uno podría notarlo sólo mirando de muy cerca. ¿Quién lo sabe? ¿Quién puede decir realmente que lo sabe? No nosotros. Nuestra teoría no es más que una hipótesis. Pero mientras no sepamos con seguridad si nuestros viajes por el tiempo pueden terminar en un gran estruendo o en un imperceptible crujido, tenemos que tener mucho cuidado. Esta máquina, este sendero, nuestros cuerpos y nuestras ropas han sido esterilizados, como usted sabe, antes del viaje. Llevamos estos cascos de oxígeno para no introducir nuestras bacterias en una antigua atmósfera.

-¿Cómo sabemos qué animales podemos matar?

-Están marcados con pintura roja -dijo Travis-. Hoy, antes de nuestro viaje, enviamos aquí a Lesperance con la Máquina. Vino a esta Era particular y siguió a ciertos animales.

-¿Para estudiarlos?

-Exactamente -dijo Travis-. Los rastreó a lo largo de toda su existencia, observando cuáles vivían mucho tiempo. Muy pocos. Cuántas veces se acoplaban. Pocas. La vida es breve. Cuando encontraba alguno que iba a morir aplastado por un árbol u otro que se ahogaba en un pozo de alquitrán, anotaba la hora exacta, el minuto y el segundo, y le arrojaba una bomba de pintura que le manchaba de rojo el costado. No podemos equivocarnos. Luego midió nuestra llegada al pasado de modo que no nos encontremos con el monstruo más de dos minutos antes de aquella muerte. De este modo, sólo matamos animales sin futuro, que nunca volverán a acoplarse. ¿Comprende qué cuidadosos somos?

-Pero si ustedes vinieron esta mañana -dijo Eckels ansiosamente-, debían haberse encontrado con nosotros, nuestro safari. ¿Qué ocurrió? ¿Tuvimos éxito? ¿Salimos todos... vivos?

Travis y Lesperance se miraron.

-Eso hubiese sido una paradoja -habló Lesperance-. El tiempo no permite esas confusiones..., un hombre que se encuentra consigo mismo. Cuando va a ocurrir algo parecido, el tiempo se hace a un lado. Como un avión que cae en un pozo de aire. ¿Sintió usted ese salto de la Máquina, poco antes de nuestra llegada? Estábamos cruzándonos con nosotros mismos que volvíamos al futuro. No vimos nada. No hay modo de saber si esta expedición fue un éxito, si cazamos nuestro monstruo, o si todos nosotros, y usted, señor Eckels, salimos con vida.

Eckels sonrió débilmente.

-Dejemos esto -dijo Travis con brusquedad-. ¡Todos de pie! Se prepararon a dejar la Máquina. La jungla era alta y la jungla era ancha y la jungla era todo el mundo para siempre y para siempre. Sonidos como música y sonidos como lonas voladoras llenaban el aire: los pterodáctilos que volaban con cavernosas alas grises, murciélagos gigantescos nacidos del delirio de una noche febril. Eckels, guardando el equilibrio en el estrecho sendero, apuntó con su rifle, bromeando.

-¡No haga eso! -dijo Travis.- ¡No apunte ni siquiera en broma, maldita sea! Si se le dispara el arma...

Eckels enrojeció.

- ¿Dónde está nuestro Tyrannosaurus?

- Lesperance miró su reloj de pulsera.

-Adelante. Nos cruzaremos con él dentro de sesenta segundos. Busque la pintura roja, por Cristo. No dispare hasta que se lo digamos. Quédese en el Sendero. ¡Quédese en el Sendero!

Se adelantaron en el viento de la mañana.

-Qué raro -murmuró Eckels-. Allá delante, a sesenta millones de años, ha pasado el día de elección. Keith es presidente. Todos celebran. Y aquí, ellos no existen aún. Las cosas que nos preocuparon durante meses, toda una vida, no nacieron ni fueron pensadas aún.

-¡Levanten el seguro, todos! -ordenó Travis-. Usted dispare primero, Eckels. Luego, Billings. Luego, Kramer.

-He cazado tigres, jabalíes, búfalos, elefantes, pero esto, Jesús, esto es caza -comentó Eckels -. Tiemblo como un niño.

- Ah -dijo Travis.

-Todos se detuvieron.

Travis alzó una mano.

-Ahí adelante -susurró-. En la niebla. Ahí está Su Alteza Real.

La jungla era ancha y llena de gorjeos, crujidos, murmullos y suspiros. De pronto todo cesó, como si alguien hubiese cerrado una puerta.

Silencio.

El ruido de un trueno.

De la niebla, a cien metros de distancia, salió el Tyrannosaurus rex.

-Jesucristo -murmuró Eckels.

-¡Chist!

Venía a grandes trancos, sobre patas aceitadas y elásticas. Se alzaba diez metros por encima de la mitad de los árboles, un gran dios del mal, apretando las delicadas garras de relojero contra el oleoso pecho de reptil. Cada pata inferior era un pistón, quinientos kilos de huesos blancos, hundidos en gruesas cuerdas de músculos, encerrados en una vaina de piel centelleante y áspera, como la cota de malla de un guerrero terrible. Cada muslo era una tonelada de carne, marfil y acero. Y de la gran caja de aire del torso colgaban los dos brazos delicados, brazos con manos que podían alzar y examinar a los hombres como juguetes, mientras el cuello de serpiente se retorcía sobre sí mismo. Y la cabeza, una tonelada de piedra esculpida que se alzaba fácilmente hacia el cielo, En la boca entreabierta asomaba una cerca de dientes como dagas. Los ojos giraban en las órbitas, ojos vacíos, que nada expresaban, excepto hambre. Cerraba la boca en una mueca de muerte. Corría, y los huesos de la pelvis hacían a un lado árboles y arbustos, y los pies se hundían en la tierra dejando huellas de quince centímetros de profundidad. Corría como si diese unos deslizantes pasos de baile, demasiado erecto y en equilibrio para sus diez toneladas. Entró fatigadamente en el área de sol, y sus hermosas manos de reptil tantearon el aire.

-¡Dios mío! -Eckels torció la boca-. Puede incorporarse y alcanzar la luna.

-¡Chist! -Travis sacudió bruscamente la cabeza-. Todavía no nos vio.

-No es posible matarlo. -Eckels emitió con serenidad este veredicto, como si fuese indiscutible. Había visto la evidencia y ésta era su razonada opinión. El arma en sus manos parecía un rifle de aire comprimido-. Hemos sido unos locos. Esto es imposible.

-¡Cállese! -siseó Travis.

-Una pesadilla.

-Dé media vuelta -ordenó Travis-. Vaya tranquilamente hasta la máquina. Le devolveremos la mitad del dinero.

-No imaginé que sería tan grande -dijo Eckels-. Calculé mal. Eso es todo. Y ahora quiero irme.

-¡Nos vio!

-¡Ahí está la pintura roja en el pecho!

El Lagarto del Trueno se incorporó. Su armadura brilló como mil monedas verdes. Las monedas, embarradas, humeaban. En el barro se movían diminutos insectos, de modo que todo el cuerpo parecía retorcerse y ondular, aun cuando el monstruo mismo no se moviera. El monstruo resopló. Un hedor de carne cruda cruzó la jungla.

-Sáquenme de aquí -pidió Eckels-. Nunca fue como esta vez. Siempre supe que saldría vivo. Tuve buenos guías, buenos safaris, y protección. Esta vez me he equivocado. Me he encontrado con la horma de mi zapato, y lo admito. Esto es demasiado para mí.

-No corra -dijo Lesperance-. Vuélvase. Ocúltese en la Máquina. -Sí.

Eckels parecía aturdido. Se miró los pies como si tratara de moverlos. Lanzó un gruñido de desesperanza.

-¡Eckels!

Eckels dio unos pocos pasos, parpadeando, arrastrando los pies. -¡Por ahí no!

El monstruo, al advertir un movimiento, se lanzó hacia adelante con un grito terrible. En cuatro segundos cubrió cien metros. Los rifles se alzaron y llamearon. De la boca del monstruo salió un torbellino que los envolvió con un olor de barro y sangre vieja. El monstruo rugió con los dientes brillantes al sol.

Eckels, sin mirar atrás, caminó ciegamente hasta el borde del Sendero, con el rifle que le colgaba de los brazos. Salió del Sendero, y caminó, y caminó por la jungla. Los pies se le hundieron en un musgo verde. Lo llevaban las piernas, y se sintió solo y alejado de lo que ocurría atrás.

Los rifles dispararon otra vez. El ruido se perdió en chillidos y truenos. La gran palanca de la cola del reptil se alzó sacudiéndose. Los árboles estallaron en nubes de hojas y ramas. El monstruo retorció sus manos de joyero y las bajó como para acariciar a los hombres, para partirlos en dos, aplastarlos como cerezas, meterlos entre los dientes y en la rugiente garganta. Sus ojos de canto rodado bajaron a la altura de los hombres, que vieron sus propias imágenes. Dispararon sus armas contra las pestañas metálicas y los brillantes iris negros.

Como un ídolo de piedra, como el desprendimiento de una montaña, el Tyrannosaurus cayó. Con un trueno, se abrazó a unos árboles, los arrastró en su caída. Torció y quebró el Sendero de Metal. Los hombres retrocedieron alejándose. El cuerpo golpeó el suelo, diez toneladas de carne fría y piedra. Los rifles dispararon. El monstruo azotó el aire con su cola acorazada, retorció sus mandíbulas de serpiente, y ya no se movió. Una fuente de sangre le brotó de la garganta. En alguna parte, adentro, estalló un saco de fluidos. Unas bocanadas nauseabundas empaparon a los cazadores. Los hombres se quedaron mirándolo, rojos y resplandecientes.

El trueno se apagó.

La jungla estaba en silencio. Luego de la tormenta, una gran paz. Luego de la pesadilla, la mañana.

Billings y Kramer se sentaron en el sendero y vomitaron. Travis y Lesperance, de pie, sosteniendo aún los rifles humeantes, juraban continuamente.

En la Máquina del Tiempo, cara abajo, yacía Eckels, estremeciéndose. Había encontrado el camino de vuelta al Sendero y había subido a la Máquina. Travis se acercó, lanzó una ojeada a Eckels, sacó unos trozos de algodón de una caja metálica y volvió junto a los otros, sentados en el Sendero.

-Límpiense.

Limpiaron la sangre de los cascos. El monstruo yacía como una loma de carne sólida. En su interior uno podía oír los suspiros y murmullos a medida que morían las más lejanas de las cámaras, y los órganos dejaban de funcionar, y los líquidos corrían un último instante de un receptáculo a una cavidad, a una glándula, y todo se cerraba para siempre. Era como estar junto a una locomotora estropeada o una excavadora de vapor en el momento en que se abren las válvulas o se las cierra herméticamente. Los huesos crujían. La propia carne, perdido el equilibrio, cayó como peso muerto sobre los delicados antebrazos, quebrándolos.

Otro crujido. Allá arriba, la gigantesca rama de un árbol se rompió y cayó. Golpeó a la bestia muerta como algo final.

-Ahí está- Lesperance miró su reloj-. Justo a tiempo. Ese es el árbol gigantesco que originalmente debía caer y matar al animal.

Miró a los dos cazadores: ¿Quieren la fotografía trofeo?

-¿Qué?

-No podemos llevar un trofeo al futuro. El cuerpo tiene que quedarse aquí donde hubiese muerto originalmente, de modo que los insectos, los pájaros y las bacterias puedan vivir de él, como estaba previsto. Todo debe mantener su equilibrio. Dejamos el cuerpo. Pero podemos llevar una foto con ustedes al lado.

Los dos hombres trataron de pensar, pero al fin sacudieron la cabeza. Caminaron a lo largo del Sendero de metal. Se dejaron caer de modo cansino en los almohadones de la Máquina. Miraron otra vez el monstruo caído, el monte paralizado, donde unos raros pájaros reptiles y unos insectos dorados trabajaban ya en la humeante armadura.

Un sonido en el piso de la Máquina del Tiempo los endureció. Eckels estaba allí, temblando.

-Lo siento -dijo al fin.

-¡Levántese! -gritó Travis.

Eckels se levantó.

-¡Vaya por ese sendero, solo! -agregó Travis, apuntando con el rifle-. Usted no volverá a la Máquina. ¡Lo dejaremos aquí!

Lesperance tomó a Travis por el brazo. -Espera...

-¡No te metas en esto! -Travis se sacudió apartando la mano-. Este hijo de perra casi nos mata. Pero eso no es bastante. Diablo, no. ¡Sus zapatos! ¡Míralos! Salió del Sendero. ¡Dios mío, estamos arruinados Cristo sabe qué multa nos pondrán. ¡Decenas de miles de dólares! Garantizamos que nadie dejaría el Sendero. Y él lo dejó. ¡Oh, condenado tonto! Tendré que informar al gobierno. Pueden hasta quitarnos la licencia. ¡Dios sabe lo que le ha hecho al tiempo, a la Historia!

-Cálmate. Sólo pisó un poco de barro.

-¿Cómo podemos saberlo? -gritó Travis-. ¡No sabemos nada! ¡Es un condenado misterio! ¡Fuera de aquí, Eckels!

Eckels buscó en su chaqueta.

-Pagaré cualquier cosa. ¡Cien mil dólares!

Travis miró enojado la libreta de cheques de Eckels y escupió.

-Vaya allí. El monstruo está junto al Sendero. Métale los brazos hasta los codos en la boca, y vuelva.

-¡Eso no tiene sentido!

-El monstruo está muerto, cobarde bastardo. ¡Las balas! No podemos dejar aquí las balas. No pertenecen al pasado, pueden cambiar algo. Tome mi cuchillo. ¡Extráigalas!

La jungla estaba viva otra vez, con los viejos temblores y los gritos de los pájaros. Eckels se volvió lentamente a mirar al primitivo vaciadero de basura, la montaña de pesadillas y terror. Luego de un rato, como un sonámbulo, se fue, arrastrando los pies.

Regresó temblando cinco minutos más tarde, con los brazos empapados y rojos hasta los codos. Extendió las manos. En cada una había un montón de balas. Luego cayó. Se quedó allí, en el suelo, sin moverse.

-No había por qué obligarlo a eso - dijo Lesperance.

-¿No? Es demasiado pronto para saberlo. -Travis tocó con el pie el cuerpo inmóvil.

-Vivirá. La próxima vez no buscará cazas como ésta. Muy bien. -Le hizo una fatigada seña con el pulgar a Lesperance-. Enciende. Volvamos a casa. 1492. 1776. 1812.

Se limpiaron las caras y manos. Se cambiaron las camisas y pantalones. Eckels se había incorporado y se paseaba sin hablar. Travis lo miró furiosamente durante diez minutos.

-No me mire -gritó Eckels-. No hice nada.

-¿Quién puede decirlo?

-Salí del sendero, eso es todo; traje un poco de barro en los zapatos. ¿Qué quiere que haga? ¿Que me arrodille y rece?

-Quizá lo necesitemos. Se lo advierto, Eckels. Todavía puedo matarlo. Tengo listo el fusil.

-Soy inocente. ¡No he hecho nada!

1999, 2000, 2055.

La máquina se detuvo.

-Afuera -dijo Travis.

El cuarto estaba como lo habían dejado. Pero no de modo tan preciso. El mismo hombre estaba sentado detrás del mismo escritorio. Pero no exactamente el mismo hombre detrás del mismo escritorio.

Travis miró alrededor con rapidez.

-¿Todo bien aquí? -estalló.

-Muy bien. ¡Bienvenidos!

Travis no se sintió tranquilo. Parecía estudiar hasta los átomos del aire, el modo como entraba la luz del sol por la única ventana alta.

-Muy bien, Eckels, puede salir. No vuelva nunca.

Eckels no se movió.

-¿No me ha oído? -dijo Travis-. ¿Qué mira?

Eckels olía el aire, y había algo en el aire, una sustancia química tan sutil, tan leve, que sólo el débil grito de sus sentidos subliminales le advertía que estaba allí. Los colores blanco, gris, azul, anaranjado, de las paredes, del mobiliario, del cielo más allá de la ventana, eran... eran... Y había una sensación. Se estremeció. Le temblaron las manos. Se quedó oliendo aquel elemento raro con todos los poros del cuerpo. En alguna parte alguien debía de estar tocando uno de esos silbatos que sólo pueden oír los perros. Su cuerpo respondió con un grito silencioso. Más allá de este cuarto, más allá de esta pared, más allá de este hombre que no era exactamente el mismo hombre detrás del mismo escritorio..., se extendía todo un mundo de calles y gente. Qué suerte de mundo era ahora, no se podía saber. Podía sentirlos cómo se movían, más allá de los muros, casi, como piezas de ajedrez que arrastraban un viento seco...

Pero había algo más inmediato. El anuncio pintado en la pared de la oficina, el mismo anuncio que había leído aquel mismo día al entrar allí por vez primera.

De algún modo el anuncio había cambiado.

SEFARI EN EL TIEMPO. S. A. SEFARIS A KUALKUIER AÑO DEL PASADO USTE NOMBRA EL ANIMAL NOSOTROS LO LLEBAMOS AYI. USTE LO MATA.

Eckels sintió que caía en una silla. Tanteó insensatamente el grueso barro de sus botas. Sacó un trozo, temblando.

-No, no puede ser. Algo tan pequeño. No puede ser. ¡No!

Hundida en el barro, brillante, verde, y dorada, y negra, había una mariposa, muy hermosa y muy muerta.

-¡No algo tan pequeño! ¡No una mariposa! -gritó Eckels.

Cayó al suelo una cosa exquisita, una cosa pequeña que podía destruir todos los equilibrios, derribando primero la línea de un pequeño dominó, y luego de un gran dominó, y luego de un gigantesco dominó, a lo largo de los años, a través del tiempo. La mente de Eckels giró sobre si misma. La mariposa no podía cambiar las cosas. Matar una mariposa no podía ser tan importante. ¿Podía?

Tenía el rostro helado. Preguntó, temblándole la boca:

- ¿Quién... quién ganó la elección presidencial ayer?

El hombre detrás del mostrador se rió.

-¿Se burla de mí? Lo sabe muy bien. ¡Deutscher, por supuesto! No ese condenado debilucho de Keith. Tenemos un hombre fuerte ahora, un hombre de agallas. ¡Sí, señor! -El oficial calló-. ¿Qué pasa?

Eckels gimió. Cayó de rodillas. Recogió la mariposa dorada con dedos temblorosos.

-¿No podríamos -se preguntó a sí mismo, le preguntó al mundo, a los oficiales, a la Máquina,- no podríamos llevarla allá, no podríamos hacerla vivir otra vez? ¿No podríamos empezar de nuevo? ¿No podríamos...?

No se movió. Con los ojos cerrados, esperó estremeciéndose. Oyó que Travis gritaba; oyó que Travis preparaba el rifle, alzaba el seguro, y apuntaba.

El ruido de un trueno.


Ray Bradbury

jueves, 15 de enero de 2009

DECÁLOGO


1.- Trata de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de tu vida todo de una vez.

2.- Ten el máximo cuidado de tu aspecto: cortés en tus maneras, no critiques a nadie y no pretendas mejorar ó disciplinar a nadie, sino a ti mismo.

3.- Sé feliz en la certeza de que haz sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino en este también.

4.- Adáptate a las circunstancias sin pretender que las circunstancias se adapten a tus deseos.

5.- Dedica diez minutos de tu tiempo a una buena lectura, recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma.

6.- Haz una buena acción y no lo digas a nadie.

7.- Haz por lo menos una cosa que sea difícil de hacer para ti... y si te sintieras frustrado en tus sentimientos, procura que nadie se entere.

8.- Haz un programa detallado. Quizá no lo cumplas cabalmente, pero lo redactarás. Y te librarás de dos calamidades: la prisa y la indecisión.

9.- Cree firmemente, aunque las circunstancias demuestren lo contrario, que la vida es buena y se ocupa de tí como si nadie existiera en el mundo.

10.- No tengas temores. Y de manera particular no tengas miedo de gozar... y de creer mas en tus decisiones, sean las que sean... ya que es lo mejor que estarás decidiendo en el momento... todas las decisiones son buenas... no hay decisiones malas... ya que a la postre te demostrarán algo que tenías que vivir.

domingo, 11 de enero de 2009

DESPUÉS DE 117 DÍAS VIVIENDO EN EL AEROPUERTO DE LA CIUDAD DE MÉXICO



Una noticia del último día del 2008.

Hiroshi Nohara, el japonés que vivió 117 días en el aeropuerto, se bañó, se rasuró y ha dormido en la casa de una mujer llamada Oyuki, quien le ofreció posada.

El joven asiático aseguró que no tiene ninguna intención de volver al recinto aéreo. "No, al aeropuerto no volveré", dice en español.

La señora Oyuki vive sola porque su esposo japonés también se fue a trabajar a ese País, por lo que Hiroshi pasará el 31 de diciembre con su nueva amiga.

"No quería que estuviera en el aeropuerto porque no descansaba y pues yo tengo mucho respeto por los japoneses", indicó.

Hiroshi se instaló con la mujer desde el domingo pasado en un pequeño departamento ubicado al oriente de la ciudad. En la vivienda de dos recámaras Hiroshi ocupa una que pertenecía a uno de los hijos de Oyuki.

En la pared de la sala cuelgan fotos de la mujer con José José y Armando Manzanero, así como fotos de Japón y una de ella ataviada en un kimono.

Los vecinos del edificio donde se encuentra Hiroshi, aseguran que ella es muy solitaria, debido a que su esposo lleva varios años trabajando en Japón.

Oyuki se negó a proporcionar cualquier tipo de información, sólo reiteró que se llevó a Hiroshi a casa para que descansara y no se fuera a enfermar.

Incluso la mujer le curó a Hiroshi una laceración que tenía en el cuello.

El vigilante del edificio reveló que el japonés no ha salido para nada del departamento de Oyuki, pero sí se ha quedado solo cuando la mujer ha ido al mercado o a la tienda.

"No ha salido para nada, ella nos dijo que el aeropuerto le había pagado porque lo tuviera en su casa, pero dice una vecina que eso dijo para justificar el habérselo traído, pero no sabemos nada, ella de por sí es muy rara", dijo.

Armando, otro vecino de la unidad habitacional reveló que la señora tuvo tres hijos con su esposo y que hace varios años se separó.

En varias ocasiones, en el aeropuerto, Oyuki fungió como "traductora" de Hiroshi.
"Es increíble para él ser tan famoso, lo está disfrutando mucho. Ya se vio en los periódicos y dice que ya lo es en todo el mundo, el otro día llegó un señor de Chile y dice que ya lo vio en televisión", aseguró la mujer el pasado 22 de noviembre.
Oyuki le llevaba té y comida japonesa al área de comida en el área Internacional de la Terminal 1 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM).

En esas oportunidades, la mujer aseguraba que Hiroshi disfrutaba que las chicas se retrataran con él y lo abrazaran.

"Dice que vienen mujeres muy guapas, él está soltero. Un japonés cuando es casado no sale tan fácil, un soltero sí", comentó Oyuki en una ocasión.

"Dice que sí tiene medios económicos para sobrevivir, que allá de su País lo mantienen y tiene con qué vivir pero que está muy contento aquí y lo que le gusta es ver a la gente aquí, dice que no se aburre, él está muy contento", señaló la mujer en otra ocasión.

viernes, 9 de enero de 2009

JUAN SALVADOR GAVIOTA


Al verdadero Juan Gaviota,
que todos llevamos adentro.


Juan giraba lentamente
sobre los Lejanos Acantilados; observaba. Este rudo y joven Pedro Gaviota era un alumno de vuelo casi perfecto. Era fuerte, y ligero, y rápido en el aire, pero mucho más importante, ¡tenía un devastador deseo de aprender a volar!

Aquí venia ahora, una forma borrosa y gris que salía de su picado con un rugido, pasando como un bólido a su instructor, a doscientos veinte kilómetros por hora. Abruptamente se metió en otra pirueta con un balance de dieciséis puntos, vertical y lento, contando los puntos en voz alta.

...ocho... nueve... diez... ves-Juan-se-me-está-terminando-la-velocidad -del-aire... once... Quiero-paradas-perfectas-y-agudas-como-las-tuyas... doce...... pero-¡caramba!-no-puedo-llegar... trece... a-estos-últimos- puntos... sin... cator... ¡aaakk...!

La torsión de la cola le salió a Pedro mucho peor a causa de su ira y furia al fracasar. Se fue de espaldas, volteó, se cerró salvajemente en una barrena invertida, y por fin se recuperó, jadeando, a treinta metros bajo el nivel en que se hallaba su instructor.

-¡Pierdes tu tiempo conmigo, Juan! ¡Soy demasiado tonto! ¡Soy demasiado estúpido! Intento e intento, ¡pero nunca lo lograré!

Juan Gaviota lo miró desde arriba y asintió.

-Seguro que nunca lo conseguirás mientras hagas ese encabritamiento tan brusco. Pedro, ¡has perdido sesenta kilómetros por hora en la entrada! ¡Tienes que ser suave! Firme, pero suave, ¿te acuerdas?

Bajó al nivel de la joven gaviota.

-Intentémoslo juntos ahora, en formación. Y concéntrate en ese encabritamiento. Es una entrada suave, fácil.

Al cabo de tres meses, Juan tenía otros seis aprendices, todos Exilados, pero curiosos por esta nueva visión del vuelo por el puro gozo de volar.
Sin embargo, les resultaba más fácil dedicarse al logro de altos rendimientos que a comprender la razón oculta de ello.

-Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota, una idea ilimitada de la libertad -diría Juan por las tardes, en la playa -, y el vuelo de alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza. Tenemos que rechazar todo lo que nos limite. Esta es la causa de todas estas prácticas a alta y baja velocidad, de estas acrobacias...

... y sus alumnos se dormirían, rendidos después de un día de volar. Les gustaba practicar porque era rápido y excitante y les satisfacía esa hambre por aprender que crecía con cada lección. Pero ni uno de ellos, ni siquiera Pedro Pablo Gaviota, había llegado a creer que el vuelo de las ideas podía ser tan real como el vuelo del viento y las plumas.

-Tu cuerpo entero, de extremo a extremo del ala -diría Juan en otras ocasiones-, no es más que tu propio pensamiento, en una forma que puedes ver. Rompe las cadenas de tu pensamiento, y romperás también las cadenas de tu cuerpo. -Pero dijéralo como lo dijera, siempre sonaba como una agradable ficción, y ellos necesitaban más que nada dormir.

Había pasado un mes tan sólo cuando Juan dijo que había llegado la hora de volver a la Bandada.

-¡No estamos preparados! -dijo Enrique Calvino Gaviota-. ¡Ni seremos bienvenidos! ¡Somos Exilados! No podemos meternos donde no seremos bienvenidos, ¿verdad?

-Somos libres de ir donde queramos y de ser lo que somos -contestó Juan, y se elevó de la arena y giró hacia el Este, hacia el país de la Bandada.

Hubo una breve angustia entre sus alumnos, puesto que es Ley de la Bandada que un Exilado nunca retorne, y no se había violado la Ley ni una sola vez en diez mil años. La Ley decía quédate, Juan decía partid; y ya volaba a un kilómetro mar adentro. Si seguían allí esperando, él encararía por si solo a la hostil Bandada.

-Bueno, no tenemos por qué obedecer la Ley si no formamos parte de la Bandada, ¿verdad? -dijo Pedro, algo turbado-. Además, si hay una pelea, es allá donde se nos necesita.

Y así ocurrió que, aquella mañana, aparecieron desde el Oeste ocho de ellos en formación de doble-diamante, casi tocándose los extremos de las alas. Sobrevolaron la Playa del Consejo de la Bandada a doscientos cinco kilómetros por hora, Juan a la cabeza, Pedro volando con suavidad a su ala derecha, Enrique Calvino luchando valientemente a su izquierda. Entonces la formación entera giró lentamente hacia la derecha, como si fuese un solo pájaro... de horizontal... a... invertido... a... horizontal, con el viento rugiendo sobre sus cuerpos.

Los graznidos y trinos de la cotidiana vida de la Bandada se cortaron como si la formación hubiese sido un gigantesco cuchillo, y ocho mil ojos de gaviota les observaron, sin un solo parpadeo. Uno tras otro, cada uno de los ocho pájaros ascendió agudamente hasta completar un rizo y luego realizó un amplio giro que terminó en un estático aterrizaje sobre la arena. Entonces, como si este tipo de cosas ocurriera todos los días, Juan Gaviota dio comienzo a su crítica de vuelo.

-Para comenzar -dijo, con un sonrisa seca-, llegasteis todos un poco tarde al momento de juntaros...

Un relámpago atravesó a la Bandada. ¡Esos pájaros son Exilados! ¡Y han vuelto! ¡Y eso... eso no puede ser! Las predicciones de Pedro acerca de un combate se desvanecieron ante la confusión de la Bandada.

-Bueno, de acuerdo: son Exilados -dijeron algunos de los jóvenes-, pero, oye, ¿dónde aprendieron a volar asi?

Pasó casi una hora antes de que la Palabra del Mayor lograra repartirse por la Bandada: Ignoradlos. Quien hable a un Exilado será también un Exilado. Quien mire a un Exilado viola la Ley de la Bandada.

Espaldas y espaldas de grises plumas rodearon desde ese momento a Juan, quien no dio muestras de darse por aludido. Organizó sus sesiones de prácticas exactamente encima de la Playa del Consejo, y, por primera vez, forzó a sus alumnos hasta el límite de sus habilidades.

-¡Martín Gaviota -gritó en pleno vuelo-, dices conocer el vuelo lento! Pruébalo primero y alardea después! ¡VUELA!

Y de esta manera, nuestro callado y pequeño Martín Alonso Gaviota, paralizado al verse el blanco de los disparos de su instructor, se sorpendió a sí mismo al convertirse en un mago del vuelo lento. En la más ligera brisa, llegó a curvar sus plumas hasta elevarse sin el menor aleteo, desde la arena hasta las nubes y abajo otra vez.

Lo mismo le ocurrió a Carlos Rolando Gaviota, quien voló sobre el Gran Viento de la Montana a ocho mil doscientos metros de altura y volvió, maravillado y feliz y azul de frío, y decidido a llegar aún más alto al otro día.

Pedro Gaviota, que amaba como nadie las acrobacias, logró superar su caida "en hoja muerta", de dieciséis puntos, y al día siguiente, con sus plumas refulgentes de soleada blancura, llegó a su culminación ejecutando un tonel triple que fue observado por más de un ojo furtivo.

A toda hora Juan estaba allí junto a sus alumnos, enseñando, sugiriendo, presionando, guiando. Voló con ellos contra noche y nube y tormenta, por el puro gozo de volar, mientras la Bandada se apelotonoba miserablemente en tierra.

Terminado el vuelo, los alumnos descansaban en la playa y llegado el momento escuchaban de cerca a Juan. Tenía él ciertas ideas locas que no llegaban a entender, pero también las tenía buenas y comprensibles.

Poco a poco, por la noche, se formó otro círculo alrededor de los alumnos; un círculo de curiosos que escuchaban allí, en la oscuridad, hora tras hora, sin deseo de ver ni de ser vistos, y que desaparecían antes del amanecer.

Un mes después del Retorno, la primera gaviota de la Bandada cruzó la línea y pidió que se le enseñara a volar. Al preguntar, Terrence Lowell Gaviota se convirtió en un pájaro condenado, marcado por el Exilio y octavo alumno de Juan.

La próxima noche vino de la Bandada Esteban Lorenzo Gaviota, vacilante por la arena, arrastrando su ala izquierda hasta desplomarse a los pies de Juan.

-Ayúdame -dijo apenas, hablando como los que van a morir-. Más que nada en el mundo, quiero volar...

-Ven entonces -dijo Juan-. Subamos, dejemos atras la tierra y empecemos.

-No me entiendes. Mi ala. No puedo mover mi ala.

-Esteban Gaviota, tienes la libertad de ser tú mismo, tu verdadero ser, aquí y ahora, y no hay nada que te lo pueda impedir. Es la Ley de la Gran Gaviota, la Ley que Es.

-¿Estás diciendo que puedo volar?

-Digo que eres libre.

Y sin más, Esteban Lorenzo Gaviota extendió sus alas, sin el menor esfuerzo, y se alzó hacia la oscura noche. Su grito, al tope de sus fuerzas y desde doscientos metros de altura, sacó a la Bandada de su sueño:

-¡Puedo volar! ¡Escuchen! ¡PUEDO VOLAR!

Al amanecer había cerca de mil pájaros en torno al círculo de alumnos, mirando con curiosidad a Esteban. No les importaba si eran o no vistos, y escuchaban, tratando de comprender a Juan Gaviota.

Habló de cosas muy sencillas: que está bien que una gaviota vuele; que la libertad es la misma escencia de su ser; que todo aquello que le impida esa libertad debe ser eliminado, fuera ritual o superstición o limitación en cualquier forma.

-Eliminado -dijo una voz en la multitud-, ¿aunque sea Ley de la Bandada?

-La única Ley verdadera es aquella que conduce a la libertad -dijo Juan-. No hay otra.

-¿Cómo quieres que volemos como vuelas tú? -intervino otra voz-. Tú eres especial y dotado y divino, superior a cualquier pájaro.

-¡Mirad a Pedro, a Terrence, a Carlos Rolando, a Maria Antonio! ¿Son también ellos especiales y dotados y divinos? No más que vosotros, no más que yo. La única diferencia, realmente la única, es que ellos han empezado a comprender lo que de verdad son y han empezado a ponerlo en práctica.

Sus alumnos, salvo Pedro, se revolvían intranquilos. No se habían dado cuenta de que era eso lo que habían estado haciendo.

Día a día aumentaba la muchedumbre que venía a preguntar, a idolatrar, a despreciar.

-Dicen en la Bandada que si no eres el Hijo de la misma Gran Gaviota -le contó Pedro a Juan, una mañana después de las prácticas de Velocidad Avanzada-, entonces lo que ocurre contigo es que estás mil años por delante de tu tiempo.

Juan suspiró. Este es el precio de ser mal comprendido, pensó. Te llaman diablo o te llaman dios.

-¿Qué piensas tú, Pedro? ¿Nos hemos anticipado a nuestro tiempo?

Un largo silencio.

-Bueno, esta manera de volar siempre ha estado al alcance de quien quisiera aprender a descubrirla; y esto nada tiene que ver con el tiempo. A lo mejor nos hemos anticipado a la moda; a la manera de volar de la mayoría de las gaviotas.

-Eso ya es algo -dijo Juan, girando para planear invertidamente por un rato-. Eso es algo mejor que aquello de anticiparnos a nuestro tiempo.

Ocurrió justo una semana más tarde. Pedro se hallaba explicando los principios del vuelo a alta velocidad a una clase de nuevos alumnos. Acababa de salir de su picado desde cuatro mil metros -una verdadera estela gris disparada a pocos centímetros de la playa-, cuando un pajarito en su primer vuelo planeó justamente en su camino, llamando a su madre. En una décima de segundo, y para evitar al joven, Pedro Pablo Gaviota giró violentamente a la izquierda, y a más de trescientos kilómetros por hora fue a estrellarse contra una roca de sólido granito.

Fue para él como si la roca hubiese sido una dura y gigantesca puerta hacia otros mundos. Una avalancha de miedo y de espanto y de tinieblas se le echó encima junto con el golpe, y luego se sintió flotar en un cielo extraño, extraño, olvidando, recordando, olvidando; temeroso y triste y arrepentido; terriblemente arrepentido.

La voz le llegó como en aquel primer dia en que había conocido a Juan Salvador Gaviota.

-El problema, Pedro, consiste en que debemos intentar la superación de nuestras limitaciones en orden, y con paciencia. No intentamos cruzar a través de rocas hasta algo más tarde en el programa.

-¡Juan!

-También conocido como el Hijo de la Gran Gaviota -dijo su instructor, secamente.

-¿Qué haces aquí? ¡Esa roca! ¿no he... no me había... muerto?

-Bueno, Pedro, ya está bien. Piensa. Si me estás hablando ahora, es obvio que no has muerto, ¿verdad? Lo que sí lograste hacer fue cambiar tu nivel de conciencia de manera algo brusca. Ahora te toca escoger. Puedes quedarte aquí y aprender en este nivel -que, para que te enteres, es bastante más alto que el que dejaste-, o puedes volver y seguir trabajando en la Bandada. Los Mayores estaban deseando que ocurriera algún desastre y se han sorprendido de lo bien que les has complacido.

-Por supuesto que quiero volver a la Bandada. ¡Estoy apenas empezando con el nuevo grupo!

-Muy bien, Pedro. ¿Te acuerdas de lo que decíamos acerca de que el cuerpo de uno no es más que el pensamiento puro...?

Pedro sacudió su cabeza, extendió sus alas, abrió sus ojos, y se halló al pie de la roca y en el centro de toda la Bandada allí reunida. De la multitud surgió un gran clamor de graznidos y chillidos cuando empezó a moverse.

-¡Vive! ¡El que había muerto, vive!

-Le tocó con un extremo del ala! ¡Lo resucitó! ¡El hijo de la Gran Gaviota!

-¡No! ¡El lo niega! ¡Es un diablo! ¡DIABLO! ¡Ha venido a aniquilar a la Bandada!

Había cuatro mil gaviotas en la multitud, asustadas por lo que había sucedido, y el grito de ¡DIABLO! cruzó entre ellas como viento en una tempestad oceánica. Brillantes los ojos, aguzados los picos, avanzaron para destruir.

-Pedro, ¿te parece mejor si nos marchásemos? -preguntó Juan.

-Bueno, yo no pondría inconvenientes si...

Al instante se hallaron a un kilómetro de distancia, y los relampagueantes picos de la turba se cerraron en el vacío.

-¿Por qué será -se preguntó perplejo Juan- que no hay nada más difícil en el mundo que convencer a un pájaro de que es libre, y de que lo que puede probar por sí mismo si sólo se pasara un rato practicando? ¿Por qué será tan difícil?

Pedro aún parpadeaba por el cambio de escenario.

-¿Qué hicieste ahora? ¿Cómo llegamos hasta aquí?

-Dijiste que querías alejarte de la turba, ¿no?

-Sí, pero, ¿cómo has...?

-Como todo, Pedro. Práctica.

A la mañana siguiente, la Bandada había olvidado su demencia, pero no Pedro.

-Juan, ¿te acuerdas de lo que dijiste hace mucho tiempo acerca de amar lo suficiente la Bandada como para volver a ella y ayudarla a aprender?

-Claro.

-No comprendo cómo te las arreglas para amar a una turba de pájaros que acaba de intentar matarte.

-¡Vamos, Pedro, no es eso lo que tú amas! Por cierto que no se debe amar el odio y el mal. Tienes que practicar y llegar a ver a la verdadera gaviota, ver el bien que hay en cada una, y ayudarlas a que lo vean en sí mismas. Eso es lo que quiero decir por amar. Es divertido,cuando le aprendes el truco. Recuerdo, por ejemplo, a cierto orgulloso pájaro, un tal Pedro Pablo Gaviota. Exilado reciente, listo para luchar hasta la muerte contra la Bandada, empezaba ya a construirse su propio y amargo infierno en los Lejanos Acantilados. Sin embargo, aquí lo tenemos ahora, construyendo su propio cielo, y guiando a toda la Bandada en la misma dirección.

Pedro miró a su instructor, y por un momento hubo miedo en sus ojos.

-¿Yo, guiando? ¿Qué quieres decir: yo guiando? Tú eres el instructor aquí. ¡Tú no puedes marcharte!

-¿Ah, no? ¿No piensas que hay acaso otras Bandadas, otros Pedros, que necesitan más a un instructor que ésta, que ya va en camino de la Luz?

-¿Yo? Juan, soy una simple gaviota, y tú eres...

-¿...el único Hijo de la Gran Gaviota, supongo? -Juan suspiró y miró hacia el mar-. Ya no me necesitas. Lo que necesitas es seguir encontrándote a ti mismo, un poco más cada día; a ese verdadero e ilimitado Pedro Gaviota. El es tu instructor. Tienes que comprenderle, y ponerlo en práctica.

Un momento más tarde el cuerpo de Juan trepidó en el aire, resplandeciente, y empezó a hacerse transparente.

-No dejes que se corran rumores tontos sobre mí, o que me hagan un dios. ¿De acuerdo, Pedro? Soy gaviota. Y quizá me encante volar...

-¡JUAN!

-Pobre Pedro. No creas lo que tus ojos te dicen. Solo muestran limitaciones. Mira con tu entendimiento, descubre lo que ya sabes, y hallarás la manera de volar.

El resplandor se apagó. Y Juan Gaviota se desvaneció en el aire.

Después de un tiempo, Pedro Gaviota se obligó a remontar el espacio y se enfrentó con un nuevo grpo de estudiantes, ansiosos de empezar su primera lección.

-Para comenzar -dijo pesadamente- teneis que comprender que una gaviota es una idea ilimitada de la libertad, una imagen de la Gran Gaviota, y todo vuestro cuerpo, de extremo a extremo del ala, no es más que vuestro propio pensamiento.

Los jóvenes se miraron extrañados. ¡Vaya, hombre!, pensaron, eso no suena a una norma para hacer un rizo...

Pedro suspiró y empezó otra vez:

-¡Hum!... ah... muy bien -dijo, y les miró críticamente-. Empecemos con el Vuelo Horizontal. -Y al decirlo, comrpendió de pronto que, en verdad, su amigo no había sido más divino que el mismo Pedro.

¿No hay límites, Juan? pensó. ¡Bueno, llegará entonces el dia en que me apareceré en tu playa, y te enseñaré un par de cosas acerca del vuelo!

Y aunque intentó parecer adecuadamente severo ante sus alumnos, Pedro Gaviota les vio de pronto tal y como eran realmente, sólo por un momento, y más que gustarle, amó aquello que vio. ¿No hay límites, Juan? pensó, y sonrió. Su carrera hacia el aprendizaje había empezado.


Tercera Parte
Richard Bach

miércoles, 7 de enero de 2009

JOHN TITOR O TIMETRAVELER_0 Y LOS CRONOHISTORIADORES


John Titor es el nombre de un personaje ficticio protagonista del libro John Titor: A time traveler's tale (Un relato de viaje en el tiempo), un hoax sociológico desarrollado interactivamente entre los escritores y cibernautas de la Red y escrito por un autor anónimo, no obstante el autor intelectual podría ser un estadounidense llamado Larry Haber, nombre del abogado que representa a la familia de John Titor y el único representante oficial que se conoce detrás de esta historia. El libro relata un evento que realmente ocurrió en Internet durante los años 2000 y 2001, argumento usado por los seguidores del mito para calificar a los personajes de esta historia como reales. Posterior a la publicación del libro, aparecerían nuevos personajes en la Red que fueron ampliando detalles de la historia, conformando así un verdadera saga.

Durante los años 2000 y 2001 un individuo que a si mismo se hacía llamar Timetraveler_0 comenzó a comunicarse con otros cibernautas de Internet a través de foros de discusión relacionados con la teoría de viaje en el tiempo; más tarde este personaje se haría conocido como John Titor. En dichos contactos explicó que era un viajero del tiempo, dio a conocer información sobre la ciencia que crearía la máquina del tiempo y sobre su misión como enviado del futuro: haciendo una serie de predicciones de las cuales algunas se cumplieron, razón por la que tras su partida, su fama se extendió rápidamente a través de la Red.

El libro salió a la venta en Amazon el 1º de diciembre de 2003 bajo la autoría anónima de "John Titor". Posteriormente nuevos personajes se sumarían a la historia pero ésta vez de la mano de otros escritores que apoyados en la fama inicial del primer viajero crearon nuevas historias, siguiendo la misma estrategia usada por Larry Haber: la comunicación con cibernautas de Internet.

En diciembre de 2005 un escritor alemán llamado Johann Meier nacido en 1949 en Nieder Ramstadt, publicó el blog Cronolander dónde contaba la historia de dos nuevos personajes: el Cronohistoriador Ethan Jensen y su amigo el Cronosoldado Erik Hanselmann, iniciando con ello una segunda oleada de hoax sociológicos que continuaban con el relato original, sin embargo la identidad de Meier no fue conocida sino hasta finales de 2006 y su historia es más bien una producción independiente.

De este mismo modo, en enero de 2006 y a través de un nuevo blog le siguieron los personajes del Cronopolicía Jack Stevenson y la trabajadora de IBM, Syous Titor (Yvonne Lámek) de otro autor desconocido, para terminar finalmente el año 2007 con la historia de Jacqueline Bienstock y Vinnie Jensen, activistas de Greenpeace enviados del futuro, una secuela del antiguo blog Cronolander.

Actualmente las fuentes originales de estos últimos relatos se encuentran cerradas, dado que según la historia los viajeros del tiempo regresaron a sus épocas de origen, sin embargo gran cantidad de información es posible encontrar en la Red. La comunicación directa entre estos personajes con cibernautas de diferentes países del Globo usando medios como foros, blogs y MSN,la convirtieron en una historia interactiva, plagada de coincidencias y con gran cantidad de adeptos. Al margen de que éstas fuesen o no reales, han sido un tema polémico en foros sobre fenómenos paranormales en la web, al punto que los seguidores lo califican como el mayor mito urbano de Internet.

El 2006 Larry Haber trabajó junto al Director Jay Cheel, el renombrado físico teórico Michio Kaku y el aficionado al modelismo Rob Niosi, en un documental que habla sobre los viajes en el tiempo y la historia de John Titor en una producción llamada Obsessed & Scientific (Obsesionado y Científico).


Historia de los personajes


John Titor

El Cronosoldado: Los mensajes que dejó Titor afirman que era un soldado americano al cual se le asignó la misión de participar en un programa gubernamental de viajes en el tiempo; enviado desde el año 2036 hasta 1975 para conseguir un ordenador IBM 5100, una máquina necesaria para solventar el Efecto 2038, análogo al Efecto 2000, que sufrirán en el futuro los ordenadores con sistema operativo UNIX. Titor dio a conocer varios acontecimientos que tendrían lugar entre 2000 y 2037. Se ha especulado que las predicciones de Titor no están alejadas del futuro, sugiriéndose que los seres humanos hemos sido capaces de crear un futuro alternativo a medida que hemos ido haciendo las cosas de forma distinta. Esto es un ejemplo de todas las posibles interpretaciones que pueden tener las predicciones de Titor, que sin embargo son en apariencia, concretas.

Cuando se le preguntó sobre datos específicos respecto a la tecnología que hacía posible el viaje en el tiempo, respondió que era un soldado y no tenía conocimientos avanzados de ingeniería. Sobre las paradojas contestó que sólo afectan a este universo, pero no al suyo, lo cual implicaría que existen una gran cantidad de líneas temporales diferenciadas, de modo que no se puede elegir una concreta para viajar en el tiempo, pero sí se podría volver al origen fácilmente.

Terminado su relato interactivo John Titor regresó al año 2036, tras lo cual no volvió a tener contacto con las gentes de principios del siglo XXI.


Ethan Jensen

El Cronohistoriador: Pasaron poco menos de tres años después de la publicación del libro de John Titor cuando un segundo viajero del tiempo comenzó a hacerse conocido en la Red: Ethan Jensen (también llamado Ethan Titor), un historiador perteneciente a la Facultad Johanson de Viajes en el Tiempo aseguraba haber sido enviado desde el año 2118 (82 años más adelante que John) para hacer un registro documental de la historia de principios del siglo XXI que sería emitido en el futuro en TV mundial, así como investigar la desaparición de John Titor a quién se le habría cursado una corte marcial a su regreso al año 2036.

Según Jensen, Titor regresó al futuro con el IBM 5100 pero fue condenado a 5 años de presidio por revelar información del futuro durante su estancia en el pasado, siendo liberado por un viajero del tiempo desconocido, momento en el que se perdió su pista. La leyenda del primer Cronosoldado de la historia habría crecido con el paso de las décadas hasta llegado el año 2118 dónde el mismo Ethan Jensen, quién terminaba su carrera como Cronohistoriador, propuso viajar al pasado para develar el misterio de la desaparición de John Titor.

Aquí existen 2 versiones según las cuales quién habría liberado a Titor sería un tal Vates, otra versión explica que fue liberado por el mismo Ethan Jensen y refugiado en alguna fecha dentro del año 2004.

Ya a finales de 2006 Ethan había relatado varias aventuras en el tiempo, y antes de partir anunció que tenía permiso para invitar a una persona de nuestro tiempo al futuro, siendo elegido un joven alemán llamado Erik Hanselmann. En su estancia de un año Ethan Jensen relató y discutió con cibernautas sobre temas de política, religión y cuestiones sobre su gobierno, su misión, su familia, los deportes y acontecimientos futuros hasta el año 2118.


Erik Hanselmann

El Cronoaventurero: Hanselmann (apodado EH) fue una persona común y corriente natural del año 2006, quién según la historia conoció personalmente a Ethan Jensen y fue invitado por éste al futuro. Éste joven alemán habría vivido durante cinco años en el futuro (años 2118 a 2123) formándose como Cronohistoriador en la Facultad Johanson, tras lo cual regresó a una fecha situada un mes después de su partida a finales de 2006 para llevarse a su novia a vivir con él en el futuro de forma permantente. Erik habría regresado en una segunda misión clasificada Top-Secret para rescatar a Syous Titor.


Syous Titor

La Cronoinformática: tras la desaparición de Hanselmann, se tuvo constancia de un nuevo viajero, la joven parisina Ivonne Lámek (apodada Syous Titor) trabajaba para la IBM del año 1975 y en esa fecha habría recibido la visita del mismo John Titor, siendo ella la persona que le vendió el ordenador IBM 5100. Según este relato al momento de efectuar la venta, John Titor era seguido por un agente encubierto que intentó matarlo, tiempo después se sabría que el nombre de este agente era Jack Stevenson. En el momento del incidente John habría activado un teleportador de tiempo proporcionado por Erik Hanselmann, dicho aparato habría trasladado a John con el IBM 5100 directo al año 2036, entanto Ivonne Lámek habría quedado atrapada en el campo abstracto de la máquina, cayendo accidentalmente en el año 2000, permaneciendo desconocida de la historia durante 6 años hasta llegado enero de 2006, Ivonne habría trabajado en una frutería para sobrevivir en el siglo XXI mientras averiguaba que había ocurrido con ella.

Después de algunos meses Ivonne habría leído en un tabloide sensacionalista un artículo sobre una extraña comunicación que tuvieron unos cibernautas españoles con una expedición en la Antártida que se comunicaban por MSN desde el año 2014. Siguiendo esta pista y luego de aprender a usar Internet, Ivonne logró entrar en contacto con el Titor Club de España quienes dejaron un mensaje cifrado permanente en Internet para ser leído en el futuro por el Cronohistoriador en espera de alguna ayuda para Ivonne. Tiempo después sería rescatada por Erik Hanselmann, tras lo cual Ivonne dejó un mensaje en su blog explicando que había sido reclutada como asistente de un Cronoperiodista llamado Jeffrey O'Brian, para trabajar en 1975 en la elaboración de una investigación conocida como Archivo Histórico Único Global: el proyecto que guardaría los documentales realizados por Cronohistoriadores.


Jack Stevenson

El Cronopolicía: Según una investigación que habría realizado Hanselmann, Jack Stevenson sería un agente encubierto miembro de la Policía Global del siglo XXII y provendría de un futuro alternativo dónde la IV Guerra Mundial había creado una nueva civilización humana sumida en la decadencia y el control totalitario. Stevenson tendría por misión detener a los Cronohistoriadores que no existían en su futuro alternativo y por ende significaban una amenaza para el futuro del mundo tal como él lo conocía. Aquí la historia no explica bien cómo fue que se mezclaron dos líneas temporales aparentemente opuestas.

Con información sustraída de una fuente no especificada Jack Stevenson habría seguido a Ivonne Lámek hasta su encuentro con John Titor junto a otros agentes subordinados habrían sido partícipes de esta misión, el hecho causó expectación en los seguidores de la saga cuando miembros fundadores del Titor Club de España aseguraron haber recibido mensajes de Jack Stevenson por correo electrónico exigiéndoles información sobre el paradero de los cronohistoriadores. Por si fuera poco, al mismo tiempo que esto ocurría, el blog de Johann Meier fue hackeado y cerrado bajo un sello aparentemente bien diseñado que decía "Clausurado por Jack Stevenson (Global Police)", tiempo después el blog sería reabierto por el mismo Ethan Jensen.


John Fox

En abril de 2008 un desconocido que asegura venir 800 años en el futuro se da a conocer en diferentes foros de internet con el nombre de John Fox, quien dice conocer a Andrew Carlssin, el cual logró viajar mucho antes a la ciudad de nueva York, en donde de manera extraordinaria logra amasar una inmensa fortuna en Wall Street. Aun John Fox se encuentra tratando de averiguar el paradero exacto de Carlssin, de quien se dice, por motivos de seguridad de parte del Gobierno de los Estados Unidos, está encerrado en la isla de Riker. John Fox manifiesta conocer la información que podría liberar a Carlssin, en donde promete entregar los planos de la Máquina del Tiempo a cambio de la libertad de éste.


Jacqueline Bienstock y Vinnie Jensen

Los Cronoactivistas: En agosto de 2007 nuevos visitantes del futuro se dan a conocer en diferentes foros de Internet, ampliando la historia conocida por los fans. Jacqueline Bienstock de 26 años y Vinnie Jensen de 19 (hijo del crononauta Ethan Jensen), serían los nuevos viajeros del tiempo, ésta vez enviados desde el año 2138 en una misión activista liderada por Greenpeace, Google Inc. y Virgin Group. Según los activistas del futuro, habrían contactado a dirigentes de Greenpeace en diferentes países del Globo para iniciar una campaña ecológica a nivel planetario con base en información proporcionada por la propia organización de Greenpeace que aun existiría en el año 2138. Estos activistas se harían presentes en varias de las actividades que esta organización realiza en el Mundo, entrando en contacto directo con las gentes de nuestro tiempo, hasta principios de 2008, momento en que regresarían al futuro.

Su misión tenía por objetivo rescatar la Patagonia, haciendo referencia a una serie de acontecimientos que se darían entre los años 2008 y 2038 que terminarían por acabar con el ecosistema de estos territorios en el sur de Chile y Argentina.


Rodrigo Jordán y la expedición 2014

El Cronocontacto: Semanas antes de que entrara en la historia Syous Titor, el antiguo correo MSN de John Titor se reactivó y miembros del Titor Club de España sostuvieron una conversación con una expedición que parecía haber encontrado la base secreta en la Antártida, desde donde Ethan transmitía meses atrás. Los integrantes de dicha expedición asegurarón estar escribiendo desde el año 2014 con un ordenador conectado a Internet en una base subterránea recientemente hallada y que disponía de tecnología desconocida. El grupo habría estado compuesto por expedicionarios noruegos, alemanes, argentinos y chilenos, entre ellos Rodrigo Jordán, un afamado montañista chileno quién comandaba la expedición y con quién supuestamente habían estado conversando.

Los seguidores de la saga llegaron a pensar que varias personas de diferentes épocas podrían haber encontrado la base del Cronohistoriador y su tecnología de comunicación, ya que seguidamente se produjo una comunicación masiva con crononautas y otras gentes de distintos puntos de la historia, a estas alturas se hablaba incluso de contactos extraterrestres.


Martin Spierberg

El Cronolimpiador: Aunque hay pocos registros de este viajero, se dio a entender que su función es la de buscar y devolver a su tiempo a personas que realizan viajes temporales de manera ilegal con el fin de lucro personal y poniendo en peligro la continuidad normal de la línea temporal. Se ignora el momento cronológico del que procede, pero parece que intervino en el rescate de la cronoinformática junto con Erik Hanselmann lo que puede facilitar un poco la datación de esta persona.

Su contactos se generan en foros para búsqueda de cierta información y en pocas ocasiones ha resuelto dudas. Los registros por lo general son borrados por el mismo aunque, se sabe, afirmó tiene conocimientos informáticos muy bajos por lo que se supone es acompañado por un Cronoinformático que es el que se ocupa de devolver a los "Ferders" (termino dado a estos viajeros ilegales en referencia al primero que se capturo de ellos, Rey Ferder su crimen jamás fue localizado ni tampoco registros policiales de esta persona) a su tiempo para ser juzgados.


Tecnología

La máquina del tiempo de John Titor funcionaría bajo el principio de la unión de dos miniagujeros negros abiertos en el mismo espacio protegido por potentes campos gravitacinales, lo que crearía un túnel capaz de unir 2 tiempos diferentes. Por su parte, Ethan Jensen hablaba del control del hiperespacio, una tecnología muy avanzada (del siglo XXII) que permitirían a sus máquinas del tiempo ser a la vez medios de transporte geográficos capaces de teletransportarse a diferentes puntos del planeta a velocidad luz.

Tanto John Titor como Ethan Jensen publicaron fotografías de sus máquinas del tiempo. Titor publicó planos de la máquina junto a otros documentos clasificados y fotografías que recuerdan al De Lorean de la película Regreso al Futuro, entanto Ethan presentó una nave en forma de cápsula y fotografías del campo abstracto (túnel de tiempo), del mismo modo ambos crononautas contestaron a innumerables preguntas técnicas de grupos interesados en fenómenos paranormales.


Predicciones

John Titor: La CERN confirmó una teoría de miniagujeros negros propuesta por John Titor un año después de su publicación en la Red.

John Titor: La enfermedad de las vacas locas llegó a Estados Unidos, tal como lo predijo John.

John Titor: EEUU inició una guerra contra Irak bajo la excusa de una supuesta posesión de armas de destrucción masiva que nunca fueron encontradas.

John Titor: El gobierno americano impondría la seguridad sobre la libertad.

John Titor: Guerra civil en Estados Unidos coincidiendo con las elecciones presidenciales de ese país; para entonces "la humanidad se daría cuenta que el mundo tal y como lo conocían había desaparecido". La guerra civil nunca llegó.

John Titor: Tercera Guerra Mundial (en 2015) llegaría seguida de dos décadas de recuperación.

John Titor: Juegos Olímpicos de 2004 serían los últimos de la historia, esto contradice el hecho de que se realizaron ya los juegos olimpicos de Beijing 2008.

Ethan Jensen: La NASA encontraría agua líquida en el planeta Marte para diciembre de 2006: el 6 de diciembre de ese año la NASA publicó las primeras pruebas de agua líquida en el planeta rojo.

Ethan Jensen: El 26 de abril de 2007 el senado americano aprobaría la retirada de tropas de Irak: efectivamente sucedió, pero el presidente George W. Bush anunció un veto a la decisión del senado.

Jacqueline Bienstock/Vinnie Jensen: En agosto de 2007 hacen mención una petición británica sobre territorio Antártico, dos semanas después la petición británica se hizo realidad.

Curiosidades

A diferencia de Titor, Jensen y Hanselmann se comunicaban en idioma Español y Alemán respectívamente, explicando que en el futuro se rompe el paradigma de que un viajero del tiempo necesariamente tenía que ser soldado, norteamericano o de habla inglesa.

El día en que Ethan Jensen regresó al futuro varios miembros de grupos paranormales de la Red aseguraron al mismo tiempo haber sido visitados por el Cronohistoriador mediante aparición repentina.

Según la historia el correo oficial de John Titor sería: john.titor @ hotmail.com; a esta altura del debate los creyentes aseguran que la historia es real y que a través de ese correo pueden contactar a crononautas de otros puntos del tiempo, por su parte los titorfans lo consideran el correo de Johann Meier.

Según Meier las historia de los Cronolander se basaba en un texto escrito por él en 1986 durante el paso del cometa Halley, cuyo título original sería "Cronogea y los 4 Engranes del Tiempo", novela que publicaría a través de su blog el año 2015, cuando según su historia una legión de Cronohistoriadores se hace presente en la Tierra.

Contrario a lo que se asegura en algunos foros, después del primer libro de John Titor ningún libro nuevo ha sido publicado y gran parte de la información fue eliminada desde las mismas fuentes, hecho considerado enigmático que no hizo otra cosa que acrecentar el mito.

El Titor Club de España fue clausurado de la Red en extrañas circunstancias tras conseguir gran cantidad de información por parte de los Cronohistoriadores.

sábado, 3 de enero de 2009

BOCCA DELLA VERITÀ


La Boca de la verdad (en italiano: Bocca della Verità) es una antigua máscara de mármol pavonazzetto, colocado en la pared del pronaos de la Iglesia de Santa María de Cosmedin en Roma el año 1632.

La escultura, datable alrededor del siglo I, tiene un diámetro de 1,75 metros y representa un rostro masculino con barba en el cual los ojos, la nariz y la boca están perforados y huecos.

Tampoco se tiene certeza acerca de su utilidad antigua: si era una fuente o parte de un impluvium o incluso una cloaca (hipótesis surgida a raíz de su cercanía a la Cloaca Maxima).

En cambio, se sabe que la máscara goza de fama antigua y legendaria: se presume que este sea el objeto mencionado en el siglo XI en los Mirabilia Urbis Romae, donde se dice:

Junto a la Iglesia de Santa María de la Fontana se encuentra el templo de Fauno. Esta imagen habló a Juliano, el emperador conocido como "el apóstata" y lo engañó.

Un texto alemán del siglo XII describe detalladamente cómo, desde detrás de la boca, el diablo −autodenominándose Mercurio (que a la sazón era protector de los comercios y de los embrollos)− agarró un largo rato la mano de Juliano el Apóstata (que había engañado a una mujer y ante aquel ídolo debía jurar su buena fe), prometiéndole lavar su reputación y una gran fortuna si volvía al antiguo esplendor del paganismo.

En otra leyenda alemana de dos siglos después, encontramos la imagen que no osa morder la mano de una emperatriz romana que −aun cuando efectivamente había cometido adulterio− la engañó con un artificio lógico.

Un hombre romano acusaba a su mujer de cometer adulterio y la mujer obviamente negaba las acusaciones, por lo que su esposo decidió someterla a una prueba con la Boca de la Verdad.

La mujer sabía que mentía y que perdería su mano por lo que planeó una estrategía muy inteligente: un día, en un lugar muy concurrido, el hombre que era su amante se acercó a ella y la besó profundamente, ella fingió que no lo conocía y armó toda una escena donde se mostraba sumamente molesta por lo sucedido.

Su estrategia dió resultado pues el día en que pusó su mano en la Boca de la Verdad, ella afirmó que jamás había besado a otro hombre que no fuera su esposo y el sujeto que la besó unos días atrás. Ciertamente no estaba mintiendo y su mano se salvó.

En el siglo XV algunos viajeros italianos y alemanes recuerdan con cierta credulidad que esta piedra “es llamada piedra de la verdad, pues antiguamente tenía la virtud de mostrar cuándo una mujer ha fallado a su marido”.

El nombre boca de la verdad aparece en el año 1485, y la escultura aparece mencionada desde entonces entre las curiosidades de Roma, y ha sido reproducida en dibujos y postales. A partir de estos, se sabe que al inicio estaba fuera del pórtico de la iglesia y que fue trasladada tras las restauraciones solicitadas por Urbano VIII en el año 1631.

Existe en Roma la Plaza de la Bocca della Verità, que era donde anteriormente se ubicaba la máscara de marmol, antes de ser trasladada a la pared del pronaos de la Iglesia de Santa María de Cosmedin en 1632.

En la película Vacaciones en Roma hay una escena en la que aparece la bocca della verità. La leyenda sobre este monumento (que se explica en la película) cuenta que quien miente pierde la mano al introducirla en la boca. Así, el actor Gregory Peck, sin previo aviso a la actriz Audrey Hepburn, metió la mano y la escondió por debajo de su manga. Esto provocó el susto real de Hepburn. El director William Wyler no dudó en incluir la escena de la broma en la película al ver la reacción de Hepburn.

jueves, 1 de enero de 2009

DEL OFICIO DE PULIR ESTRELLAS


Cierta vez en el camino me encontré con tres pulidores de estrellas
y preguntándoles por separado el porqué de su oficio,
el primero contestó
que lo hacía porque a diario se miraba en su reflejo.

El segundo respondió
que lo desempeñaba porque sus ancestros de generación en generación
lo habían hecho,
como ahora él.

Y el tercero dijo:


"Yo soy pulidor de estrellas
porque he visto que a veces son la luz de alguien perdido en el camino,
pero además,
porque quiero ser un gran pulidor para cuando encuentre la mía".


Del libro Pequeño Hombre
de Emilio Rojas.