domingo, 17 de mayo de 2009

MARIO BENEDETTI, HASTA PRONTO





Hoy es uno de esos días tristes de los que de vez en vez nos toca vivir a lo largo de nuestra existencia, pocos son, porque gente entrañable hay poca en la vida y hoy uno de esos seres entrañables nos han dejado, Mario Benedetti falleció a la edad de 88 años, dejo la pluma y el papel y se fue... pero nos dejo su obra, sus novelas y sus poemas, su Tregua y su Chau número tres:

Te dejo con tu vida
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres.

Sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro.

Te dejo frente al mar
descifrándote sola
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota.

Te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía.

Pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono.

Estaré donde menos
lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos.

Estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra.

Estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás
y enseguida te siguen.

Y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.

En el diario de Martín Santomé, escribe algo especial entre cotidiano y trascendental sobre Laura Avellaneda:

Viernes 17 de Mayo

Al fin sucedió. Yo estaba en el café, sentado junto a la ventana. Esta vez no esperaba nada, no estaba vigilando. Me parece que hacía números, en el vano intento de equilibrar los gastos con los ingresos de este mayo tranquilo, verdaderamente otoñal, pletórico de deudas. Levanté los ojos y ella estaba allí. Como una aparición un fantasma o sencillamente -y cuánto mejor- como Avellaneda. "Vengo a reclamar el café del otro día", dijo. Me puse de pie, tropecé con la silla, mi cucharita de café resbaló de la mesa con un escándalo que más bien parecía provenir de un cucharón. Los mozos miraron. Ella se sentó. Yo recogí la cucharita, pero antes de poderme sentar me enganché el saco en ese maldito reborde que cada silla tiene en el respaldo. En mi ensayo general de esta deseada entrevista, yo no había tenido en cuenta una puesta en escena tan movida. "Parece que lo asusté", dice ella riendo con franqueza. "Bueno, un poco si", confesé y eso me salvó. La naturalidad estaba recuperada. Hablamos de la oficina, de algunos compañeros, le relaté varias anécdotas de tiempos idos. Ella reía. Tenía un saquito verde oscuro sobre una blusa blanca. Estaba despeinada, pero nada más que en la mitad derecha, como si un ventarrón la hubiera alcanzado sólo en ese lado. Se lo dije. Sacó un espejito de la cartera, se miró, se divirtió un rato con lo ridícula que se veía. Me gustó que su buen humor le alcanzara para burlarse de sí misma. Entonces dije: "¿Sabe que usted es culpable de una de las crisis más importantes de mi vida?". Preguntó: "¿Económicas?" y todavía se reía. Contesté: "No, sentimental" y se puso seria. "Caramba", dijo, y esperó que yo continuara. Y continué, "Mire, Avellaneda, es muy posible que lo que le voy a decir le parezca una locura. Si es así, me lo dice nomás. Pero no quiero andar con rodeos: creo que estoy enamorado de usted". Esperé unos instantes. Ni una palabra. Miraba fijamente la cartera. Creo que se ruborizó un poco. No traté de identificar si el rubor era radiante o vergonzoso. Entonces seguí: "A mi edad y a su edad, lo más lógico hubiera sido que me callase la boca, pero de todos modos, era un homenaje que le debía. Yo no voy a exigir nada. Si usted, ahora o mañana o cuando sea, me dice basta, no se habla más del asunto y tan amigos. No tenga miedo por su trabajo en la oficina, por la tranquilidad en sus trabajo; sé comportarme, no se preocupe". Otra vez esperé. Estaba allí, indefensa, es decir, defendida por mí contra mí mismo. Cualquier cosa que ella dijera, cualquier actitud que asumiera, iba a significar: "Éste es el color de su futuro". Por fin no pude esperar más y dije "¿Y?". Sonreí un poco forzadamente y agregué con una voz temblona que estaba desmintiendo el chiste que pretendía ser: "¿Tiene algo que declarar?". Dejó de mirar su cartera. Cuando levantó los ojos, presentí que el momento peor había pasado. "Ya lo sabía", dijo. "Por eso vine a tomar café".

¿Cómo podría saber Mario Benedetti que esa misma fecha coincidiría con el último día en su biografía?.

Cuando éramos niños

Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.

luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era un océano
la muerte solamente
una palabra

ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en los cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros.

ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.

La poesía de Mario Benedetti es tan esencial como la Mafalda de Quino y las canciones de Alberto Cortez, grandes maravillas sudamericanas, que ojala nos duren muchísimos años más.

Gracias por todo lo que nos diste y que ha hecho mejor nuestra vida, por todo ello, vale la pena vivir, entre otras cosas además, y cuando nos toque irnos, iremos al mismo sitio donde esta Benedetti y seria estupendo descubrir que ahí habrá creado más poesía, hasta entonces.

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